This is a SEO version of lista_historica_magistrados. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »tido. Me froté los ojos y presentí que el espectáculo que estaba ofreciendo era poco digno, si no ridículo, y me deslicé hasta la cubierta. Esta no era de nin– guna manera la forma en que me hubiera gustado lle– gar a mi nuevo puesto. Ajustando rápidamente mi arrugado sombrero y mi torcida corbatq, y tratando sin éxito de cepillar el polvo de mi traje azul, arrugado y con la vaga apariencia de una tabla d~ lavar, me pre– pare a desembarcar con el mayor decoro posible, da– das las circunstqnCias. Resultó que los norteamerica– nos eran una delegación de jefes y empleados de la compañía frutera que habían venido a dar la bienve– nida a Puerto Castilla a su primer funcionario consular norteamericano. Trataron de parecer serios y for– males, pero cuando hice una broma acerca de mi arri– bo poco ortodoxo, todos me acompañaron con una risa muy natural. Había desaparecido toda la tensión. Eran mis amigos, y siguieron siendo mis amigos du– rante los dos años que permanecí en Puerto Castilla. Los únicos residentes de Puerto Castilla que no eran empleados de la compañfa frutera eran el recau– dador de Aduanas (mi buen amigo don Julio Lozano, más tarde ministro de Finanzas, embajador ante los Estados Unidos y Presidente de Honduras> y sus em– pleados; el comandante local y su pelotón de soldados, quienes debían actuar COmo policías cuando se los necesitara, y el vicecónsul norteamericano. ~ La po– blación de Puerto Castilla no sobrepasaría los 1,500 hombres, incluyendo hondureños, norteamericanos y
negros de las Indias Occidentales. Los últimos qui– zás aventajaban en número a todo el resto.
VOI'ágine en el Trópico
En contraste con algunos amigos que parecían haber conservado tantas de las características que
Q
nosotros nos gustaba considerar como norteamericanas, vi llegar a otros hombres de los Estados Ur'lidos y co–
menzar a desmoralizarse nO bien dejaban atrás la plan– chada del vapor. Algunos de estos hombres odiaban Puerto Castilla desde el momento que llegaban hasta que terminaba su contrato o eran enviados de regreso por cualquier otro motivo. Después que terminaban su trabajo cotidiano, no tenían ni ojos para ver ni ardas para escuchar nada iliteresante o agradable. Estos hombres encontraban refugio en el alcohol y en otros males.
Algunos vinieron O Honduras escapando de dis– gustos familiares, del escándalo o de alguna tragedia abrumadora. En esa comunidad fronteriza, nadie hacía preguntas, y uno no podía saber qué pesares, qué desilusiones, y qué penas acalladas estarítln tra– tando de olvidar algunos de eflos. Conocimos a unos pocos de esta categoría. Habí'a otros, sin embargo, que simplemente no podían conservar su moral y su dignidad sin l/sostenes morales", tales como la igle– sia, la familia y la buena opinión de los amigos y ve– cinos, quienes los habían mantenido en línea en su, país. Cuando les quitaban estos sostenes, eran in– capaces de mantenerse solos. Indudablemente, fal– taba carácter, pero probablemente los mós responsa– bles eran la educación imperfecta y el medio ambiente. Todos ellos eran capaces de ganarse el sustento, pero nunca se les había enseñado a vivir. Pensé en ese momento, como sigo pensándolo ahora, que ese pro-
blemo, como fa mayoría de fos problemas humanos, era fundamentalmente un problema de educación, y
qué' el verdadero objetivo de la educación debe ser en– señarle. a la gente a vivir, a pensar, a razonar, a ob– servar, a criticar, a distinguir la verdad de la propagan– da, el patriotismo de la agitación de banderas, el cora– je del yo,tinglerío, la tolerancia de la indiferencia, y la Virtud de .10 auto-rectitud; a reconocer la demagogia, provenga de los reaccionarios de izquierda que se Ila~
man a sí mismos liberales, o de los reaccionarios dere– chistas, cualquiera que sea el nombre bajo el cual ac– túen. Creo que en la actualidad la nec~sidad de tal educación es tan grande y tan urgente que a menos q!Je se satisfaga, y se satisfaga ahora mismo, nuestra pobre civilización tendrá pocas probabilidades de so– brevivir.
La Jungla
Los ,viajes 01 interior eran una diversión grata. El aspectQ; cambiante de la jungla mientras el, ferro– carril se qJJría camino y se creaban como consecuen– Cia nuevaS. tierras de cultivo,. los animales, los pájaros y los reptiles, las prolijas plantaciones de bananas, da– ban una variedad y una frescura 'a estos viajes que nunca disminuyeron. No todas las tierras que se ex–
tendíbn a lo largo del ferrocarril eran apropiadas para el cu!tivo de las bananas. La jungla permanecía vir– ge." durante muchas millas, y sus habitantes natura– les ·deambulabari hacia el borde derecho del camino para atisbar con tímida curiosidad los ruidosos obje–
tos sobre ruedas que invadían sus guaridas. Rara–
m~nte veípmos alguno de ellos durante el día, perd después de la oscuridad, se volvían temerarios; las lu–
ce~ del tren se reflejaban en sus, ojos, fascinados por. ·el!'resp!andor. Estábamos convencidos de que podía–
mos identilicar a muchos de ellos, el ciervo, el jaguar y la pGnfera, por el tamaño y la forma de sus ojos.
En algunas oportunidades, un animal atrapado en me-dio de la vía, reacCionaba como uli pollo y se arrojaba con violencia cohtra la máquina.
Un ramal de ferrocarril Ifeqaba hasta el río Ne– gro. Una vez dejé mi zorra al-final de las ví:as y re– monté ese río con unér partida de taza, en canoas tripuladas por indios. Lo jungla formaba un techo por encima de nuestras cabezas. Pá jaros de todos lbs. tamaños y de los plumajes más alegres revolo– teaban en el aire. Los caimanes se deslizaban den~
tro del aguo o nos observaban desde la costd llena de matas con sus ojos perversos y espumosos y sus narices PQr encima del agua. Era al mismo tiempo Lino especie de paraíso y una especie de infierno. A veces, en algunos de mis viajes solitarios, pa– saba la noche en una granja, me levantaba antes del amanecer, y llegaba al puerto antes de que saliera el sol. Esto era lo que yo más disfrutaba. Mi zorra po– día recorrer cincuenta millas por hora, y yo la dejaba abierta. El aire húmedo de la selva era del iciosamen– te fresco. Mientras viajaba, solo pero nunca solita– rio, alerta a cada movimiento de la selva, sentía una libertad y un regocijo difíciles de describir.
M i casa y su paisaje
La compañíd frutera no sólo me construyó un consulado, sino que también lo amuebló. Y aún más,
"",-30~-
This is a SEO version of lista_historica_magistrados. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »