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TruJi.. lio de que los revolucionarios habían Qanado en La Cei– ba y en otras partes de la costa norte, ,16s partidarios de la revolución se dieron a conocer. . Se unieron a ellos los desertores al gobierno y los oportunistas que generalmente esperaban sacar provecho del desorden. Por su lado, los partidarios del gobierno se acaurtela– 'ron dentro de la antigua fortaleza, y cerraron las pe– sadas puertas y entornaron las ventanas de sus casas para esperar los acontecimientos, mientras rezaba por la paz.
La inter'vención
El presidente CooJidge envió a Summer Welles a Honduras con el objeto de pon'er fin a la revolución que ya había costado tanto al país, y pa'ra inducir a los partidos políticos y a los grupos a cooperar para llevar al poder a un gobierno elegido libremente. Con– siguió hacer esto con la cooperación de los represen– tantes de los países centroamericanos vecinos. Uno de los caudillos militares de la revolución, el general Tos–
ta, fué elegido presidente provis'orio hasta tanto l/ama– ran a elecciones. Estas se llevaron a cabo, y el doctor Paz Barahona, un civil que go~aba de gran prestigio en todo el país, se convirtió en presidente cOhstihicionaJ. Resultó que el gobernador civil de TrujiJIo era leal a un bando mientras el comandante militar era leal a otro.
Un día, el gobernador, con el que me hallaba en términos amistosos, apareció en el consulado y solicitó asilo. Dijo que el comandante militar había ordenado su arresto y encarcelamiento.
El derecho de asilo
Los funcionarios diplomáticos y consulares nortea– mericanos, a la inversa de aquellos de la mayoría dé los otros países~ tienen prohibido por los reglamentos vigentes, otorgar asilo político. De ahí que le dijera al gobernador que no podía otorgarle asilo, pero que si deseaba permanecer en mi casa como invitad0 du– rante algún tiempo, me agradaría mucho tenerlo con– migo. El accedió rápidamente.. Los teniores que le indujeron a pedir ayuda eran bien fundados. POCas horas después que él llegara al consulado, éste se vió
rodeado por un grupo de soldados. Permanecieron allí durante una semana. Yo entraba y salía del con– sulado con toda libertad, y cualquer otra persona po– día hacer lo mismo, por supuesto, con excepción del gobernador. Los soldados nunca me pidieron que les entregara al gobernador, pero esperaban apoderarse de él en cualquier momento que saliera. Yo mante– nía informado por radio al' Departamento de la situa– ción, evitando cuidadosamente usar la palabra "o.silo". El Departamento, con su inescrutable sabiduría, no decía nada. Toda la responsabilidad quedaba a mi cargo.
Finalmente, el comandante militar, presintiendo que el gobernador tenía la intención de permanecer como huésped permanente, retiró sus soldados. Le· sugerí a mi invitado que ya era hora que partiera. El accedió a hacerlo si yo le garantizaba su salida del país. Contesté que lo haría. Convinimos que éJ, par– tiría cierta noche cuando no hubiera luna. Al dar la medianoche el gobernador (que se había disfrazado cuidadosamente con un par de anteojos ahumados) y yo dejamos el consulado y nos dirigimos hacia la pla– ya, hasta un punto donde había un pequeño bote aguardándolo. El gobernador me estrechó la mano solamente y desapareció de la costa.
Mi traslado y ascenso
En marzo de 1925 recibí órdenes de trasladarme. Había llegado a Puerto Castilla como vicecónsul y partía de allí COnio cónsul. Y a~n habí'a adquirido otro título, el de oficial del Servicio Exterior. Por el Acta de Rogers del an0 1924, los servicios diplomáticos y consulores, que hasta ese momento habían funciona–
do en departamentos separados, fueron reunidos eh un sol6 Servicio Exterior. Todos los funcionarios. di– plomáticos y consulares, fueron comisionados como "fun– cie>harios del Servicio ~xterior, y Como tales, eran aptos para trabajos diplomáticos o' consulares. Este fue un gran paso hacia la democratización del servicio. De–
rribó la estúpida barrera qué existía entre las dos to– mas e hizo aptos tanto a los funcionarios consulares comó a los diplomáticos para ascender mediante la pro– moción, a los más elevados puestos diplomáticos.
EN
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NICARAGUA
Managua, un pequeño pero importante puesto
El sécretario principal de nuestra lega~ión en Ma– nagua, Nicaragua, era Dana Munro, uno de nuestros funcionarios más distinguidos. Managua no era un pues– to muy grande, pero era un puesto muy importante, de– bido a nuestra intervención militar. El mismo Henry
L. Stimson había partido para Nicaragua para ayudar a terminar con la guerra civil. Estábamos manteniendo am a vdrios miles de marinos. Sahdino, el cabecilla de los guerrilleros, estaba en el escenario y se estaba lle– vando a cabo una pequeña guerra en la jungla. El Departamento decidió hacer regresar a Dona a Washington como jefe de lo División Latin-oamericana, y
se presentó el problema de reemplazarlo. Era un tra– bajo para un funcionario de alto rango, y un funcio– nario de Segunda Clase fué elegido para llenar esa va– cante. Sin embargo algo sucedió, y no se juzgó prác– tico enviarlo. Entonces fué seleccionado un hombre de Tercera Clase, pero por una u otra razón, tampo– co pudo ir. Y se designó por último a un hombre de Cuarta Clase, pero el Departamento decidió más tar– de que no podía ser trasladado del puesto que desem– peñaba en ese momento. Yo estaba entonces en la
Séptima. Había estado observando muy divertido el procedimiento de llenar la vacante en Managua has– ta que, de pronto, sin razón que lo justificara, deci– dí que el hómbre que, el ,Departamento designarí'a,
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