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así fuera temporariamente, sería el viejo y buen Beau· lac.

Fué sólo un presentimiento, pero no un presen–

timiento bueno. Yo no deseaba el puesto. T rotaba de mantenerme fuera de la vista de los funcionarios más altos del Departomento. Traté de ser más anónimo de lo que era, por más difícil que esto haya sido. En sentido figurado, me escurría por los corredores del De– partamento de Estado. Fué inútil.

A Managua, con desgano

Una mañana sonó mi teléfono. Era la oficina de Carr, el secretario auxiliar, y el señor Carr deseaba verme. 'Ya está", me dije. Estaba tan seguro de lo que sucedería como de que no deseaba abandonar Washington. Había una escapatoria posible. El De– partamento, en uno de sus esfuerzos espasmódicos por hacer más liberales sus normas en el trato con su personal, habra anunciado al servicio que en adelante, al hacer los nombramientos, trataría de tomar en con– sideración los deseos de las personas interesadas. Es– to n.o ·significaba, por supuesto, que si uno quería ir a París era· enviado necesariamente allí. Pero si París

y Londres se hallaban disponibles, y uno preferiría Pa– rís a Londres, entonces, no habiendo ningún otro in-conveniente, sería enviado a París.

(If Esa era la idea general.. Yero ciertamente una idea muy buena, al menos en teoría. En camino a la oficina del señor Carr, decidí hacerle saber, por su– puesto, con mucha cortesía, que entre Managua y Washington, preferra Washington. El señor Carr me brindó una oportunidad. Me dijo que el Departamento tenía pensado encomendarme una misión: en Mana– gua, por cierto. Continuó explicándome que Mana– gua era un puesto muy importante y que muy bien podía sentirme orgulloso por haber sido elegido para desempeñarlo. Sonriendo de la manerá más ama–

ble, me preguntó si estaba conforme con el nombra– mientó. Yo contesté, sin duda demasiado brevemen–

te, que preferíd permanecer en Washington. Supon– go que los secretarios auxiliares del Estado no pueden tener presentes toda.s las circulares que existen en el servicio. De cualquier manera, el señor Carr rápida y

concisamente me aclaró que no me había consultado acerca de mi viaje a Managua. Me lo había estado ordenando. Y partí hacia Managua.

La Intervención de 1912 a 1925 y el GraL Emiliano Chamarro

Los Estados Unidos intervinieron en Nicaragua en 1912, y una "guardia de legación" compuestápor ma– rinos norteamericanos permaneció en Managua hasta 1925. Tan pronto como evacuó el país estalló la gue– rra civil contra el partido que había dado su conformi· dad para nuestra intervención y al que indudablemen– te habíamos ayudado a mantenerse en el poder desde 1912.

El general Emiliano Chamarra, quien derrocó al gobierno de coalición existente y provocó con efro la rebelión de los liberales, había firmado el Tratado Cen– troamericano de Paz y Amistad que según esperába– mos fomentaría el desarrollo de un gobierno ordena-

do y democrático. Invocamos el trotpdo, pero lo mis.. mo estalló la guerra civil.

La Intervención de 1927 a 1933 y el Gral. José María Moneada

En 1927 regresaron los marinos, para permane– cer hasta 1933. También en 1927, el coronel Henry

L. Stimson, actuando como representante personal del Presidente Coolidge, visitó Nicaragua para hacer de mediador entre las facciones en guerra. La paz se firmó en Tipitapa, cerca de Managua. Los dos par– tidos en pugna, los liberales y los conservadores, ac– cedieron a solicitar la supervisión de las elecciones na– cionales, la de 1928, fué supervisada por una misión electoral encabezada por el general Frank McCoy, del ejército de los Estados Unidos, y entregó la presidencia al candidato liberal, el general José María Moncada, que había sido el líder militar de la revolución.

La Crítica de las intervenciones y el Gral. Augusto César Sandino

Uno de los partidarios de Mancada, un joven re– volucionario llamado Augusto César Sandino, se había negado a aceptar la paz de Tipitapa, y se h~bÍ'a re– tirado a las colinas, con algunos partidarios, rebelán– dose contra el gobierno de Nicaragua y contra fa in– tervención de los Estados Unidos. Nuestra intervención en Nicaragua, al igual que fas intervenciones ante– riores habí'a provocado muchas críticas en otros países latinoamericanos, al igual que en Jos Estados Unidos. Sandino especuló astutamente COn esto. Mientras se empeñp en una lucha de guerrilla contra los marinos y la Guardia Nacional de Nicaragua, también empren– dió una guerra política contra los Estados Unidos en la prenso libre del mundo.

ExitOs de Sandino con su guerra dé guerrillas

Si bien nunCa fue capaz de apoderarse y man– tener una gran cantidad de territorio, Sandino pudo hostigar a sus opositores militares hasta el punto que la autoridad del gobierno nicaragüense era ejercida só– lo precariamente 'en gran parte del país. Nunc;:a pudo mantener ningún punto estrútégico en el terriforio or– ganizado, pero a veces podía hacer que fuera difícil y caro para el gobierno mantener tal punto estraté– gico. Con frecuencia, los marinos y la Guardia se ha– llaban en gran desventaja ante sus táctiCas de ataque. Su plan favorito era tender emboscadas a las patrullas del gobierno en las carreteras solitarias. Después de una o dos descargas que generalmente producían ba– jas a los gobiernistas, sus partidarios sin uniforme se dispersaban y se perdían en la jungla, para y.olver a agruparse en algún lugar distante.

Exitos con su guerra política

Su guerra política tenÍ'a también un alto grado de éxito. Apelaba a la aversión natural que sentían to– dos los latinoamericanos por la intervención en sus asuntos internos por parte del "Coloso del Norte", y

la causa que él afirmaba representar era defendida con entusiasmo en los Estados Unidos por muchos Ji–

berales y otros, quienes dirigían una continua descarga de crí!ticas contra el Departdmentod de Estado, hasta que los marinos fueron retirados finalmente en 1933,

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