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« Previous Page Table of Contents Next Page ». con Sandino aL!n en la escena y una gran zona de Ni·
caragua aún sujeta a su per.iódico hostigamiento.
Dignidad espiritual
Se especuló muchísimo con el grado de sinceri– dad que encerraba la terca y en cierto modo exitosa oposición de Sandino a la intervención norteamericana en Nicaragua. Contaba entre sus simpatizantes con hombres de integridad y patriotismo al igual que con algunos individuos muy sospechosos y viciosos. Poco tiempo después de haberse retirado a los montes, asal– tó y destruyó una valioso instalación minera norteame– ricana situada en Nicaragua oriental, llevándose co– mo prisionero al administrador de la mina quien, si mal no recuerdo, era un canadiense. Antes de aban– donar la mina destruída, escribió un mensaje a los ma– rinos norteamericanos, a fin de que lo encontraran cuando llegaran allí. Decía lo siguiente: "Vuestro go– bierno alega que ha enviado marinos a Nicaragua pa– ra proteger las vidas y la propiedad extranjeras. Para demostrar que vuestro gobierno no puede proteger las vidas y las propiedades extranjeras, y que la interven– ción no puede ser justificada sobre esa base, he des– truído esta mina extranjera y he tomado prisionero a su administrador extranjero". Indudablemente, en eso te– 'ní:a cierta razón.
Crueldad y barbarismo
y en contraste con el idealismo que se atribuía, varios dirigentes de la revolución liberal me dijeron que Sandino había sugerido en varias oportunidades, du– ranta el transcurso de la revolución, que los liberales soliCitaran la ayuda de los Estados Unidcis, y que aún al final se había ofreCido a aceptar la paz de Tipita– pa si a él y a~ sus partidarios se les pagaba una suma de dinero relativamente pequeña. Por supuesto, ac– cedió por escrito a aceptar la paz y luego no cumplió lo convEj!nido. Y en contra también de la di~nidad es– piritual que se atribuía, los méfodos de algunos de sus partidarios eran tremendamente cruel~s y bárbaros. "Pedrón" Altdmirano, un cabecilla excepcionalmente salvaje de la~; fuerzas de Sandino, to~turoba sistemá– tiCamente a s\Js víctimas, 'que casi siempre eran paCí– ficos campesinos a ~uienes robaba. Su método de ejecución favorito era el "corte de chaleco", que con– sistía en separar el cuerpo, la cabeza y los brO'zos de la víctima. Verdareramente se podía sentir piedad por el pobre marinero o guardia o civil que cayera en las manos de Pedrón.
Apunto de recibir un Corte de Chaleco
Yo también estuve a punto de encontrame con Pedrón. El c;oronel Barney Vogel, más tarde general, me invitó a acompañarlo en un viaje de inspección a la zona norte o seo la zona de los bandoleros. Sa– limos de Managua en
automóvil. En Matagalpa mon– tamos en mulas y partimos hacia Jinotega, situada en la zona de los bandoleros, acompañados por una pe– queña patrulla de guardias. Todo el vio je por los . senderos de la montaña transcurrió sin novedades. Cru– zamos. el río Tumo y llegamos a Jinotega para encon– trar a los marinos y a los guardias presas de gran exci– tación. Pedrón, con cerca de cien hombres, había cruzado el Tumd en el mismo punto que nosotros, y los
oficiales calcularon que no nos encontramos con el grupo por solo unos minutos.
Habiendo sido siempre un antiintervencionista
Durante mi estadía en Nicaragua tuve el pre– sentimiento de que nuestras fuerzas armadas no te– nían nado que hacer allí y que el paí:s se pacificaría con mayor rapide' si las mismas eran reti:radas. Y sin embargo" disfruté de la emoción que provocaba todo esto. Con seguridad, Managua no era un puesto de rutina, y el mío no era un trabajo de rutina, es~
pecialmente durante fos largos períodos en que la legación estaba a mi cargo y yo eta directamente res– ponsable del desorrollo de la intervención.
Marinos vs. Guardia dirigida por Marinos
Antes de mi llegada, existieron bastantes disgus– tos entre la legación y algunos de los oficiales de alta graduación de las fuerzas norteamericanas en Nicara– gua. Estos últimos, con cerca de' cinco mil marinos bajo sus órdenes, pensaron aparentemente que eran "una gran sacudida" en la pequeño Nicaragua, y es– taban muy celosos de su prestigio. Las relaciones en– tre la brigada de marinos y la Guardia dirigida por marinos no eran buenas. Hago mención de estas co– sas, no para criticar a persona alguna, sino para ilus– trar las complicaciones que generalmente se hallaban presentes en nuestras intervenciones armadas. Estos disgustos habían desaparecido ó tendÍ'an a desaparecer en la época en que llegué a Nicaragua, y debo decir que durante los cuatro años que pasé atlí, ni el ministro ni yo cuando estaba a cargó tuvimos ninguna dificul– tad en éste aspecto.
Mal~inos que después se hicieron famosos
Siempre me llevé bien con los marinos. A algunos de ellos los había conocido en Haití durante los pri– meros años de la intervención. Barney Vogel había es– tado allí y estaba por regresar nuevamente. El coronel "Moc" McDougal habíb comandado atlí la Gendarme– ría. Muchos de los oficiales de la marina se conver– tirían en mis compañeros de divetsión~ Muchos de ellos dirigían nuestras fuerzas en el Pacífico Sur entre 1941 y 1945, donde utilizadan las lecciones aprendi– das en Nicaragua. Algunos de sus apellidos se vol– verían famosos en todos los hogares rlorteamericanos
y en muchos parses extranjeros. Evans Carlson y Me– rritt Edson se contaban entre ellos. Algunos, Ralph Mit– chell, Julián Smith, Pat Mulcahy y Pedro del Vatle se– rían ascendidos a generales .. "'Louis Puller que también había servido con mi hermano en Haití, y quien enca– bezando una pequeña patrutla de Guardias penetró en el fuerte de Sandino y destruyó su campamento y estuvo o- punto de capturar al mismo Sandino, se dis– tinguirÍ'a más adelante en Guadalcanal y luego en Corea.
Sobrevolé toda Nicaragua con pilotos de la Ma– rina, y también los países vecinos. Después del terre– moto de 1931, viví' durante algún tiempo con los ofi~
ciales solteros en el campo de aviación. En Nicara– gua, los marinos eran responsables ante el comandante del Escuadrón de Servicios ~Especiales, quien visitaba Managua de tanto en tanto, con sus ayudantes y con– sejeros. El almirahte Cómpbell
t
mi antiguo jefe en
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