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M<Jndo de los n~rteámericanós, suponía por encimo de la política partidista. Era más fácil convenir en es– te objetivo, que lograrlo.

Moncada casi declara guerra a Honduras

Además de supervisar las elecciones nacionales de

1928, supervisamos las elecciones de congresales en

1930, y las elecciones nacionales y presidenciales de

1932. Esto significa en cada caso que era necesario traer a Nicaragua gran cantidad de personal entrenado y sin entrenar, en su mayoría pertenecientes al Ejér– cito y a la Marina. Este debería ser diseminado por to– do el país. Debía ser protegido. Había que tomar precauciones contra el fraude electoral que fueran eficaces y no ofendieran al orgullo nicaragüense. Las relaciones entre Nicaragua y los países vecinos, parti– cularmente con Honduras, de donde se sospechaba que Sandino recibía consideroble ayuda, no eran siem– pre buenas, y la legación norteamericana tení'a que estar preparada en cualquier momento a ejercer una influencia conciliatoria en esa dirección. Perseguí al presidente Moncada por las montañas durante todo

~n fin de semana, tratando de disuadirlo de decla– rar la guerra a Honduras. Hubiera sido verdadera– mente et:ribarazoso que estallara una guerra con un país vedro mientras los oficiales de los Estados Uni– dos comandaran el ejército nicaragüense.

Taml;>ién estaba el problema siempre Presente de proteger (os ciudadanos y los intereses norteame– ricanos. Como hemos visto, el hecho de que varios miles de marinos se encontraban en el país no signi– ficaba que los vidas y las propiedades de los nortea– mericanos o de otros extranjeros podían estar seguras. Por el contrario, Sandino utilizaba la presencia de los marinos como un pretexto para atacar a los norteame– ricanos. En una oportunidad, mientras me encontra– ba a cargo de la legación, un gran grupo de sandinis– tos se abrió camino hacia la costa oriental y apareció en el extremo de la ciudad de Puerto Cabezas, el cen– tro principal de una gran compañía frutera norteame– ricana. La pequeña guarnición de la Guardia fué de– rrotada en su primer encuentro con ellos, algunos guar– dias fueron muertos y algunos civiles fueron asesinados por (os bandoleros. Era dífícil enviar refuerzos, y pa– reció durante un tiempo que toda la ciudad, incluyen– do una gran cantidad de ciudadanos norteamericanos, serían masacrados.

Barco de guerra para evacuar extranjeros

Cuando fué evidente que las vidas de estos nor– teamericanos corrían grave peligro, envié un radiogra– ma al comandante de la escuadra de Servicios Es– peciales en Panamá y le pedí que enviara inmediata– mente un barco de guerra a Puerto Cabezas, para evacuar a los extranjeros si era necesario. Habían pa-, soda varios años sin que se practicara a,lgo semejante, y el almirante que comandaba la escuadra dudó de mi autoridad para solilcitar esa ayuda. Repetí la de– manda ~n los términos más insistentes y el barco de guerra f~J'é enviado. Llegó a tiempo.

No sólo fué el comandante de la escuadro de

Servicios E~pecíafes el que discutió mis derechos para

solicitar el barco de guerra. También (o hizo ef co–

mandante norteamericano de la Guardia. En reali– dad, protestó contra ello basándose en el hecho de que era él y no yo el responsable de la protección de las vidas y de las propiedades en Nicaragua. Yo sos– tenía a mi vez que como representante de nuestro gobierno en Nicaragua, no podía delegar la protección de los intereses norteamericanos en ninguna otra per– sona. Si la Guardia no era capaz de protegerlos, en– tonces yo tenía que encontrar otra forma de hacerlo. Nuestra grave discusión no afectó la sincera amistad que sentía por el comandante de la Guardia.

Enemistad insensata entre conservadores

y liberales

Un fenómeno particular que había ayudado a mantener a Nicaragua dividida y había trabajado en contra del desarrollo de las instituciones verdadera– mente democráticos, era la profunda rivalidad y casi enemistad que existía entre los conservadores de Gra– nada y los liberales de León, una enemistad igual a lo que existía entre un gran número de ciudades italia– nas durante la Edad Media. Muchos conservadcres ni siquiera hablaban con sus rivales liberales, y los úl– timos correspondían o- esto con entusiasmo. Dos de los dirigentes enemigos habían hecho saber que tirarían a matar si se encontraban en la calle.

Matthew Hanna sabía que todas (as molestias que nos tomábamos para organizar la Guardia y supervisar las elecciones, todas las pérdidas de vidas y dinero nor·

t~americanos no conseguirían pacificar a Nicaragua mientras con'tinuara esta enemistad insensata entré los dos partidos. De ahí que él tratara de atacarla 'desde arriba. Le preguntó al presidente Moncada, líder del partido liberal, si accederí'a o no a cenar en la lega– ción con Emiliano Chamorro y Adolfo Díaz, dos anti· guos presidentes conseNadores. La enemistad entre Moncada y Chamorro era especialmente profundo y

permanente. De ohíi que lo invitación de Hanna fue– ra sensacional.

Para satisfacción de Hanno, el presidente Mon– cada, tras cierta duda, dijo que aceptaría. Luego se hicieron llegar invitaciones a Díaz y a Chamorro, fas presidentes anteriores, quienes también aceptaron.- Los dos ex presidentes y la mayoría de los otros invitados llegaron temprano. El presidente Moneada llegó al– gunos minutos después de Jo hora fijada, acompa· ñado por sus ayudantes y por un grupo de guardias ar– mados con rifles y ametralladoras. Los guardias pro– cedieron

Q colocqrse en lugares estratégicos, dentro y

fuera de fa legación. Recibí al presidente en (a planta bajo y lo escolté hasta el salón del segundo piso donde se hallaban reunidos los otros invitados. Mientras nos acercábamos al salón, fuimos recibidos por un susurro de conversación. Cuando llegamos a la puerta cesó toda conversación, y si se hubiera dejado caer un al–

filer, hubiera sonado como un martillazo. La Sra. Hanna se acercó rápidamente a la puerta, cordialmen– te dio la bienvenida al presidente y fa llevó hasta donde se encontraba Emiliano Chamorro. Los dos opositores se dieron la mano. La gente volvió a respirar nueva–

mente. Luego, el presidente dió (a mano a Adolfo

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