Page 48 - lista_historica_magistrados

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Diaz y saludó 'a los demás invitados. La conversación fué reiniciada, suave al principio y tomando luego vo.. lumen mientras pasaban los minutos. Cuando baja– mos al comedor podría decirse que estábamos alegres. Existí'a, por supuesto, una sombra de histeria bajo la superficie.

Historia que se repite

La .presencia de los guardias armados dentro de (a legación ejercía un efecto de sosiego sobre la con- ' currencia, y verdaderamente fué una asamb~ea so– lemne la que se sentó a la mesa. Me resulto espe– cialmente diHcil mostrarme alegre o aun natural. Me preocupaba principalmente el hecho de que las luces pu– dieran apagarse. La instalación eléctrica de la legación

"':lO era muy buena, y no era extraño que se quemara un fusible durante uno gran fiesta, sumiendo la legación en la semioscuridad. No podía dejar de pensar en lo que harían los guardias si se apagaban las luces. Esta– ba seguro que el ministro y la Sra. Hanna pensaban en lo mismo,'y más tarde me confesaron que así era. , Sin embargo, el matrimonio Hanna hizo gala de buen humor y de alegría, y )0 voz profunda de Matt y su risa resonaban en la habitación. Gradualmente, el grupo comenzó a tranquili¡arse. Sin embargo, la no– che nos reservaba otra emoción. Se sirvitf> champa– ña' y el ministro brindó con el presidente. Los demás, a su vez, levantaron las copas y bebieron. El presi– dente, levantando su copa miró en dirección a Emi– liana Chamarra, que aún tenía la suya levantada. Mirando a Chamarra en los ojos, el presidente le pre– guntó: "¿Por qué le tiembla la mano, general?1I Ce– só toda la conversación. Todos los ojos se posaron en el general Chamarra. Este se mostró a la altura de la situación. "De emoción, señor Presidente", contestó. Bebimos con el presidente y con el ex presidente, y, los guardias bajaron sus ametralladoras.

El Terremoto de 1931

No hubo ninguna advertencia. La tierra se mo~

vía lateralmente algunas pulgadas en una serie de, convulsiones, y Managua fué destruí'da. Cuando me dí cuenta del movimiento, que no fué lo suficiente– mente fuerte corno para arrojarme al suelo, el edifi– cio de la legación se hallaba en pleno proceso de de– rrumbe. Mientras que los pedazos se hallaban aún en medio del aire, se - levantó una enceguecedora nube de polvo que borró la escena.

Sin duda todos han visto un film deteniéndose re– pentinamente en medio de lo acción. Esa fué la im– presión que me dió' mi mundo destrozado. Lo que vi fué un movimiento suspendido, pero un movimiento de características violentísimas. En la actualidad pue– do recordar muchos de los detalles. Una columna que ayudaba a soportar el techo se inclinaba sobre el patio en un ángulQ de cuarenta y cinco grados. Toda clase de objetos pesados colgaban en medio del aire; la antigua bañera del qla oeste; el busto esculpido del constructor de la legación y su primer propietario, las balaustradas de cemento de la escalera. Todos estos detalles y algunos más fueron claros durante un ins– tante. Luego, el film se cortó, y el cinematógrafo quedó sumido en la oS,curidad.

Lo impresión del· movimiento suspendido sólo fué una impresión. Un pesado estruendo semejante a un rugido no me permitió dudar de que no sólo el edifi– cio de la legación era destruído, sino toda la ciudad de Managua. La serie inicial de temblores de tierra du– ró ocho segundos. Durante este tiempo pude sentir y escuchar desintegrarse el edificio de la legación. Pie– zas de mampostería, paredes y una parte del techo cayeron sobre el porche donde yo estaba de pie. El mismo parche se combó cuando las paredes del edi– ficio se encorvaron hacia afuera. Pude oír el de– rrumbamiento del ala oeste que abarcaba las habita– ciones del ministro.

Al pie de oli Legación

A fines de marzo de 1931, regresé después de haber pasado mi licencia en los Estados Unidos. lle– gué a Managua con un gran resfrío. El matrimonio Hanna en vez de dejarme ir a un hotel, fué lo sufi– cientemente amable como para invitarme a permane– cer en lo legación. Luego partieron hacia Guatemala para pasar allí Semana Santa. Guardé cama durante varios días, descansando y recuperándome. En la no– che del 30 de marzo comencé a leer una novela que transcurrí!a en Hawai. El clima de la historia era el de un terremoto devastador. El relato era realista, y ya había pasado la medianoche cuando lo terminé y

me dormí.

Me desperté tarde, me vestí por primera vez des– de que había tenido que guardar cama. Mi dormi– torio se hallaba en el segundo piso de la legación. Pa– ra llegar al piso bajo era necesario cruzar un amplio porche de madera que se extendía a lo largo de casi todo el edificio hasta llegar a una escalera exterior só– lidamente construída en cemento. Comencé a cru:– zar el porche. Cuando aún me encontraba a diez o quince pies de distancia de la escalera, el mundo que se encontraba ante mi vista se desintegró.

Enceguecido por el polvo, me mantuve firme en mi sitio. En mi caso, indudablemente, la acción ha– bí'a sido suspendida. No me sentía inclinado a co– rrer. No había lugar hacia dónde correr. El patio se hallaba a treinta pies más abajo. No tenía ningún medio de averiguar si la escalera se hollaba aún en pie o qué parte del mismo porche se hallaba aún in– tacta. Tan peligrosa como era mi situación, sólo po– dría haberla abandonado con mayor peligro.

Pasaron muchos minutos antes de que el aire estuviera lo suficientemente claro como para permitir– me ver' los objetos que se hallaban a mi alrededor. En el intervalo se sucedieron nuevos temblores que cau– saron el' qerrumbomiento de otras partes adicionales del edificio. Finalmente, el polvo se' asentó lo sufi– ciente corrio para permitirme ver que la escalera se hallaba aún en pie. Las balaustradas de cemento ha~

bían desaparecido, y varios centí1metros de cascotes cubrían los peldaños. Cuidadosamente, pero tan rá– pido como me era posible, escogí mi camino por enci– ma de los cascotes y llegué a la planta baja, donde des– cubrí que la entrada del edificio estaba intacta y libre.

En pocos segundos estuve en la calle.

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