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« Previous Page Table of Contents Next Page »CuandO hubo' pasado toda fa excitaCión del te– rremoto, no pude dejar de pensar si mis reacciones en ese momento habían sido voluntarias o involuntarias. He posado por muchos "temblores" como los llaman en los países de habla hispana, y sé por experiencia que la reacción natural es correr. No puedo decir si hubiera echado a correr o no de haber visto hacia dónde correr. Sé que en esas circunstancias no sen– tía njnguna inclinación a echarme a correr. El ins– tinto me ordenaba permanecer donde estaba hasta que pudiera ver. Por supuesto pudo haber existido una parálisis mental momentánea que me ayudó a que– darme quieto; sin embargo mi sentimiento en ese mo– mento y más tarde, era el de una clara conciencia de lo que ocurría. Por ejemplo, supe inmediatamente que el desastre era un terremoto. Nicaragua, por supues– to, es un país de terremotos. Los temblores son fre– cuentes. Se habían producido terremotos anterior– mente en la historia de Nicaragua. Existen volcanes en actividad a pocas millas de Managua. Yo mismo habí'a sentido las convulsiones laterales de la tierra o qu,izá, las reacciones del edificio ante ellas. Nunca pensé que fuera otra cosa que un terremoto. La compara– ción entre lo que vi y la escena móvil que repentina– mente deja de moverse no se me ocurrió horas o se– manas después del suceso, sino instantáneamente. Aún más, si I;>ien pude haber estado, durante un breve período, demasiado paralizado para moverme, se me ocurrió más tarde, mientras esperaba que se asentara el polvo, que podría tratar de abrirme ca,mino para lle– gar a la calle. Rechacé la idea por considerarla dema– siado peligrosa.
Don Adolfo Díaz enhiesto en su autonlóvil
Es difícil, por supuesto, estar seguro en esas cir- 'cunstancias de hasta qué grado nuestros procesos men– tales están paralizados por el shock. Recuerdo que poco después que llegué a la calle, Adolfó Dfaz, el pre-' sidente anterior, pasó junto a la legación. Don Adol– fo estaba sentado enhiesto en el asiento trasero de su automóvil abierto. Su rostro estaba blanco como la tiza. No miraba ni hacia un lado ni hacia otro de la calle. No tenía el aspecto de un ser viviente. Algunas semanas después del terremoto visité a Díaz en su plan– tación de café situada en las colinas, cerca' de Ma– nagua. Recordó que había pasado cerca de la lega– ción y que me había visto en la eaHe. Me dijo que jamás había visto a ninguna persona que pareciera tan asustada c;omo yo aquella mañana.
Es difícil describir la escena de desolación y terror que vieron mis ojos cuando salíl de la legación a la ca– lle. HastO' donde alcan;zaba mi vista, en ambas di– recciones, la calle estaba recubierta por los despojos de los edifiCios caídos. Nado parecía estar intacto. En las calles, la gente o lloraba o se hallaba enmude– cida por el shock. Un caballo pasó corriendo, sus pa– tas rígidas por el terror. A pocas cuadras había es– tallado un incendio, y las llamas ya llegaban hasta el cielo. El viento soplaba desde la' zona incendiada ha– cia la legación. Era evidente, que lo tarea inmediata, en cuanto a mí se referío, era tratar de salvar la lega– ción de los llamas. El edific,io ya estaba· destruído,
pero grCJh parte de su contenido podía ser salvado, si Sé
lo protegía del fuego.
. Permanecí frente al edificio de 10' legación du– rante varias horas, cooperando con los marinos que tra– taban de controlar el fuego, recibiendo mensajes de los comandos de la Marina y de la Guardia, aprqbando medidas para controlar el desorden y aliviar a la po- _blación¡ enviando mensajes' entre.tondo al Departa– mento de Estado¡ mediante la estación de radio del Cuerpo de Marina, que continuaba funcionando. Más o menos hasta una hora después que ocu– rrió el terremoto, pensé que yo habíia sido la última persona en abandonar el edificio. El matrimonio Han– na, por supuesto, estaba de viaje. A algunos de los sirvientes se les había concedido licencia para la Se– mana Santa. La cocinera estaba en el mercado. Pe– ro sin yo saberlo, aún había otra persona en el edifi– cio, y así es cómo la descubrí.
Sin saberlo salvé a la hija de Ini cocinera
Cuando regresé de mis vacaciones en los Estados Unidos, habí'a traído conmigo un flamante automóvil. No había tenido oportunildad de utilizarlo. En el mo– mento del terremoto estaba guardado en el garage de la legación, que era una especie de cobertizo anexo al ala oriental del edificio. El garage se ht1bío derrum– bado y mi nuevo automóvil estaba cubierto por los es– combros. Mientras me hallaba fuera de 10' legación, observando las liamos que llegaban hasta ella, la idea de que mi nuevo automóvil que jamós había manejado, iba a perderse, se me hizo intolerable. Los temblores continuaban a intervalos regulares, y todo el alo orien– tal situada por encima del garage amenazaba de–
rrumbarse. Sin embargo, trepé por los escombros, con– seguí' abrir una puerta del automóvil, entré en él y apreté el acelerador. El motor estaba intacto. Dando marcha atrás, salí' a toda velocidad, y el dutomóvil, los escombros y todo lb demás salió volando o- la calle. En medio de toda la tragedia y el sufrimiento del terre– moto, casi me sentía triunfante; soprio indicio, supon– go, del egoísmo y de los impulsos materialistas que el
mismo desastre no logra sumergir totalmente. Estacioné el automóvil por los alrededores y re– gresé a la legación a tiem'po para ver a la pequeña hija de la cocinera, de tres añ'os de edad, trepando por en– cima de los escombros. Había. ~ido atrapada en la co– cina, sin ninguna vía de escape hasta que yo hube res– catado el automóvil, abriendo dé este modo una sa– lida. La madre de la criaturo, al regresar, se encon– traba fuera de sí de gratitud porque yo había "resca– tado" a su pequeña hija. Poco importó que ';e dijera, con toda, honestidad, que no sabía que 10' niña estaba en la cocina. , Ningún.. funciona:rio de la legación resultó muer– to o herido de gravedad en el terremoto~· Uno de los empleados había ido con algunos amigos 'a' una especie de hostería situada frente al Lago Asosasca. El lago, que es la fuente abastecedora de agua de Managua, se encuentra al pie de un volcán extinguido. Cuando ocurrió el terremoto, la hostería junto con todos sus ocupantes se vino abajo y se deslizó por la pendiente del cráter. Nuestro empleado escapó milagrosamente
con sólo unos pequeños raspaduras.
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