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A la Oficina Centroamericana en

Washington

A fines de 1932, me enteré que el Departamento planeaba hacerme regresar a Washington para:que me hiciera cargo de la oficina centroamericana. Estas eran buenas noticias. Había estado en Nicaragua durante cuatro años, cuatro años emocionantes y. satisfacto– rios.' Había aceptado el puesto con desgano ;pero este

destino había resultado ser el más interesante de todos mis nombramientos hasta entonces. Managuo 'era pe– queña, polvorienta y tórrida. El país era pobre y fal– to de comodidades. l;a intervención, el bpndólerismo, y' los esfuerzos a veces heróicos del pueblo nicaragüen– se para resolver sus problemas polític.os y de otra ín– dole eran fas cosas con las cuales habÍ'a vivido. La vi– da no había sido monótona. No lamentaba los cua– tro años que había pasado en Nicaragua. Sin embar– go, me alegraba volver a mi paí's. Especialmente, es~

taba contento porque me habían asignado

O' la se~­

ción centroamericana, puesto que me pareda que Cen– troamérica era una zona acerca de fa cual conocía algo.

Pero otro foco de perturbación me lleva donde Martínez a Sán Salvador

MéséS, comedos y desocupados durante los cuales tu– ve poco trabajo rutinario y amplias oportunidades para viajar por todo el país.

Pese a la, ausencia de relaciones formales entre nuestros dos gobiernos, me hice amigo de algunos fun– cionarios sobresalientes del régimen de Martfnez y de muchos salvadoreños particulares. El Salvador estaba tranquilo, el gobierno se mantení!a firmemente en el poder y el no-reconocimiento por nuestra parte y por otros países centroameriCanos no parecía afectar su posición interna. .

Donde Carías y Julio lozano, en Honduras

Además de viajar por todo El Salvador por tren y por automóvil, aproveché la autorización del Depar– tamento poro visitar Tegucigalpa, la capital de Hon– duras, donde renové mi amistad coI1 el presidente Ca– rías, y donde me encontré con Julio Lozano, mi viejo amigo y vecino en la época de Puer.to Castilla, nombra– do ministro de finanzas. Dentro de poco tiempo par– tiría para Washington como ministro de Honduras, y

yo estaría al!í en frecuente contacto con él.

Donde Ubico en Guaterilala

Con la Inauguración del régimen de Juqn B. Sa- También viajé por tierra hacia la ciudad de Gua-casa, elegido libre e imparcialmente bajo IQ supervi- temala, donde conocí al presidente Ubico Castañeda

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a sión norteamericana (aunque muy pronto serío de- los miembros de su gabinete y a otras personalidades puesto por el general Somoza, nombrado recíentemen- sobresalientes del país. Desde la dudad de Guatema– te comandante de la Guardia "apolítica"), y el retiro la, recorrí' todo la región montañosa, casi hasta llegar de los marinos de Nicaragua, el foco de perturbacio- a la frontero mejicana. Guatemala era el país más nes en Centroamérica se trasladó ahora a El Salvador, lleno de colorido por el que jamás hube viajado. que se hallaba justamente enfrente, cruzanqO la Bahía Mis visitas a Tegucigalpa y a Guatemala fueron de Fonseca. Aquí, negábamos el reconocimiento al ré- muy poco ceremoniosas. Había perdido casi todo lo gimen revolucionario del' general Martí'nez

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en base a que poseía durante el terremoto en Managua, y aún nuestra interpretación de los términos del ahora famoso con las pocas cosas que había adquirido desde enton– Tratado Centroam'ericano' de Paz y Amistad del año ces, mi guardarropa era escaso y poco elegante. De

1923~- cEI general Martínez, además de ser el vice-pre- ahí que a mi llegada a la ciudad de Guatemala, estu– sidente de El Salvador durante el régimen recientemen- viera ansioso por no alojarme en la residencia de la te depuesto, habíto.sido ministro de guerra, y por el ar- legación. Nuestro ministro en Guatemala era un hom– tículo II del trotado esto lo. hacía no apto para el re- bre muy agradable, pero muy rico. Pensé que si me

conocimiento. A nosotros no nos importaba que El Sal- alojaba con él, un valet abriría mi valija y descubriría vador hubiera hecho ciertas salvedades respecto., al ar- lo pobre que era yo. ' De ahí que antes de abandonar tículo II al ratificar el tratado. Nuestra política debÍ'a San Salvador, me tomé ICll molestia de enviar un cable guiarse por las disposiciones del artículo 11 .y ~o recono- para reservar una habitaCión en el principal hotel. Ya ceríamos como presidente al general Martínez me había registrado allí cuando el gerente me informó En vez' de ordenarme partir para Washington, el que el ministro norteamericano acababa de telefonear Departamento me dió instrucciones para· que sigu¡~ro diciendo que yo debería alojarme con él, en su Casa.

camino hacia. San Salvador, la capital de El Salvador, No había forma de rechazar esta cortés invita– pro hacerme cargo de la legación durante algunos me- ción. Me dirigí o la caso del ministro donde, como era ses. Esta orden me pareció sumamente" op,ortuna, de esperar, un valet inglés procedió a abrir mi equipa– porque sabíd que El Salvador sería uno -de mis princi- je y sacar del mismo mis pobres y potas cosas. Seguí pales problemas en Washington, y la experiencia re- todo esto con embarazo. Sin embargo, el valet era un sultarítJ útil. ; .: caballero. No pudo haber sido más bondadoso con-Con mis pocas posesiones empacadas eh dos va- migo. Planchó mis trajes hechos en Man'Ogua con tan– lijas y en un baúl de segunda mano que había com- to gusto como si hubieran provenido de Londres. El prado a un empleado de la legación, partí de' Jv\anagua pavor que sentía por él se desvaneció y nos hicimos por tren, tomé un barco desde Corinto hasta La Libe¡'~ buenos amigos.

tad, y en pocos dí'as me encontré cómodamente insta- En lo ciudad dé Guatemala encontré nuevamente lado en la legación que nuestro gobierno poseía en San a Corroll Greene. George Peck había sido trasladado Salvador. Me alegré de saber que habra" ~ldo cons- de Panamá a Guatemala, y Carrol visitaba nuevamente

truída a pruebo de terremotos. Viví allí durante tres a George y a Harriet, Carroly yo nadamos en el 6 1ago

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