Page 52 - lista_historica_magistrados

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de Atitlgl"l junto con Ted y Betsy Lawton, del cuerpo de la legación, y jugamos al póker en el hogar de los Lawton. Uno de, los jugadores era el ministro italiano en Guatemala, ¡ el mismo ministro que, años más tar– de, cuando se encontraba en Grecia, le dijo q Musso– lini que los griegos no lucharí'an!

A uno de los primeros problemas qUé me dediqué fue· al de El Salvador. El gobierno de ese país, al igual que el góbierho de Costa Rica, había denunciado el TratadódEl 1923. Esto significaba que ha sólo ne– gábamos el reconocimiento a un gobierno que tenía derecho a ser reconocido según los normas del derecho internacional, sino que nuestra actitud se. bosaba en nuestra interpretación de un tratado del que ni noso– tros ni El Salvador formábamos parte. Nuestra posi– ción era claramente insostenible, yero necesario en– contrar algún medio que nos permitiera abandonarla sin afectar el característicamente delicado equilibrio

político en Centroamérica.

Una vez terminada mi jira de trabajo y mis visi– tas o Tegucigalpa yola Ciudad de Guatemala¡ me sentía bien dotadq para vigilar los AsuntosCentroame– ricanos en el Départ(Jmento. Durante mi estadía en Nicaragua había encpntrado tiempo para visitar Costa Rica, el quinto país cel1,troarnericano, y hal?ía conocido al presidente y p, otrqs' personalidades descollantes del gobierno. De ahí qué,. de los cinco países, de los que tenía que' ocuparme, habí'Q servido en tres y visitado a dos. En todos ellos había conocido d la mayoría de las personalidades más importontes. Algunos eron mis íntimos amigos. Había viajado por la mayoría de los países¡ de un extremo a otro. Me hallaba fami– liarizado con sus pofíti~as y con las relaciones que man– tenían redprocamente.

(,iI Cuando llegué al Departamento, me hice cargo de la oficina centroamericana¡ y como de costumbre¡ de un par dé países adicionales con los cuales no estaba familiarizado. No había funcionarios suficientes como para permitir que uno limitara sus actividades sólo a cinco países, aun a cinco muy activos. Pero después, me nombrraron jef~ auxiliar de lo División Latinoamé– rica, lo cual significaba que además de disponer de siete países revisaba lo correspondencia de todas nues– tras misiones en Lationamérica, con excepción de la de Méjico, al igual que los informes consulares referentes a asuntos políticos. Posteriormente tuve que revis\:lI'" también toda la correspondencia que salía al exterior. El volumen de' trabajo que esto representaba¡ era muy pesado, como es de· imaginar. Sin embargo, este sis– tema poseí'a una ventaja singular. Permitía que 01 me– nos una persona en la divis'ión estuviera al tanto en cualquier momento de todo lo que sucedía en las otras repúblicas americanas y de lo que los Estados Unidos hacían en cada una de ellas. Ello representaba la coor– dinación en su forma más sencillo.

Los tres gobiernos que can formaban parte del tratado se hallaban ansiosos de conservarlo como una posible protecCión contra la revolución~.. Ellos temían que el reconocimiento del gobierno salvadoreño vicia– ra el tratado y los privara de la protección que ellos pensaban o esperaban que éste aún podría brindarles. Finalmente, alentados discretamente por nosotros acor– daron que los términos del tratado no se aplica¡rían a los países que no eran partidarios del mismo. Ellos procedieron luego a reconocer el gobierno salvadoreño,

y nosotros hicimos rápidamente lo mismo.

Abandono de la práctica de negar

reconocimientos a gobiernos revolucionarios

Desde ese entonces, nos hemos adherido general– mente a los reglamentos del derecho internacional para extender o rechazar el reconocimiento a los gobiernos centroamericanos. El experimento destinado a to– mentar la paz y el gobierno democrático en Centroa– mérica mediante la práctica de negar el reconocimien– to a los góbiernos revolucionarios bajo circunstancias específicC!s distintas de aquellas previstas en el dere– cho internacional fué abandonado.

Henry L. Stimson, tratando de encontrar algunos medios para terminar con la guerra civil de Nicaragua le dijo al Departamento de Estado en 1927 que la Con~

ferencia Centroamericana de 1923, al igual que la pri– mera Conferencia de 1907, había hecho de las elec–

cio~es libres el corazón del problema nicaragüense, al Igual que el del problema centroamericano. El se– ñor Stimson afirmaba que debido a las elecciones con– troladas por el gobierno, la única forma de lograr un cambio en el partido que lo controlaba era mediante una revolución o un golpe de estado. Al señor Stimson le pqrecía que al prohibir lo revolución, el tratado de 1923 había tendido a hacer permanente el control par– tidista existente. El opinaba que al encarar la situa– ción centroamericana, el acuerdo había tratado de es– ta manera el síntoma, y no la enfermedad.

El cornandante de la Guardia derroca al presidente de Nicaragua, libremente elegido

De ahí que el señor Stimson recomendara enérgi– camente¡ que accediéramos a supervisar las eleccio– nes nacionales en Nicaragua. Supervisamos tres; y poco tiempo después que nuestros supervisores deja– ron el país, y el presidente de Nicaragua libremente elegido fue derrocado por el comandante de la Guar– dia. Quizás al supervisar las elecciones dún tratá– bamos e.l síntoma más bien que la enfermedad; o qui– zás no es suficiente supervisar tres elecciones. Qui– zás algunos países políticamente atrasados harían bien en permitir que sus elecciones fueran supervisadas du– rante un largo período de tiempo, no por los Estados Unidos, sino por algún cuerpo internacional. Quizás los gobiernos de esos países serían entonces más ho– nestos, más eficientes y más progresistas, y quizás las causas de los gobiernos dictatoriales y de la revo– lución desaparecerfan, O por lo menos disminuirían en

gran parte.

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Antes había estado en Costa Rica

Al frente de la Oficina Centroamericana

El Salvador denuncia el Tratado de 1923

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