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va, la democracia y el porvenir de las insti– tuciones republicanas".

Esta singular manera de preservar la de– mocracia (el nuevo Jefe de Estado fue de– signadó por una Orden del Día del Ejérciio) probó ser un tremendo error. Más tarde el propio Paz Estenssoro dijo claramente: "Vis– to en perspectiva histórica fue mejor que Urriolagoiiía entregara el poder a la Junta Miliiar, porque un parlido revolucionario de– be llegar al poder destruyendo todo el apa– rato del viejo régimen".

El MNR, al cual se le había cerrado el acceso legal y pacífico al poder, lo logró por la vía insurreccional contra un gobierno mi– liiar torpe y sin prestigio, mediante la san– grienta sublevación del 9 de Abril de 1952:

la revuelia número 179 en la historia de Bo– livia. Pero ésta no fue una revuelia más.

El super-esJado minero

En las elecciones de 1951, sobre un total de unos 215.000 ciudadanos inscriios, vota– ron 126.000. En todo caso, 215000 ciuda– danos aciivos en un país de 3,200.000 habi– tantes parece demasiado poco. Esta escasa parlicipación del pueblo en la generacion del gobiemo no era accidental sino el índice de las graves condiciones en que se desen– volvía la vid"" boliviana.

Dos hechos terriblemente negaiivos con– figuraban la realidad del país: la existencia efeciiva del que el MNR llamaba "el Super– Estado Minero" y la servidumbre de la gran masa india bajo una estruciura de iipo feudal.

De 1900 a 1929 Bolivia produjo estaño por valor de casi 1.800 millones de bolivia– nos. Aparle de los salarios bajísimos paga– dos a los obreros, de esa riqueza quedaron en el país sólo los derechos de exporlación, que ascendieron a poco más de 104 millones de bolivianos. Considerando que el total de los presupuestos fisc""les de eSe lapso es de unos 676 millones resulia que la principal ac– iividad económica del p""ís financió nada más que el 15% de los gastos del gobiemo. Por otro lado, las utilidades obtenidas por la minería del estaño sólo en ínfima parle se reinviriieron en el país. Así llegó a ser en Bolivia un amargo lugar común que las gran– des empresas mineras no habían dejado sino los socavones en los cerros y en los pulmones de los mineros. (Ouizá el 60% de ellos en– fermaba de tuberculosis y su promedio de vida era 35 años).

De las exporlaciones de Bolivia, los mi– nerales, constiiuían el 90 al 95% y el estaño era el más imporlante de éllos (el 70%). Ahora bien, el 80% de las exporlaciones to– tales estaba controlado por sólo tres grandes compañías: la Paiiño Mines Enterprise, la Compagnie Aramayo de Mines en Bolivie y la Mauricio Hochschild S.A. La sola empre– sa de Paiiño producía tanto o casi t""nto co– mo las dos grandes juntas.

Ha habido en Bolivia la tendencia a cm par de los males del país, ante todo, a eso~

"barones del es±año", pero es evidente qUe

el poder de éstos logró constiiuirse y llegar a ser elefaniiásico precisamente porque el país era políiica y económicamente débil Bolivia estaba social y hasta geográficamen~

te desintegrada y la anarquía y las dicta_ duras a veces bárbaras se aliernaban con de– soladora monotonía. Hasta la presidencia de Pando en 1899, ningún Presidente se ha– bía podido mantener en el poder sin tener que recurrir a las armas. En semejante país las poderosas compañías mineras poseía": una influencia sin contrapeso. Podían tener diarios propios, hacer elegir diputados, nom–

brar Ininis±ros, sobornar generales, derribar

presidentes. Su propia policía era más efi– ciente que la del Estado.

El problema agrario

Según el censo de 1950 (el primero que se hizo en Bolivia después de medio siglo), sólo el 3% de la población aciiva trabajaba en la minería y producía así las divisas de que se alimentaba el comercio exterior del país. Eran esos mineros (unos 45.000) los que, concentrados en condiciones inhóspiias en unos pocos establecimientos, consiituían el núcleo combaiivo del proletariado bolivia– no. Ya en 1923 habían recibido su bautis– mo de sangre en una huelga.

Los obreros de la industria -unos 110

mil- estaban concentrados práciicamente en La Paz, único centro manufaciurero impor– tahte.

La agriculiura, en cambio, daba trabajo a más de 950.000 hombres y mujeres, el 71 "lo

de la población activa de Bolivia. Aunque éste sea un país de grandes recursos natura– les, con 3,5 habiiantes por km 2 ., siempre ha– bía debido imporlar alimentos en grandes canHdades. Corroída por los dos vicios ex– tremos -y ordinariamente aparejados- del minifundismo y el laiifundismo, la agricultu– ra boliviana no producía lo necesario.

El minifundio era la forma corriente de propiedad en el Deparlamento de Cochabam– ba, donde, según los cálculos de Remo dI Na– tale, unos 50.000 propietarios tenían alrede– dor de 200.000 parc~las de iierra, muchas de las cuales ni siquiera alcanzaban a una hec– tárea y resuliaban absolutamente insuficien– tes para mantener a sus dueños.

Según el mismo Di Natale, que no se fía del Catastro Rústico elaborado en 1948, en el resto de Bolivia (fuera de Cochabamba), so– bre una población rural de 2,550.000 perso– nas no habían sino unos 50.000 propietarios agrícolas. Concluía que sólo el 10% de la población campesina disfrutaba de la pro– piedad privada de la Herra, pero esa propie– dad se hallaba muy desigualmente repartida. En 1940, el Ministerio de Agricultura había revelado que se habían concedido casi 22 mi-

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