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tia .La obra de Thomas Gage (1}, un frai" re i~glés, escrita en 1699, en la página 419, dice: "Esta ciudad de León se halla curiosa– mente construida, porque la satisfacción ma-al' de los habitantes consiste en sus casas, rn el placer de sus tierras adjunt:"s y la abun– dancia de todas cosas para la VIda del hom– bre l11.ás que en la riqueza extraordinaria, la

qu~ no importa tanto como en otras partes de América. Se contestan con bellos jardi– nes con una variedad de pájaros cantores y

lor~s, con abundancia de pescado y de car– ne, que son baratos, y con briosos caballos, y así llevan una vida fácil, ociosa y holgada; no ambicionan mucho el com.ercio y el trans– porte, aunque lengan cerca de ellos el lago por el que cada año surcan algunas fragatas para La Habana por el m.ar del Norte, y de El Realejo por el mar del Sur, 10 que podría ser muy cómodo para un rico comercio con el Perú y con México si su espíritu los llevara tan lejos; los caballeros de esia ciudad son casi tan vanos y estrambóticos com.o los de Chiapas; especialm.enie el placer de esla ciu– dad es aquel por el cual la provincia de Ni– caragua era llam.ada por los españoles "El Paraíso de Mahoma". Hablando de la opu– lencia y del com.ercio de Granada, el mismo autor dice en la página 421 de su obra: "En aquel año yo estuve allá, antes que acudiera a una ciudad india; en un solo día entraron seis recuas (las cuales eran por lo menos de trescienlas m.ulas de San Salvador y Com.a– yagua solam.ente, cargadas con añil, cochi– nilla y pieles; y dos dias después llegaron tres más de Guatemala, una cargada con pla– ta (que era el tributo para el Rey), otra -con

~zúcar y la oira con añil".

León tiene ahora cerca de 15.000 habi– tantes entre los cuales se hallan muchas de las familias más ilustres de Centro América. La ciudad está ubicada en una gran plani– cie, pero arquiiectónicamente no difiere gran cosa de Chinandega. Hay varios edificios públicos con alguna pretensión de elegancia. Sus iglesias son más numerosas y más gran– des que las de las demás ciudades centro– americanas, excepto Guatenlala; entre ellas la catedral de San Pedro, a que antes me re–

f~rí. Su techo ha servido de fortaleza en hempos de sitio y no hay meyor evidencia

q~e revele las luchas horrendas que han te– ;udo lugar a su alrededor, que los cientos de l!npactos que cicatrizan en sus muros vene– rables. Son éstos de una anchura inmensa y. ningún terremoto ha sido capaz de oca– clonarle la más pequeña grieta. Una de sus torresJue alcanzada por un rayo hace algu– nos. ano.s, que le destruyó la parte superior. El ,ntenor tiene la magnificencia impresio-

1icf:~o DomÍl~i~o ii:1andés; en la última época de su vida apostató del eato–

I N ReSidió. dUlante doce años en Nu.eva España y Guatemala Escribió

p~ lueva Reladon que (:onti~ne los viajes do Tomás Gage en la Nueva Espa~

en' 1:1~~:raa que s.e reflele .Wdh. cuya primera edición dehe de !haber salido Ubr i "Z V. el prologo esenio por Sinfor050 Aguilar para la edición de este

.o nc uído I;!u la "Biblíoteca Goathemala", vol XVIII Guatemala, 1946

nante, de las caiedrales europeas. Antigua– mente era muy rica en ornamentos, pero· ha– ce tiempo que estos han desaparecido. Nu– merOsas imágenes barrocas de la Virgen y de santos Se cus±odian en los grandes y vie.. jos nichos, y aquí y allá se ven mamarra– chadas de cuadros, com.o una burla a su an– tiguo esplendor. Arriba, en una pequeña galeria de piedra, está colocado un órgano desvencljado cuyos resuellos y desar±icula– dos acordes llenan el templo de inarmónicos ecos. El piso estaba ocupado por figuras in– móviles. de rodillas, con sus rostros viendo hacia el aliar, en donde dos sacerdotes se hallaban leyendo algún libro ritual. Las grandes cam.panas de la iglesia repicaban a intervalos, y sus nofas graves, con un fono apagado y sordo, re:;;onaban en las gruesas paredes. La iglesia de la Merced es otra conslrucción imponenJe, pero en modo algu– no comparable con la de San Pedro. Aquí nos encontrarnos con cerca de cincuenta feli– greses cuyas plegarias, apenas murmuradas, se oí.an corno el ronroneo de miles de insec– fas zUlnbando entre las arcadas. Las igle– sias de el Calvario, San Juan de Dios, San Francisco y la de la Guadalupe son, entre oiras. dignas de verse. En Subtiaba, aldea indígena aledaña a la ciudad. hay también una iglesia bien construida, y esto compren– de todo 10 que en la capital y alrededores pueda llmnar la atención.

Entre mis cartas de presentación había vaTias pEl! a Castellón, el Direcior Provisional del Estado. A la mañana siguiente a mi arribo le hice una visita. La Casa de Go– bierno estaba situada en una calle angosta, que arranca de la plaza de la Merced. Un guardia presentó armas cuando yo entré, y

un edecán bien vestido, respondiendo a mi

p,'egunta, me dijo que el Presidente se halla– ba desayunando, y me invitó a que tOrnara asiento en el corredor. El cuario estaba obs– curo y fria. era de piso de piedra, sin orna– mentos y en perfecto silencio. A los diez mi– nulos se abrió una pueda en el lado opuesto del cua.do y se me invitó a que entrara al apartamento contiguo, en donde, habiéndo–

me sentado, a los pocos mOlTIen±os llegó el

Presidente. Me presenté yo mismo y le en– tregué mis cartas, y luego sacó de su taba– quera un cigarro ofreciéndomelo. Castellón parecía tener más o menos unos cuarenta años; de baja estaiura, cuerpo con tendencia a la gordura, cara fina, franca y expresiva, cualidades agradables que se aumentaban con una consianfe sonrisa, casi femenina por su dulzura. Como una sorpresa, tenía los cabenos rubios y lisos, rostro ferso y ojos azu– les. Vesila pantalones blancos como la nie– ve, saco azul y botonadura de melal y lle– vaba pedrería en profusión. Después de me– dia hora de entrevista, 10 juzgué como el más cumplido caballero que había encontrado en el país. Como orador no había quien le ex– cediera, y corno diplomático su actuación de-

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