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fendiendo los derechos de Nicaragua frente a las pretensiones de Inglaterra, cuando era Ministro en aquel país, lo había hecho pro– minente. Gentilmente me ofreció cartas de presentación para el Presidente Cabañas, de Honduras, y para otras distinguidas familias de aquella república. El despacho en que nos hallábamos sentados era el cuariel ge– neral del actual Gobierno. Había dos mesas cubiertas con damasco roio, varias sillas y, como es común, una hamaca. Esto consti– 1uía iodo el :mobiliario.

Cuando dejé la sala el Presidente me ex– presó su simpatía particular y me insinuó que antes de que yo dejara el país podía ser– Ie útil. Desde luego, yo :me puse "a su dis– posición". En la sala, conocí al señor Jesús Baca, recién nombrado Ministro de Relacio– nes Exteriores, a quien enlregué mis despa– chos y cartas. Era un caballero bajo, activo, con la piel apergaminadmnente seca y con los ojos más negros y penetrantes que había visto en esta raza de ojos negros. Me pro– metió un salvoconducto especial, que dijo me serviría día y noche en cualquier paríe de la república. Mientras conversábamos se nos reunió otro funcionario del Gobierno, el se– ñor Pablo Carvajal, Ministro de ]a Guerra y Hacienda. (1} Fue tan pródigo en atencio–

nes como Inis ofros nuevos amigos y se me

puso a la disposición, ofreciéndome al mis– mo tiempo su casa.

Esio último es cuestión de costumbre en ioda Hispano América. Una elogiosa pon– deración de un caballo, una silla de moniar, una casa o una joya, generalmente obtiene esta respuesta: "Es de usted, señor' ' '.

Los extranjeros algunas veces interpre– tan literalmente esta cortesía delicada, con la consiguiente :morfiticación de quien la dice.

Los miembros del nuevo gobierno a quienes fui presentado, en su mayoría, pare– cían macilentos y agotados por el trabajo. Ellos, al menos, no estaban incluídos en la lista de perezosos que, comúnmente, com– prende a los centroamericanos. Esia expre– sión de agobio me impresionó corno rasgo característico de los hombres públicos del país. La cantidad de trabajo y correspon– dencia, añadida a los efectos debilitantes del clima, parece estereotiparse tanto en los na– tivos como en los extraños.

Antes de dejar California había recibi– do de un amigo una bondadosa carla de pre– sentación para el Obispo de León Don Jorge Viteri. Al llegar al país supe que había fa– llecido hacía algunos meses. Deseando es-

(1) Como Mlnlstto del Suptemo Directol D Flll.nC'.!SCO Cnste!l6n lo(rand6

In :odmclll contrata celebluda POI éste con llyron Cale para lucr soldados roez'ccnatios o. Nicaragup,: Wl1lker, op !\lit, p 151. .

ter en paz con el Jefe de la Iglesia, decidí hacerle una visita a su sucesor. (2)

Una muchachita gorda, descalza y me. dio asustada al ver un exiranjero, me invitó a que pasara a la sala del "padre". Des. pués de unos pocos minutos de espera regre. só y dijo que el "padre" estaba dormido, pi– diéndOIne que dejara la carta y que volviera, A mi regreso, dos horas despues, puso en mis manos la caria sin haber sido abieria, dicién. dome que su amo nunca abría la correspon_ dencia dirigida a una persona muerta, y que estaba exlrañado de que yo no me hubiera enterado en el Norie del deceso del señor Obispo. Comprendí que con mi ignorancia había ofendido las fórmulas eclesiásticas, y salí de ahí más avisado pero sin haber lo– grado ver al Jefe de la Iglesia. Uno o dos días más iarde, encontré al anciano yendo de la Caiedral a su casa, y para mi sorpresa, avanzó y se dirigió a ofreciéndorne un ci~

garra como paso preliminar para romper el hielo. Me pareció ver una persona agrada_ ble, bien educada y muy lejos del sacerdote fanático que yo me imaginaba. Mi falla consistió en no saber que el dignatario di. funio había sido sucedido por personaje tan prominenle.

Mientras estuve en León, recibí varias invitaciones y conocí lo más granado de la ciudad. Parece que hay poca diferencia en– lre la manera de vivir de aquí a la de Mé. xico. En el hogar del señor Norberio Ramí– rez, ex-Presidente del Estado (3), supe que esie caballero vivía retirado de las inquietu– des de la vida pública. Me hizo preguntas particulares en relación con los asuntos po~

líHcos de California y mostró tal grado de interés en el progreso del nuevo Estado y

una infonnación .tan minuciosa, que yo no esiaba preparado para satisfacerle. Predijo la separación eventual de California de la Unión, y eslaba tan ducho en el tema, que ±Uve que desistir del argumento. Se mostró extremadamente cauteloso al referirse a los asun10s internos de Nicaragua. Tiene la re– puJación de haber consagrado toda su vida al arreglo de los disturbios políticos del Es– tado, y nunca se le ha conocido otras miras que las más liberales y patrióticas a favor de su país. Era alto e imponente, de faccio– nes fuertemenle marcadas, de grave aspecto, pensativo y tenía una natural elegancia cuando dirigía la palabra, que no falta sino en muy pocos de los hombres dirigentes de Centro AmélÍca. La administración de Ra– mírez, se me dijo, fue la más pacífica desde

(2) El SI Obispo Viteri y Ungo falled6 el 25 de Julio de 1853 de un ataque de apoplejía f'ulminllnte, aunque cord6 el rumOl deque habín llído envcnenado Quedó gobernl\do en sede vacnntt' el Vicario General D Hila–

1 io Hcrdocin, el prelauo a quien WolJs no Iludo visitar: V Levy Noto!

U"co&,rlÍfiC8~. p 66

(3) En aquella época el jefe del Poder Ejecutivo de Nicarac;un se llamaba Director Suplemo La Constitución Politice. de Nic811ljl.ua de 1858, Que dero:r6 In cmitida en Noviembre de 1888, estnblccc que el Poder Ejecutivo

10 ejercer el Presidente de In RepúbHca: V, LllYy. op cit. p. 319

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