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Antes de dejar el salón se me hizo la oferla de que abandonara mi empresa V me uniera al ejército demócrata. Yo había resuelio, sin embargo, desde hacía tiempo, esquivar cualquier participación en las disenciones del país, al menos hasta que llegara a Te– gucigalpa.

Mi permanencia en León fue lo suficien– temente larga para poder ver sus aspeefos más interesantes y obtener una apreciación correcta de las caraclerísticas de sus habitan– tes. Los encontré imbuídos en aquella for– malidad y cortesía que siempre caracterizan al español, sociales y serviciales, y aunque sensibles a la condición desgraciada de su patria, extremadamente impresionables ante la opinión de los extranjeros. Se me pre– guntó una docena de veces si me gustaba Nicaragua, y como desde que desembarqué en Centro América decidí conservar mi san– gre fría y no enconirar defeefos en las gen– tes, a menudo gratificaba a mi audiencia con alguna alabanza, que parecía no por ser del iodo lnerecida, no menos aceptable. Al juz– gar por los numerosos artículos que salian en el periódico y por los varios folletos y ho– jas sueltas publicados y dejados en las puer– tas, no falfaba palriotismo. Desde el Presi– dente al más pobre vagabundo, todo el mun– do podía expresar sus ideas sobre la situa– ción del país, y todo el que podía leía lo que se publicaba. La prensa hace sentir su in– fluencia en Centro América.

En casa de un amigo observé que los ba– rrotes de hierro de las ventanas que daban hacia la calle habían sido removidos. Ave– rigüé que esto lo hizo el ejército democrático, que convitrió las rejas en postas y enviE\¡:1as a Ja1±eva se dispararon contra Granada. Las municiones estaban ahora escasas, y entre las varias propuesias que se me hizo, se ha– llaba la de que yo regresara a California a comprar varias ioneladas de pólvora para el Gobierno. Si hubiera estado dispuesto a con– vertirme en agente comisionista, mi remune– ración probablemenie hubiera consistido en las "gracias", juzgando el caso del Capitán Morion, un norieamericano que capitaneaba una goleta el servicio público, que en vano había estado esperando muchos meses por su pago; y también los de otros extranjeros que, aventurándose a poner en peligro su propiedad y sedvicios, se hallaban cansados y disgustados con la sempiterna contestación

de:. "Vuelva mañanal"

Por consejo de mi amigo el Doctor, de– cidí COlnprar en León los ariículos necesarios para mi viaje a iravés de las montañas de Honduras. En California un amigo mío, que había estado en Nicaragua en 1851, me de– salentó para llevar conmigo mi excelente

"montura" mexicana, asegurándome que io..

dos los arreos para caballo podrían obtener– se en Nicaragua sin inconveniente. Apenas

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1 independencia. De haber fenido éxito la a usa de Caslellón indudablemenfe que Ra–

~rez hubiera reasumido la presidencia al restablecerse la paz.

Entre los amigos más cordiales que hice n León estaba Don Francisco Díaz Zapata, euya franqueza de carácter le aseguraba la c'mpatía de todo el mundo a la primera en– Sl . f'l d d' ±revista. Graclas a su gen 1 eza se me e 1-

Ó un párrafo en la UNueva Era", el dem.o–

~rático órgano de publicación del Estado, ex– poniendo los objetivos de mi viaje, periódi. ca que como después comprobé, me había recedido a Honduras. En su residencia fui

~resentado a varias señoritas cuyas prendas gracia me hicieron recordar el ambiente ;rocial de mi patria nativa. Una de ellas eje– cutó varios valses y aires operáticos al piano, con una brillantez y buen gusto no supera– dos pues en Nicaragua los medios para ad–

qui~ir una buena instrucción musical son muy escasoS.

El terna principal en sociedad parecía ser el resultado probable del sitio de Grana– da, y en general la revoluc:ió!,,-, En estas con– versaciones las damas caSI SIempre tornaban parte. Era obvio que les afligía el femor de qlle las escenas de terror de la vieja guerra pudieran repetirse de un momento a otro, temor no enteramente injustificado de ocu– rrir un cambio en contrario a la causa de Castellón. Tanlo prevalecía esta idea, que la casa del Doctor Livingston fue convertida en depósito de arcas con valores, las que se almacenaban ahí en la creencia de que bajo la bandera norteamericana estarían seguros. Estando sentados en casa del señor Díaz Za– pata, llegó la noticia de que una de las prin– oipales iglesias de Granada había perdido sus torres en el bombardeo.

Un día, al regresar al alojamiento, me encontré con una nota conteniendo una invi– tación de Castellón para que fuera a verle a la Casa de Gobierno, a fin de tratar impor– tantes asuntos. Llegué allá y encontré a un licenciado de San Salvador, que me fue pre–

s~ntado como sobresaliente miembro del par– t1do liberal. Varias personas, civiles y mili– tares, se hallaban sentadas alrededor de la mesa, en donde estaban dispersos libros, plu– mas y papel, mientras uno de los presentes se empeñaba en explicar a los demás algu– nas cuestiones intrincadas sobre la ciencia de la artillería. Deseaban una estimación del c:,sto en California, de dos morieros, dos– Clentas bombas y los equipos necesarios.

Aunque no periec±arnenfe I'al corrienfe" en

tales materias, hice el cálculo, y en el curso de la c,?nversación, me sorprendí al saber que nadle en el ejército estaba familiarizado Ion la té?nica del disparo de morteros o con as cueshones más baladíes en relación con i

U uso, y ,;,hora veía por qué los servicios de os extranjeros se fenían en tan alia estima.

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