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« Previous Page Table of Contents Next Page »y. después de un largo y serio reclamo al ofi; cml de turno pudo recobrarlas.
!" la madrugada siguiente, me despertó alg'yen. qu,:, m,; :lomaba ?e la ma>;ga, y al abnr mlS OJos Vl a Pablo Jun:lo a ml hamaca con una vela encendida y una taza de cafá calien:le. A los pocos minutos toda la casa es1aba en rnovlrniento, las mulas fueron en. silladas, dije adiós, y en compañia del Doc. tor y de airo residente de León, salimos a la calle silenciosa, justan'lente cuando una faia de luz anunciaba el alba. Los únicos soni.
9.08 que oíanlos cuando despacio salíamos
de la ciudad eran las distantes notas de la campana grave y el lánguido grito de "Aler.
ta!" del centinela. El aire estaba suave y
delicioso. El zumbido de Iniles de insectos
levantándose enfre los obscuros monies por
los que pasábamos producían una música somnolienta, de acuerdo con la quietud de la hora. Cuando el Oriente Se tiñó con los
rayos de la aurora se nos reveló un paisaje
como jamás 10 había presenciado.
había arribado a San Juan del Sur, cuando descubri la falacia de ial consejo y hube de arrepentirme duranie ocho meses de no ha–
berme proveído de este artículo fan esencial.
No se pueden adquirü en el interior de Cen– tro América buenas sillas de montar. Un re– medo de este arllculo: la albarda, puede ser habida por seis u ouho dólares, pero en for– ma, maierial y comodidad es distinta a la
famosa silla de Hloniar mexicana, y para via– jar por las sierras es todavía n18nos conve– niente que los modelos inglés o arnericano.
Todo ciudadano en el país tiene su silla de
rnon±ar, considerando casi una descoríesía 01
iniento de pedírsela presiada, aun cuando pocas se tienen para la venia. En Nicara– gua, la autorización (por no llamarlo con una palabra dur!"-) para requisar mulas y ca– ballos donde qUlel'a que se encueniren, com– prende también las sillas de montar y las al–
bardas; consecuen:i:ernen±e, era con la rnayor
dificultad que uno podia obienerlas. Todo un dia empleé en conseguir con la ayuda de dos de los sirvientes del DoC±or los arreos pa– ra un caballo. El forraje era igualInente es–
caso, y ashnisrno era peligroso poner 109 ani– rnales en potreros; necesaTÍo era darles el fo–
rraje en casa, a cuyo efecto habia que com–
prar manojos de zacaia a razón de medio el
manojo. Entro en tales de:lalles a fin de que el futuro viajero sepa lo que le espera en Nicaragua.
Lentamente fuimos subiendo una cuesta en el camIno desde donde se podía mirar la extensión del llano, cubierto con innúmera variedad de árboles presentando todavia a la luz mortecina de la mañana una masa de frondas. Hacia el Poniente contamos cinco
volcanes imponentes irguiendo su majes±uo.
sa belleza, con sus picos espesamente subier– La víspera de mi partida una de las Inás tos de nubes gr.is,:,s. Sus fo~mas cónicas, per– fuertes tormentas que yo haya visto cayó en feC±amenle def1nldas, pareClan de un azul in· León. Las casas al airo lado de la calle ape- tenso, que ya por el resplandor centelleante 1l;as si podían verse a iravés de la espesa cor- del cielo al Este o por los tintes rosados de Ílna de agua, y las calles se convirtieron en la humedad del follaje que cubría sus faldas verdaderos arroyos. Fue considerada corno chisporroteaban y pestañeaban a la luz ma– la más copiosa del año. La cantidad de llu- tinal corno grandes mantos de un azul puro via que cae en tlna esiación lluviosa es muy púreo, salpicados de brillantes. Este efedo grande. En la hacienda "Polvón", del Doc- opalescen:le no duró sino pocos minutos, pues :lor Livingston, donde él tenía un hidrómetro cu,,;ndo ,:,1 sol eu:pezó a iluminar el paisáje cayeron en 1853, del 9 de Septiembre al 19 alla abaJO, el vacilante azul de las montañas de Noviembre, ochenta pulgadas de agua. dió paso a un verde intenso y todos los pi· en un dia cayeron dieciocho pulgadas. S~ cos se destacaron nHidarnenle en el horizon· me dijo que en Chinandega hacían caído en te. Los ojos no se can:3a~an de contemplar
s~ete dí""s tres pies, y el DoC±or calculaba que tanta belleza en el palsaJe. La escena en– mento mncuenta pulgadas no era exag81ación tera :lenia una suavidad y una delicadeza de para un periodo de seis Ineses. En las reaio- perfiles, una rotunda y variante belleza que nes montañosas del país algunas veces 'l1u- ninguna descripción sería capaz de pinfar. vias repentinas hacían crecer los ríos tanto Inadvertidamente nos deiuvhnos y la con· que por muchas horas iznpedían el paso a templamos, corno si fuera la transición de los correos peatones del Gobierno. Con el una vista que se disipa. La mañana, echan– cese de la tormenta los ríos usualmente ba- d? a un lado su manto de aljófar, se confun-jan de nivel. dlO ca nla llamarada de zafiro del día.
En la misma tarde, el señor Baca me vi- Pájaros raros volaban a lo largo del ca· sitó con un salvoconducto especial. Apenas mino; una manada de loros reales de cresta se habia marchado cuando Chico, el lnucha- amarilla, sorprendida por la súbita aparición cho, eniró con su rostro pálido diciendo que de nueslra cabalgata, Se agitaba ruidosa–
mieniras él llevaba a abrevar los caballos, m.en±e enfre los árboles más altos o nos eS~
los habían agarrado y que pudo él escapar piaba a hurtadillas desde las exhuberantes d,,; que 10 enganc;haran ocultándose y co- hojas con cuyo color esmeraldino se confun· rnendo luego hacla la casa. Yo casi daba dian. Las priIneras cuatro horas de mi via· por perdIdas las bestias, cuando el Dador je fueron las Inás deliciosas de mi vida No al saber 10 ocurrido, se llevó a Chico consig'; podía evitar el sentirme encantado. Hasta
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