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jos más allá de Comayagüela, es traída a la ciudad por este puente. El puente tiene diez arcos y sobre él hay una calzada de cuatro varas de ancho y cien de largo. Está cons– truído de arenisca, que se trabaja fácilmente y se endurece cuando Se expone al aire. La balauslrada, que tiene cuatro pies de alto. es de piedra tallada (1). Toda la estructura es sólida y decididamenie hispana. Se levanta a cuarenta pies sobre el lecho del río y es de suficienle resisiencia para admitir el paso de un tren de carretas.

Generalmente sopla una brisa fresca que llega desde las montañas que dominan el va– lle. Abajo, las aguas están animadas con los bañistas, tanlo en la mañana como en la tar– de, gritando y sumergiéndose en las ondas, algunos llegan con mulas para bañarlas y darles agua o meten sus caballos a las partes más hondas y nadan montados en los lomos de los animales. Aquí una multitud de chi– quillos se tira en la rápida corriente como si fueran de las islas Sandwich, allá un viejo decrépito, que más parece mandril que un ser humano, acuclillado en una piedra, pau– sadamente se echa agua con un huacal. En media milla hacia abajo del puente la mi– rada se encuentra con grupos de bañistas, de

ambos sexos, lanzándose en las espumas,

combinando sus gritos alegres con el ruido murmurante de las aguas.

La rara presencia de un extranjero en Tegucigalpa hace de éste objeto de especu– lación y notoriedad mientras cruza por las calles. Contestar los numerosos saludos y

los "Buenos días, caballero" es, para un nor–

ieamericano, fastidioso y al mismo tiempo enlreienido. Costumbres que en cualquiera otra parte del mundo se calificarían como impertinentes, aquí son hábitos corrientes del lugar y deben pasarse por alto. La gente tiene la costumbre de pararse cerca cuando

uno está conversando con un atnigo a fin de

escuchar, de buena fé, sus palabras. En va–

rias ocasiones, cuando yo intentaba mirar fi–

jamente a los entrometidos para advertirles de su impropia actitud y requería de mí mis–

m.o iodo mi "hauieur" para la ocasión, les

veía, más, bien. lisonjeados al notarlo y tal vez sonriéndose con íntima satisfacción. Es–

en su manera de ser, pensaba'yo, y de ahí

que no intentaba privar a estos holgazanes callejeros de esta su prerrogativa, consagra– da por el tiempo. Aislados del mundo y con escasas noticias del exterior, cualquier peque– ña información se considera por ellos como de propiedad pública.

Los habitantes, aparte de los miembros dignos y en exiremo corteses de las viejas y

ricas familias, muestran una extraña cOrrtbi-

(1) El puente M1l1101, tal como Wells 10 conoció. se llprce-ia bastante

bien en las magníficas ilustlaciones que enriquecen el Primer Anuario Esta~

dístico PUl el Dr Antonio R Vallejo Tegucigalpa, 1893, PD 41 Y 44

nación de urbanidad, sencillez, sutileza y

desfachatez Y. sobre todo, una indescriptible indiferencia en sus rostros, que confunde al extranjero hasta que a éste, por fuerza de la costumbre, Se le hace familiar, Se paran a es– piar dentro de las ventanas para escudriñar a uno en el acto de vesíirse, Y al encontrarse con los ojos de uno, Se vuelven Y hacen una. reverencia digna de un Chesterfield, ponen sus hogares Y todo lo de ellos a nuestra "dis_ posición", pero están prestos a redondear al

siguiente día cualquier negocio leonino a cos–

tillas de uno, Y así hasta el fin. Como todos los españoles o mestizos españoles, son gran. des tahures, Y si muchos se han arruinado por este vicio. pocos escapan de su influen_

cia. Esto les viene de sus ancesfros; y en re–

lación con los hábitos de pereza en un gran sedar de la clase media, debemos estar me– nos dispuestos para censurarlos, por el hecho de que las frecuentes revoluciones destruyen todo eslímulo de m.ejorar la agricultura y no habiendo entretenimiento público alguno, es verdaderamente natural que caigan en la ta– hurería, que es uno de los pocos pasatiempos en el país. A menudo ví hombres descami– sados quienes me fueron señalados como víc– timas de este vicio, hombres que en ohos tiem.pos se hallaban catalogados entre los más ricos de la vecindad. En descargo de Honduras debemos decir que el juego que Se lleva a cabo allí no es una pizca más del que se practica en las otras repúblicas de Cenho América.

Hay un salón de billares muy bien dis– puesto en una de las calles principales de la ciudad, pero no ví que los jugadores desple– garan en ningún caso alguna habilidad o

conocimiento.

Abundan los mendigos. Los extranjeros son los principales objetos de su ataque. "Por el amor de Dios" dicen en un tono las– tÍInero en los oídos de uno cuando menos lo espera. Tienen licencia para dedicarse a su oficio los sábados, aunque no limitan sus pe– ticiones a solo ese día. En el "día de pedir

limosna", uno Se ve constantemente asedia~

do por el cojo, el manco, o el ciego, y en una ocasión me sorprendí al ver entrar dos solda–

dos conduciendo esposado un prisionero, a

quien Se le había permitido este método para mejorar su condición. Sus guardias, segu– ramente, dividían con él las ganancias del día.

Oho método es el de la VIeja que entra en la casa de alguien y Se sienta en una es– quina después de haber colocado tranquila– mente una paquete de cigarrillos de papel en la mesa. Si alguien tiene inclinación ca– ritativa, torna los cigarrillos y le paga a la peticionaria lo que él guste, si nó, despuéS

de esperar cinco o diez 111inu±os en vano, sin

proferir palabra alguna, la visitante toma su

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