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« Previous Page Table of Contents Next Page »cidas por el tumulto del fondo. La profUn_ didad es de unos treinta pies y se conoce co– mo El Pozo. La operación de pescar se re– duce a poner cebo y lanzar el anzuelo, ha– llándose el pescador sentado en una roca o bajo la sombra acogedora de un frondoso ár– bol. En verdad, el aríe de la pesca es poco conocido aquí y en todo Centro América. Hasta hace poco, los habitantes de la Bahía de La Virgen, Granada y Amapala, se habían
casi privado de com.er tan delicioso manjar
corno es el pescado fresco, por no darse la molestia de atraparlo.
A los pocos uúnutos estábamos en los barrios de la ciudad y llegamos a El Pozo, donde nos subimos sobre el cantil de unas
piedras y echamos nuestros anzuelos, pero,
por algún motivo desconocido nuestros es– fuerzos no fueron compensados por el éxito. Santiago me dijo que los peces "picaban per– feciamente en los días de fiesta", exagera– ción religiosa que no intenté contradecir. Después de una hora de ensayar por más de
veinte veces, en las cuales la carnada era
arrebatada del anzuelo, aumentando con ello
nuestra excitación, concluímos creyendo que
los santos habían frustrado la pesca los días domingos, y enrollando nuestrOs hilos segui– rnos corriente arriba hasta un punto en don– de, según Se me dijo, ocurrió un milagro. Aquí la Virgen, se asegura, depositó la ima– gen de un santo, para el que luego se pro– puso la erección de un santuario.
El panorarna ~ra de aquellos que cons, tan±emente proporcionan delicia y embelese> al forastero. Una ribera limpia y hermOsSl a cada lado; el agua pura y olara; las rnár~
genes flanqueadas con árboles de amate, guapinol, guajiniquil y varios otros; un blii– sa suaye colocándose por entre las fron~a .. ; una muralla de esmeralda fropical limitan, do la vista a cada lado, en el cual· "mu9hos seres emplumados se posaban denfro de. lSl quietud" como únicos testigos de nuesfra ya, gancia; luego el centelleo de los rápidos arri– ba, apenas visibles a fravés de las hojas; el solemne tañido de las campanas de las igle– sias llevando débilmente por los aires, cru– zando por los barrancos desde la ciudad y lleyando nuestra imaginación hacia las ca– pillas protestantes de Nueva Inglaterra con el tañido de las inquilinas de sus viejos cam– panarios. Honduras abunda en lugares quie– tos para la pesca.
Un día estaba yo sentado en mi hamaca leyendo la última "Gaceta de Guatemala", cuando una risa estrepitosa en±erílmenfe dis– finta a la risita sumisa de los centroamerica– nos acompañada de juramenfos en Un in– glés impecable, me demostró que no eríl yo el único norteamericano en Tegucigalpa. Apenas tuve fiempo para llegar a la puería, cuando una persona robusta me dio un fuer-
-91-.
En el mercado de Tegucigalpa a veces se encuentra muy buen pescado traído del Río Grande y de algunos de sus tributarios. Hay varias especies de truchas llamadas "moja–
rras", albures, y una que se asemeja a la
perca y Se llama "guapote". A poco más o menos tres leguas de la ciudad hay una la– guna artificial, como de cuafro cientas yar– das en cuadro y construída por los indíge– nas de Comayagüela para fines de irriga– ción (1). Allí fueron echados algunos peces y se multiplicaron tanto, que a los pocos años personas de Tegucigalpa iban allá para pes– carlos. Existe una supersfición entre los in– dios y es la de que tanto la laguna corno sus habitantes de escamas estaban bajo la divina protección de su santo patrón. Bien contra su voluntad, los peces fueron cogidos y al si– guiente verano vino una sequía lerrible. Se envió una delegación a Tegucigalpa a pedir que se duplicara el número de peces en la laguna, y se encendieron por cuenta de la ciudad cien velas, a fin de aplacar la cólera del santo. El dinero se reunió por suscrip– ción popular y la laguna fue repoblada con los peces traídos del Río Grande, en n"ledio del regocijo de los comayagüelas. El río da una gran variedad de peces y en una ocasión decidí probar suerte.
. En compañía de Santiago, uno de los sir– v:entes de Don José María, ví un lugar apro– Plado para la pesca, llamado La Piedra Gran– de a una milla de la ciudad. El río aquí co– rre dos grandes cerros arbolados y se empo– za, para salir después por su angosto cañón
y lanzarse ruidosamente en una sucesión de
,:,spumosos rápidos. Unos trechos más aba–
JO forma una poza profunda y quieta, en la que desde arriba se ven las burbujas produ- -
(1) La Laguna del Pescado? o la del Pedl'egnl?
las facciones dulces de los centroamericanos.
Era bajo de estatura; sus m.anos y pies, dimi– nutos, podrían ser envidiados por una dama;
y 10 que es raro en este país, tenía los ojos azules y los cabellos rubios. Tenía, asimis– mo, una indescriptible expresión de crueldad en sus labios delgados. Habiendo fracasado una revolución que encabezó él en Guaiema– la, escapó a Honduras y se alistó bajo las ór– denes de Cabañas, considerándolo el viejo General corno su mejor oficial. Se le dió car–
fa blanca, y con una especie de cOluisión am–
bulante en el país, generalmente hacía re–
pentinas incursiones sobre el enemigo -que no sospechaba su presencia- y en las cua– les resuIfaba victorioso. Su nombre era te– mido en J as fronteras de Gracias Con sus
aventuras, perfectan1.en±e auténticas, se po–
dría escribir un libro muy interesante. Se dice que Rubí ha jurado dar mueríe a Carre– ra, el Presidente de Guaiemala, por daños que éste le infringió a su familia hace algu–
noS años.
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