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« Previous Page Table of Contents Next Page »a mis insinuaqiones con una mirada de sor–
presa hacia tal apresuramiento indecente, eminentemente antihispano y fuera de la ru– tina ordinaria de los nFigocios. Cada día me
convencía !TIás y más de que el Hempo, ines– ±iInable para los norteamericanos, era aquí considerado como una institución expresa–
mente creada para pasarlo tan fácilmente como fuera posible, y articulo sin valor. Nunca se le tqma en cuenta para ningún ne– gocio o cálculo, y una persona que intente
c9;ntrariar los lentos movimientos que se
acostumbraron desde los buenos tiempos vie– jos de la colonia, se le consideran corno falío de dignidad diplomática.
Sabiendo yo que era inútil apresurar a
los comisionados y resolviendo no ir contra la corriente, pasé varias sem.anas muy agra–
dables visitando las minas de plata del de– partamento y viajando a caballo por invita–
ción que !TIe hicieron los dueños de varias
haciendas de la vecindad.
Mi viejo amigo el señor Ferrari me ha– bía presionado a menucJ,o a fin de que visi–
táramos su haciencla de cp.ña, conocida con
el nombre de "El Sitio", a poco más o m.enoS
dos leguas de Tegucigalpa y en el camino que va a Cantarr",nas. Una larde me llamó y prometió ml3ndarme su macho favoriío (bonito animal que le cosió $ 200.00) a la
mañana siguien.te. Texnprano mon.té, y me
dirigí haCia su casa, donde encontré al viejo seño¡.- ya con las espuelas puestas, esperán. dome. Después de tornar el desayuno sali– m.os para Santa Lucía. Don José tomó la delantera en Sl:¡. andadora y, saliendo de la cíudad, segui",qs el caminp hacia una región montañosa, c;ruzando a ve,:es fér1iles lla.nu– ras, Y. ptras yendo a lo l",rgo de las orillas del Río Chiquito, que nace en las montañas de S",n Juancito, a seis leguas al Sureste (1)
de la ciudad. Las viej",s crónicas de Tegu– cigalpa nombran este pequ0ño río, como
l/Río de Oro"
r mas no pude cQmprobar si en
él había oro para justificar eS0 nombre. Pa–
samos por numerosos "ranchos" desHnados
princip",lment0 ",1 culiivo del rn",íz y de le–
gumbres, y por pequeñas ITlanchas de caña
de azúcar en dos o tres lugares. Una brisa
acariciaba nuestros rostros cuando avanzá–
bamos rápidamente por el valle. En las fal– d",s de las montañas azuladas que nos rodea– ban entre nubes podían verSe varias parce– las cuHivadas que mi compañero dijo eran trigales.
Luego salimos a una g",rganta tapizada de verde donde don José me señaló el pri-
Reyes El Dr Rosa. etítico inlpmcial de las cualidades y flaquezas del fUIl– dadot de nuestra Univf!rsidad. en lugat de vituIJelarlo lo encomia al rlech que "no atesoraba ~ sostenia el culto a sus expensas. y los pobl'es formaban parte de su numet'osa familia Reyes €ta el tipo perfecto del sacetdole evangélico" Biografía dt p 17
(1) Noro~lIte_ N. del E
mer molino de trigo que yo había visto en el país. Se le hace trabajar aC±ivamente después de la cosecha. Lo impulsan las aguas del río Chiquito, que aquí desciende rápido, par", unirse después al Río Grande en Tegucigalpa. Al cruz",r este valle y bor–
deando un cerro em.pinado, mi compañero
se paró y me pidió que escuchara un rechi_ nar y grifería distantes que, me dijo, produ–
cían los "muchachos" que molían caña en
su "h",cienda". Un momento después la fin–
ca misma apareció a nuestra vista. El viejo
señor se tornó doblemente locuaz al hablar
de sus posesiones, y a fé mía, que no podía
sino estar orgulloso de ell",s. Es dueño de ochenta "caballerías" y sus plantaciones Se extienden por toda la tierra arable que po_ día abarcar nues±ra mirada. Llegamos al final de una avenida de árboles frutales y fui presen±",do ",1 mayordomo, que el' ' ' ' el hijo mayor del propietario.
Una descripción de esta hacienda v",l– dría para cualquiera otra grande y bien or– ganizada en la república. Los edificios son todos de adobe y consisten en una casa de habitación con seis cuaríos en el piso de aba– jo, cu",lro lnás pequeñ",s que ocup",b",n los trab",jadores, dos bodegas y una destilería. El edificio principal estaba nífidamente en– ladrillado, cuidado y rodeado por un corre– dor empedr",do. Todo en el lugar traducía la frugalidad y riqueza de su dueño. La desfilería cont",ba con varias maquinarias inglesas ±raídas a lomo de mula por las mon– tañ",s, desde la Bahía de Fonseca. En el in– genio adjunfo pude ver un pequeño trapiche hecho en el país. Consis±1a en una serie de cilindros de caoba que Se movían en sentido contrario, por entre los cuales se hacen pa– sar las c",ñas par", extraerles el jugo. Las calderas er",n de cobre. El sisiel'na que aquí se usa para la fabricación de panela no di– fiere materialmente del que se emplea en Cuba, salvo las modernas mejoras que allá se han introducido. La mayoría de las fá–
bricas, no obs.l:ante, son apenas mejores que
los burdos inventos de los primeros coloni– zadores.
En Honduras la caña de azúcar crece sin
resiembra por veinte años consecutivos Es
de una calidad excelente, alcanza una alfura mu y nofable y de ella puede fabricarse la mejor azúcar. Ningún proceso de refina– mien!o se ha l1ev",do '" cabo en el país. La hacienda esiaba completamente rodeada de árboles frondosos, muchos de ellos cargados de frutas que inviían ",1 hariazgo. Un na– ranjal cercano a la casa se hallaba, liter",l–
mente, abrumado con su dorada carga, mu–
cha caída ya al suelo. Había iambién va– rios duraznos que corno experimento había plantado el señor Ferrari. En esta hacienda se dan, corno en las arras fincas de la sierra,
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