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sobre las posibilidades de publicar mis im– presiones en un libro o informe que incluye– ra iodos los hechos que vinieran a mi cono–

cimiento. Todos los días me enconrraba con

personas respetables que, al saber el objeto

de mi visita al país, inmediatamente entra–

ban en conversación sobre él y repetían las tradiciones de la riqueza del famoso "río de

oro" lo que, si no hubiera sido por la fre–

cuente verificación de tales aserias en la tie– rra del oro, que yo había dejado recien.te– mente, me hubiera hecho dudar de la since– ridad de mis informantes. ¿Por qué tales

"placeres", si como se me informaba, exis–

fían en el Guayape y sus afluentes, no se ±ra– bajaban? ¿Por qué no eran conocidos en el

lTlundo? ¿Por qué los rnisrnos narradores,

con el conocimiento de tales hechos no se dedicaban a ellos? ¿Por qué los coriadores

de caoba que se comunicaban con la costa

Norie nunca los hicieron públicos? y ¿Por

qué el país no era invadido canto California

por los aventureros buscadores de oro? Eran

pregun.tas que entonces, corno lo habla he–

cho antes, me hacía a nú mismo A esias

muy naturales preguntas, la respuesta es que

nunca han. existido entre los olanchanos, :me–

dios ni capacidad ni inclinación para buscar

la riqueza en los suelos que se hallan bajo sus pies, igual que los de California bajo las huellas de los indios, no desarrollados des– de épocas remotas hasta tanto la mano de la indusíria no los hiciera provechosos; y también porque durante dos siglos desde la conquista del país, Olancho, que es una con– tinuación norieña de la cosía de La Mosqui– tia, ha estado apariada de las rutas del co– mercio. Igual que las regiones aisladas de La Mosquitia, sus sierras y llanos ganaderos

han permanecido en la rnisma condición pri–

mitiva que ocuparon cincuenta años después de las priIneras colonizaciones. Todavía se

encuentran los rastros de los trabajos de los

viejos españoles en las ITIárgenes de los ríos, consisten.tes en burdos instrumentos y soca–

vones profundos. El país, salvo por unas po– cas leyendas deformadas, ha sido tierra des– conocida para el mundo.

Pocas personas saben adualmenie de su

exislencia y ni uno enire diez de los geógra–

fos mejor informados ha oído de "Olancho" o de su capital Juticalpa. Aún Tegucigalpa,

que es ciudad de consideración y situada en

la parte mejor conocida de Honduras, hasta hace poco no aparecía en los mapas de Cen– ±ro América. Menos aún han Mnido interés en penelrar de la cosía del Mar Caribe al interior del país, lejano y desconocido; y en el liiorial del Pacífico los escasos barcos ex– ±ranjeros que visitaban la cosía con propó–

sitos cOInerciales, antes de los descubrimien–

íos de oro en California, meramente tocaban y salían. Olancho, hasta hace pocos años, ha sido en verdad "un libro sellado"; los ha– bitan±es del resto de Honduras parecen estar

tan ignorantes de su valor corno lo están los extranjeros, y nadie da sino confusos relatos del Guayape y sus "placeres". A lo anterior

hay que agregar que existe una aversión ge–

neral para visitar Olancho debido a la su– puos±a celosa aC±i.tud de sus indios y su egoís–

:mo en cuanlo a la explolación del oro, y el carácter inclolenle por naluraleza de los hon–

dureños; y 8e explica fáciln'l8nie por qué los ciudadanos de otras secciones del Estado no

han in!en±ado el desarrollo de sus minas

Los cortes de caoba en las márgenes de

los ríos Guayape, -Wanks y, claro está, de ±o–

dos los demás ríos que riegall la parte orien–

tal do Honduras, daJan de pocos años. El

primero que se organizó en los ríos Guayape,

Guayambro y Jalán, quo forman en conjun.to el río Paiuca que desomboca en el mar Ca– ribe, fue en 1848 y 01 trabajo se llevó a cabo

con negros jalnaiqueños y cenlroarnericanos, gentes que no estaban capacitadas para de– sarrollar las minas de oro ni para hacer cir– cular las noticias de la existencia de ésias.

y los pocos traficantes en tortugas y caoba

que hacían vjajes por los cayos enire el Ca–

bo Gracias a Dios y Belice escasamente eran idóneos corno rnedias de información al res–

pedo o en cualquier otro, y ±arnpoco hubie–

ran sido creídas sus aseveraciones. Así se

comprende por qué la riqueza mineral de la parie oriental de Honduras ha permanecido confinada al conocimiento de muy pocas per–

sonas, por cuyo lTIedio vino al mío. La fa–

ma del río Guayape, no obstante, no era des– conocida para Ingla±erra y el deseo de po–

sesionarse de este país, en unión de los in±e– reses rnadereros de numerosas finnas ricas

de Londres, puede ayudar a explicar la per– tinacia con que la Gran Bre±aña se ha afe–

.rrado a la aparentemente inservible costa de

Honduras.

Que uno de los mejores países mineros

del mundo, situado en la vía natural de

nuestra ruta comercial, haya quedado sin ocupar por los norteamericanos es inexplica–

ble a no ser corno un paralelo de aquella misma negligencia que los dejó sin descu–

brir hasta hace poco los ricos yacimientos

auriferos de California y Australia Al pre– sen±e, los proyedos colonizadores do los an– glo-sajones están regulados o al menos gran– demente influenciados por los descubrimien– íos de me±alos preciosos. Es.tos proyectos son a veces imprudentes y desafOltunados, que

han costado inm.ensas sumas de dinero y vi–

das de muchos a.ventureros cuyo enfusiaslTIo

excedió a su sagacidad. Las condiciones pa–

ra un rápido y comploto éxilo en el es±able–

cimiento de una colonia minera son ires: que

los habitantes de la región que se va a colo–

nizar sean demasiado pocos en número pa– ra que no incomoden a los lnineros, como

fue el caso de Califprnia, o que tengan bue– na inclinación de ánimo hacia ellos a su arri-

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