This is a SEO version of RC_1965_01_N52. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »me vi subiendo de nuevo las esíribaciones
ásperas de las moniañas, inhalando oíra vez
las brisas suaves y estimulanies de las Herras altas, con "n1.is apuntes y mi bolsa" bien re– pleíos, en mula,? de buena clase, con compa– ñeros alegres, un paquete de excelentes car– ías de preseniación para los principales "olanchanos", y el favor del Gobierno y de las principales familias para ayudarme en la empresa. Nue'síro "equipaje" esíaba dividi– do enire dos mulas de carga, una llevando la.$ provisiones y la olra nuestra ropa, ins±ru– meníos y avíos de viaje. A una milla de la "Parroquia" cruzan10S el Río Grande y de ahí subirnos hasía mil pies sobre el nivel de la ciudad. Desde esía cumbre partirnos hacia la aldea de Río Abajo, si±uada corno a dos leguas al Noroeste de Tegucigalpa. Por ha– bernos detenido en dos ocasiones para hacer unos boceíos, nuestros muchachos -se adelan– faron bastante con las lTIulas de carga; y rea– nudando nueslro can1ino los hallarnos dispu– íando con una escolia de recluíamienío. Las mulas habían sido ya descargadas y un gran peloíón de soldados rodearon la desconsola– da comiHva, ahora aUn1eníada con el padre de Roberlo, y iodos griíando a pleno pulmón. Los mosqueíes se rnanejaban furiosameníe y en lTIedio se encontraba mi sirviente re±or– ciéndose las manos, personificando la aflic– ción misma. Fue cuando séllimos de una cur– va del camino que súbii!'J.meníe apareció es– ta escena pintoresca. Galopamos hacia el lugar, mienlras Roberlo y su padre corrieron a nuestro encueníro, salpica""do saliva y ges– ticulando corno locos. Mientras escuchaba yo su relaío, un 'oficial, algo mejor vestido que el resio, se me aproximó.
"Señor", -le dije- áde qué crirnen se
acusa a mi sirvienle para que le detengan?
"De ningún crhnen, caballero", repuso el oficial, "pero el Gobierno rne ha dado la comisión de enganchar soldados para el ejér– cito, corno también para requisar íodas las lll.ulas que encuenjre en los caminos, y no hago oira cosa que cumplir con mis instruc– ciones".
"Pero", agregué yo,
11
¿no está usted en– terado de que yo viajo por el país bajo la protección del Gobierno? Mire, aquí está mi pasaporíe corno Cónsul de Honduras y aquí Hene usted cartas del propio Señor Presiden–
±e" .
"En ese caso, caballero, yo lo pongo en liberíad, pero aquí viene mi jefe superior el Coronel Rubí".
y en verdad, por un ramal del camino apareció en aquel rnornen±o, con una comi– tiva corno de doscientos hombres en filas de dos en dos, sucios y en harapos, y por todo las criaturas más desharrapadas que hasla
entonces había vislo en el país. Al recono_ cerme, el coronel Rubí aceleró su caballo y
al ver, rápidamente, el estado de las COSéiS. llamó fuertemeníe la aíención a su oficial por su eslupidez y luego, obsequiándon1e un pu– ro, me suplicó que no le diera imporíancia al asunto. Mientras tanío los hombres volvían a cargar las mulas y tuve tiempo para pre– guntarle a mi amigo el Coronel el objeío de estar enganchando, corno había oído
"Esta es una frista anomalía en su de– cantada democracia", le dije.
"Oh, en cuanto a eso" me repuso, "esto se hace en todo Centro América; el país tiene que defenderse, y además nosotros paga– rnos. El General Cabañas se convierle en pa– dre de estos pobres muchachos, pero a pesar de todo lo que él hace por ellos, aprovechan la primera oportunidad para huír y volver a sus hogares. Puede usted creerlo, que hace sólo dos semanas que el Coronel. venía de Yoro con cien reclutas para el ejército y és– tos Se le sublevaron en el camino y tornaron las de Villadiego, huyendo a los montes y dejando a mi Coronel enteramente solo".
Yo 110 podía culparles de esta natural re– sistencia, pero le pregunlé: "¿Han penetra– do usíedes en Olancho con el fin de coger sol– dados?·",
"Caramba, Nó!", replicó el Coronel con su sonrisa torva. (lEsos olanchanos son unos diablos! Portan grandes macheíes y fusiles, y cuando son muy pocos pelean y se escon– den en las moníañas con los indios. No, no; nunca nos atrevemos a engancharlos; son muy "bravos" y están totalmente fuera de nueslro dominio. Hace rnuchos años el Go– bierno invadió Olancho, pero fue "la prime– ra
rr y lila úlfima vez", añadió con un lnovi~
miento significativo. "El Gobierno tiene mie– do a los "olanchanos", dijo después de un momento de silencio, "se consio.eran a sí mis~
mos como una pequeña república indepen– dieníe" (1).
El Coronel rió de mi proyecto de suscri– bir varios conlraíos con los Zelaya y me re–
pitió el viejo refrán centroamericano: "Olan· cho ancho para entrar, angosto para salir",
advertencia que, si era aplicable a la fasci– nación de sus mujeres o a los peligros ocul– tos de la región, yo estaba poco dispuesto a tornarla para mí mismo.
Los hombres enganchados se pusieron
de nuevo en movimiento, el Coronel los vió pasar en su camino hacia Tegucigalpa y lue-
(ll Lo que lwsaha, y Sigile paganuu pala dcsglacia de Honduuls, es
rplC la falta de bllenos caulinos de fácil ar.{'.C30, de he(['J pone fllel:a del di recto e inmediato conhol de las autoridades ccntrak's- a lugares donde impe· !.1m fllnciunnrioo nrbitl arios y tlé.3potas que, nlgunlm vecc.~ con la tolerancia o el beneplácito de aquellas, se el ¡gen en caciques, señores de vidas y ha· deudas
-104-
This is a SEO version of RC_1965_01_N52. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »