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« Previous Page Table of Contents Next Page »go con un alegre "adiós" espoleó su caballo para seguirnos. Pronto lo perdhnos de vista.
Habiél~dose lisiado una de nuestras mu– las resolví lnandar por otra a la ciudad, lo
qu~ nos atrasó hasta por la tarde. Corno el próximo poblado, San Diego de Talanga, es– taba ocho leguas adelante, considerarnos pru– dente pasar la noche en Río Abajo. Fueron descargadas las mulas pero las dejarnos den– tro del corral de nuestra posada, la casa del Señor Laínez, padre de Roberto, donde nos prepararnos a pasarlo cómodamente entre niños chillones, pulgas, ruídos indescripti– bles y la quintaesencia de la suciedad. Hay once casas en Río Abajo. En un montículo
Cel"CanO a la casa, Don Donúngo Fulano, es–
taba fabricando jabón de la carne de un ca– bro, dándole vueltas a la mezcla con un palo mientras se cocía en un fuego crepitante. El fogón era de adobes unidos por dentro y co– locados en un bronco marco de ladrillos. Es– te eS el único jabón que Se usa en las ciuda– des del país y, en verdad, es una caSa malí– sima. Poco empeño se pone en quitarle las
impurezas.
Al entrar en la casa hallé a uno de los chicos quejándose del dolor que le producía una pierna enferma y que probablemente se le había tullido y deformado por descuido. Mi fama de médico no Se había escapado a Roberto quien me pidió viera al paciente. Yo había aprendido desde hacía mucho tiem– po cómo satisfacer tales ruegos con la mejor buena voluntad y después de una debida ips– pección, receté de mi caja de medicinas, un,a mezcla de alcal¡,for, sal y pimienta de Cayé– na, que disolví eh agua caliente y la apliqué a la pierna del, enfermo. Sea por fé en el médico o por efecios del' frotamiento, lo cier– to es qU<¡l el dolor desapareció con gran sor– presa y así, contra mi deseo, me di cuenta de que mi reputación crecía.
A mis esfuerzos en la ciencia médica sé debió sin duda la excelente comida que nos dió la agradecida madre. Entre los platos había una salsera llena de mantequilla, den– tro de la cual metíamos pedazos de tortillas recién echadas. Después de la comida mi sirviente tendió la hamaca, y apenas me ha– bía subido a ella para echar un sueñito, cuando, de nuevo, el clamor del niño me des– pertó. Habíamos nueve personas durmien– do en un solo cuarto de la casa. Cuando le
pedí luz a la señora, entré és±a con un ha–
chón de oco±e y.la pequeña choza así ilumi– nada presentaba un espectáculo al que yo no estaba acostumbrado, pero que, de aquí en adelante, me sería familiar de tanto verja re– petido. En las dos camas de cuero se halla– ban varios chicos completamente desnudos, Con los ojos parpadeando molestos por el re– flejo de la antorcha. La señora misma es±a– ba apenas cubierta con un ralo camisón, so-
bre el cual caía su l,;,rga y crespa cabellera con un aspecto salvaje y antinatural realza–
do por sus negros ojos y Su znoren¿ rostro.
Las facciones del Señor Laínez f"era de la
colcha en harapos, me hizo recordar a Un oso
sacando su cabeza peluda desde un montón de malezas. L . envuelto en una sábana descansaba debajo de mi hamaca; los sir– vientes estaban hechos un rollo sobre las si– llas de montar y mantillones; en el centro de la casa estaban echados varios perros que parecían poco dispuestos a moverse a la voz chillona de su ama. En una percha para su acomodo especial, se veía una fila de gallos de pelea, cuyo disgl,lsto por la repentina ilu– minación lo expresaban con profundos caca– reos de rabia y agresivos picotazos. De las vigas colgaban varias sarias de chorizos, chi– les, plátanos y diversas verduras, todo ape– nas discernible a través de las telas de ara– ñas, cuyos ágiles propietarios también se
apresiaron para una pronta vigilancia, a cau–
sa de la antorcha, moviéndose ligeros en asus±adora proxhnidad a mis narices.
Se le hizo al enfermo una nueva aplica– ción de cápsico, sal yo alcanfor y con tal éxito esta vez que el pequeño paciente se durmió. La noche eslaba fría, tanto que eché mano de todas mis mantas. A la mañana siguien– ie, temprano estábamos activos. Mientras los muchachos ensillaban las bestias, tuve oportunidad de observar los alrededores. El sol se levantó sobre la cresta ao::ul de las mon–
tañas, sin nubes, qU(3 se Gonocen con el nOIn–
bre de Mon±es de Jutiapa. La pequeña al– dea está en un extenso valle rodeado de nu– merosos cerros, que tenían I"n el amanecer aquel singular color jaspeado que sólo se vé en las regiones mon±añosa~.' Los cantos de una diversidad de pájaros llegapan desde los montes vecinos y así sucia, escuálida y mi– serable corno era la choza, sentí el infinito placer de contemplar fuera de ella el prodi– gio de la belleza naturaL Pronto nos aleja– rnos del ruido de los cerdos, perros y aves de corral, y otra vez estábamos a campo abier– lo, con nuestras mulas jadeantes al subir y
bajar de "cuestas", mientras Rober±o, alegre,
de cuando en cuando cantaba una canción trágicómica, al parecer el lamento de una se– ñorita burlada frente a un cura picaresco:
"Oh, que estáis haciendo Fraile Pedro,
(Fraile Pedro, "Oh, que estáis haciendo, Fraile Pedro,
y al terminar el estribillo, agarraba a varazos la mula más cercana, haciéndola sa– lir de estampida con una tremenda sacudida de la carga.
A las nueve de la mañana llegarnos a un pequeño grupo de cabañas, que se llama Cofradía. Nuestra ruta desde Río Abajo era casi hacia el N. E., Y siempre en un ascenso
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