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del lugar (San Diego) y a pesar de toda mi acostumbrada seriedad en tales ocasiones,

tuve que hacer un esfuerzo para no reinne.

Al viejo santo, con una barba de un pie de iargo y revestido con los baratos adornos de las aldeas, lo llevaban sentado en una silla, con la frente coronada de hojas de palmera y portando un cacharro de hojalata en la ma– no. Por un descuido de parte de sus carga– dores, la cabeza iba ladeada y el Inovimien– to con que se le conducía era precisamente como el de un violinista borracho saludando esiúpidamente a la multitud. El cacharro, emblema de la bebida, y la corona de hojas de palmera que a la distancia parecían de parra, completaban el parecido báquico. Nos descubrirnos reverentes ante este augus– to grupo y salimos de ahí; pero al salir de la aldea y cuando ya no se nos podía oír, nos desgañitamos de risa.

La señora Nicolasa Mancada bondado– samente nos había llevado mantequilla en un bote que fue de pepinos, pero el torpe de Diego, a quien se le había confiado, lo dejó caer -a propósito según creo- y no pudi– mos paladear este dudoso manjar. Una ho– ra de rápido trotar nos llevó a un valle al pie de las Montañas de Vindel. Mientras subíamos volvimos la vista hacia el pueblo que, corno todos los españoles, tiene una apariencia atractiva, pero desde lejos.

En nuesira ruta, al subir por las ásperas

cuestas nos encontramos con una recua de

mulas "en ruia" hacia San Miguel. Adelan– te iban dos mujeres llevando sendas canas– tas con un hueco en la parte superior por donde emergían las rojas crestas de Inedia docena de gallos de pelea. Uno de los "arrieros" llevaba atado a sus espaldas un aniInal de buena estampa. Esperaban lle– gar a San Miguel a tieInpo para que sus ga– llos tomaran parte en la próxima feria de Noviembre.

Al mediodía paramos en "Las Cuevas", mitad del canlÍno entre Talanga y Guaima– ca. Bajo la protectora ceja de un farallón hay un profundo corfe en la colina, ennegre– cido por el humo de las muchas fogatas de los viajeros que paran allí para cocinar. Una fuente corre cerca de este lugar y ahí desmontamos para hacer un poco de café. Mientras éste era preparado pasó una parti– da de ganado de Olancho, en su caInino ha– cia San Miguel. Eran aniInales sanos y gordos y ello dio lugar a que se contaran varias historias espeluznantes en relación con

el peligroso oficio de "arriero" de ganado.

Partidas hasta de dos nül cabezas se llevan a veces de Olancho a GuateInala y en el ca–

mino los "vaqueros" son, a m.enudo, embes–

tidos por aniInales furiosos, y eInpitonados hasta causarles la muerle. A estos hOInbres los han encontrado, dijeron, hechos pedazos

y mutilados, en las ramas de los árboles, a la vera del cantino en donde. después de ha–

ber sido muertos, les animales con sus cuer–

nos los han aventado hacia arriba.

Desde donde nos hallábamos sentados me llamó la atención un árbol de espeso follaje y de un verde profundo, de unos veinte pies de altura, y aparte de varios otros prboles, que Inucho se parece a los sicOIno– ros. De sus ramas, Diego cogió unas bayas secas, de la pasada estación, que inInediata– mente reconocí como igual a las que yo había visto en venta en la "Plaza" del mercado de Tegucigalpa, en pequeñas canastas con el nombre "pintienta gorda". Era el verdadero pimentero COInO lo averigué poniéndolas en Ini lengua. Vale poco más o menos diez ceniavos la libra en los mercados. Después supe que florece con Inarcado vigor y esbel. tez en todas partes de Olancho. En una do– cena de viajes sieInpre los ví con su alto y bien proporcionado tronco, su corteza pardo obscura y suave COInO la del abedul. El fo– llaje se asemeja al del laurel. Su presencia puede, a menudo, ser localizada por el olor aromático con que embalsaIna el aire. Aunque al piInentero se le cultiva en gran escala en las islas occidentales, ningún inten– to sintilar parece que se haya hecho en la tierra firme adyacente, Los nativos recogen las frutitas verdes del árbol silvestre en la estación florida (julio). Las traen en Sacos a las pequeñas poblaciones de Olancho y se las pone al sol, se entresacan y cuando están completaInente secas se venden a los comer– ciantes que, después de recoger suficiente cantidad, las empacan para llevarlas a la fe– ria de San Miguel. Las semillas, se dice, son arrojadas en los terrenos por los pájaros que así se encargan de propagarlas indefini– damente.

El árbol del piIniento no Se encuentra en suficientes cantidades para garantizar el establecitniento de un cOInercio en firme, pe– ro la excelente calidad de la piInienta que recogen los nativos Inuestra que bien puede culti.varse con gran éxito. Su nOInbre de "al1spice" le viene de una supuesta combi– nación que tiene de nuez moscada, clavo de olor y canela. Se la emplea en todo Hondu– ras para sazonar y se le conoce generalInen– te por "pimienta gorda". En Olancho florece en Julio y Agosto. En Tegucigalpa en dos jardines particulares ví este árbol. Se le

aprecia en varios lugares, especialmenfe por

su aroInáfica fragancia que, después de una llovizna, es Inuy agradable, cuando las hojas y los frutos se agiian y se estrujan.

Terminada nuestra contida montaInOS

una vez más y seguimos por un camino hacia

el Noroeste. La región de los pinares toda– vía continuaba intercalada con grupos de otros árboles que eran notorios por su rare-

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