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« Previous Page Table of Contents Next Page »l<a. Pero la tierra poco a poco s!: despei,,; y
se inclinaba buscando las Montanas de VIn– del hacia el Valle de Guaim.aca, descubrien– do 'a veces extensos llanos de pastizales crUzados por riachuelos. Algunos de aque– llos se extendían por dos o tres leguas y, al
expresar mi ad~rac~ón, Diego, mi mucha–
cho, rrte aconseJo Serlall1.en±e que reservara
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m.i asom.bro para cuando l1egáram.os a Olart– cho, en donde él siem.pre había sabido que estaban los valles m.ás bellos de Honduras. El rancho "Ojo de Agua", es lo único habi– table que hay entre Talanga y Guaimaca. Lo pasam.os sin visitarlo porque queda a una m.illa al Narte del cam.ino real.
Noche en la Sierra.-Un Norte en las montañas.-Un paso. Peligros.-Guaimaca.-Recepción a medianoche.-"Dulce restaurador para una Ilaturaleza cansada".-Preparativos para la "Función".-A caza de un desayuno.-Atroz miseria. Panorama de montaña.-EI volcán de Guaimaca.-EI salto. Río Redondo.-Fuentes del Guayape.-Ceremonias inaugura– les.-Campamento.-MarIa de la Santa Cruz.-Meditaciones de medianoche.-Un temblor.-Aspedo de la Sierra de Cam–
pamento.-·-Una helada.-Vehementes relatos de "las Lava– doras".-Pesares.-Búsqueda del saber.-Lavaderos de oro en el Río de Concordia.-Visiones.-EI río Guayapito.-Río
Almendares.-Valle de Lepaguare.-'-Gallado.–
Paisajes en el valle.
Llegó la noche y la débil luz que aún
noS penni±í~ dis:qnguir el ca~no, se convir–
tió en im.penetrable obscurIdad. La selva se agitaba siniestram.ente y el silencio que mediaba entre nosotros hacía aún m.ás triste la soledad en que nos hallábamos. Em.pe– zaron a caer gruesas gotas de lluvia y de lejos llegaba hasta nosotros, a través de las tinieblas, el aullido prolongado de algún hambriento habitante de la selva que m.e pa– reció ser un pum.a, ya que el rugido del tigre
centroamericano rara vez Hene eco.
Nuestros fieles anim.ales tanteaban con lada ¡::autela el cam.ino que recorrían, lleno de piedras que se deslizaban a cada paso ahora por cuestas inadvertidas para el jinete pero perfectamente claras para ellos, para luego subir a m.edio trote por sobre los frag– mentos de algún canto rodado que obstruía 113. ruta, y de cuando en cuando se detenían para olfatear, con las orejas rectas, el tronco de algún árbol caído, atravesado en el cam.i– no. En tales circunstancias, locura es pre– tender dirigir estos sagaces cam.ellos de las sierras. Con las riendas sueltas, seguros de su paso, dejábam.os que ellos escogieran su
marcha y su camino, y siendo incapaces pa– ra discernir, nos resignábamos, con toda la
fe que podíamos poner en la discreción de nuestras bestias. Es en estas ocasiones que resalta el valor de la m.ula, porque el caballo, noble cual es, se iría guindo abajo con todo
y jinete, por carecer de esa seguridad que la m.ula posee.
A nuestro lado las rantas nudosas y go– teantes inclinaban sus brazos ante el viento norteño, que gradualm.ente iba convirtién–
dose en tormenta, rnien±ras :más y rnás
aumentaba la obscuridad en la selva. A ve–
ces, cuando en las vueltas del camino una
ráfaga nos azotaba desde atrás, las mulas se apresuraban a bajar sus orejas largas y sen– sibles para evitar el golpe de la lluvia, pero cuando aquella nos venía de frente, se apar– taban hacia un lado y se paraban abrupta– m.ente, y entonces ni el acicate de la espuela, ni los anatem.as, ni los golpes las hacían m.o–
verse.
El rugido de la torm.en±a entre los pina– res, com.binado con el estrépito de la caída de los árboles, el tremendo fragor del viento en la obscuridad, y lo escabroso del cam.ino, hacían de ésta la m.ás tenebrosa noche que habíam.os pasado y yo, en m.i interior, mal– decía la hora en que decidí hacer este viaje
en pleno invierno, en un país apenas cono–
cido y con un objefivo cuyo alcance sólo in– tuía a través de leyendas exageradas y de obscuros relatos. L bajó las alas de su sombrero sobre su cara y con la cabeza incli– nada sobre el pescuezo de la m.ula, espolea– ba y pateaba al anim.al para que siguiera. Yo le gritaba, y él tam.bién gritaba en res-
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