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« Previous Page Table of Contents Next Page »docencia al cabo de ioda una vida de faenas ma– gisferiales y este hecho 10 habían consagrado con una ceremonia que muchos de los presentes llama– ron inolvidable. lEs frío este crepúsculo Los pies
se resisten a entrar en calor}. Sí, le habían dicho cosas 1T\UY halagadoras
1 Maestro de generaciones, prócer de la enseñanza, guía de la juventud, al reti– rarse, dejaba un gran vacío, imposible de llenar
(~Por qué no se decidió nunca a poner luz e1écfrica'?
La luz del quinqué es frisie J• Pero él sabía que no
estaba comema. ni siquiera agradecido. Una suiil
:tristeza lo embargaba. (y aira vez la sensación de frío corriéndole como un hilo por la espalda).
Posó sus ojos cansados en el rosiro marfileño que lo zniraba con dulce reposo desde el marco ova– lado. La sonrisa. tenue de su madre, erigida sobre el alfo cuello de las rn.odas antiguas Su vista si– gui6 girando
1 un reloj con molduras insípidas, do– rado Un pasior, dorado Cosas que habían estado alli por una eternidad, inmóviles como el agua es– fancada, venidas del más allá farillar, yerlas, corno
eslaba yerio en ese momento su mismo corazón. Y
en fodos lados, libros, folios, papeles, patinados de ayer, de tedio y frustración. Rehatos de amigos con largas levas y gruesas dedicaiorias Al pie de iodo, sufiles ielarañas prendiéndose en un abrazo de ol– vido.
Aquellos eran los testigos de su triunfo de hoy, de su magro triunfo de maesiro que se jubile. Se sentía :más solo que nunca De pronto lo invadió
la cerlidurobre dololosa de que se había porlado ca. bardem.enfe en la vida. De aquel dintorno de sorn~
bres. de musgo y de pasado, no le llegaban sonri_ sas de amante. ni de esposa, ni de hijo Ni siquie.
1 a el recuerdo lacerante de un gran dolor o la llama
negra de un gran odio Estaba recogido en sí mis. mo como un caracol abyecto. Y con la vergüenza sorda de la senilidad, se dijo que habria dado to.
das las frases laudatorias de eSe día, la tranquilidad beaia de su vida larga e im.potente, su modorra ilus.
ira de caiedráiico respefable, su sosiego cauteloso de hombre tímido, fodas las sa.tisfacciones raquíticas que le produjo su na1uraleza endeble de criatura que temió siempre a la lucha, al frío y a la mUerfe¡
todo, a cambio de oira voz que viniera a desperiar la suya, a cambio de un falla querido. o de una cabeciia ensorlijade.
Como lo había hecho desde días inmemoriales fué, silueta encorvada, a cerrar la ventalla sin
ge:
ranios que se abría sobre una calle soñolienia y
polvosa Tonló a su silla. Abrió el diploma y so..
bre aquel helado iestimonio de la gratitud humana,
fruto de un cal\grafo presuniuoso, sintió que la de~
solación y el peso de una vida frusirada lo resti~
luían al dulce y ya casi olvidado amargor de las lágrimas
Con la. frente inclinada, el rn.sesiro lloraba en
esta iarde húm.eda en que la vida lo jubilaba de la felicida.d
El CHElE
JUAN llAMON MOLlNA
Cuando ella le llevó el almuerzo -un pIafo de cocido hecho de prisa- aguardábala él a la reja, agarradas las manos a los barrotes. Era un moce– tón membrudo, tirando a rojo, de mandíbulas fuer–
tes, velloso corno un perro de aguas, de barba viril.
Un macho como pocos.
La hembra se acercó, rimando con las caderas, de amplio paréntesis, la estrofa del amor carnal Era de mediana es!atura, trigueña, rica de carnes, fresca corno una sandía. Terciado el pañolón café, haciendo chillar los botines, pas6 entre los solda– dos, despidiendo de su enagua una brisa ardiente
y pedurbadora, impregnada de perfumes baratos -Chico -dijo ronroneando la voz como gaia-.
aqui está el ahnuerzo.
-¿Por qué has venido tan tardef -replicó el
reo con una voz enire áspera y dulzona.
-No puda estar antes. Tengo mucho que ha~
cer_
-IMentiral Es que vivís en±refenida con ese finterillo. Ya sé que me seguís engañando. Pero ve, por Dios -e hizo una cruz con la diesira y la. besó- que fe doy una lección cuando salga de esfe enchute. Y 10 que es a él
En la. faz de la mujer se pint6 una mezcla de
miedo y de odio. Esta, de 1 eperne, liró al suelo e]
almuerzo, alejándose de la reja
-Oínte, negra -gimió él arañando los barrl>
!es-, oÍIne un momento
Mas ella, caminando precipiiadamenfe, como 8
pequeños salios, gan6 la enirada de la guardia Oíme, negra, oíme, ie lo suplico Paraie un
poco.
Ella iba a desapaI ecer, zangolo±eando la pulpa
de las redondas posaderasl mas de pronto se volvi6, gritando con voz irritada, escupiendo las palabrasl -No, no vuelvo, eniendélo -IQuedáie en la je– ruza para siempre. Ya no quiero más guazangss con reos, ¿lo oís'? con reos, porque fengo hombre que me dé. Y me da arifos: vélosl Y pañolón, vé1ol-. Y descubrió el busfo, agitando al aire el trapo, mientras SUB ubres, sudorosas por la emoción,
feznblaban en la camisa como si fuesen de gelatina -y botines: mirálosl -y enseñ6 el calzado amari– llo, sobre el qua caía la media azul, mostrando 81
mismo tiempo algo da la carnOSa pantorrilla, con
una suave vellosidad de durazno. Luego volvién~
dele el fusio desdeñosamen±e, desapareció
-ITemplada la negral -dijo el cabo cuando se fuá, entre las carc;ajadas de los soldados--. y
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