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Chico Ramírez (a) el ebele, volvi6se más taci–
furno desde entonces Arregló su manutención con
la mujer de oiro presidiario. pasá,ndose las horas fu–
mando cigatrillos de fusa, o viendo obstinadatnenie
al suelo No pensaba más que en Tomasa, en la Jlegra, acordándose del dia en que se la freja roba– da, como dicen, de Cedros. La muchacha, que era más ardiente que una cabra, cedió a sus primeras proposiciones, viniéndose a Tegucigalpa con él, don– de sentó plaza de inspector de policía. Luego le
echaron del puesto, porque un día, que esfaba de
malas pulgas, con la clava le abri6 la cabeza a un borracho que le echaba mueras al gobierno, sin querer caminar. Así se encontró sin empleo, vivien– do con la amasia en un cuariucho de La Plazuela. Pero la quería, a pesar de las sopapinas que le daba en sus jumas, antes -de sumergirse en sus le– iargos comatosos, y concibió el plan de llevársela
a la Cosia Norie, a probar forfuna
Ella, al saberlo, dijo que no, que no y que no.
¡Ahl -exclamó Chico. furioso-: es que esfás emberrinchinada con ese maldito estudiante. Pues
sabé una cosa: si los hallo junios, por estas cruces,
que los mato a los d~s: por éstas Y me largo en seguida a rodar tierras, nlieniras te podría.
y un día les halló, en el quicio de una puerla, sobiqueándose y besuqueándose Sacó el cuchillo, echando más joiaa que un carretero, pero sólo lo–
gró darle al mozalbete un rasguño, asl, de un je~
me, porque el tal huyó con piernas de venado. Cepturó la policía al CheJe, y como el otro sabía de intríguhs de Derecho, dio con él en la penitenciaría, condenado a dos años "Y meses de cárcel.
Más de un año no supo de la Tomasa, de la
negra.
-Ya se endsmó con airo --decían los reos, hur~
gándole, sin que dijese nada, porque sabía que era ciernsirno
-Las mujeres así, CheJe, no pueden vivir sin hombre -le soilaba un veterano del cri.nl.en, en– canecido en la cárcel, que tenía un rayón desde un ojo hasfa el hocico, donde no faUaba la magalla apesiosa
-No pensés en esa gallina -seguía mansa– mente-'-¡ no pensés, y consoláte. Por cada peso falso, hay cien mujeres que sólo fa1±a que se les diga: ¡adiós, cosital para llevárselas uno.
Pero el eheJe, ni por esas. La amaba de un
modo anhnal, a 10 bestia en celo, smnen±ando su
qué
te, que
-8 hizo una seña de masonería indecen– produjo otra explosión de risas
pasi6n la forzosa c:asfidad de la cárcel. La qUéria siempre, acordándose de todo lo que le había he. cho sufrir y gozar Cuando cwnpliese su condena, iría a verla, perdonándola c!Cómo perder aquel cuerpo que había hecho vibrar como una guitarra? -Mía o de nadie, pensaba Chico, contando los rea.. les ahorrados
El día en que cumplió su condena, llor6 de go– zo. Diéronle libedad a afros dos reos, y celebra– ron el acontecimiento en un eslanco de La Ronda, bebiéndose la cuaria parle de un garrafón Iba a
salir, dando traspiés, cuando pasó frente a él un joven, en el que reconoció a la luz del farol, a su odiado rival. lA dónde iba? A verla, seguramen–
te Pidió una bolella de aguardiente, bebiósela en seis fragas, y haciendo eses, golpeándose contra las paredes, trató de dar alcance al muchacho Cami~
naba frenético, embrutecido
Le alcanzó a los pocos minutos Sí, era él
¿Conque la Tomasa -iba pensando en su cabeza sudorosa, llena de alcohol- prefiere a este tipo amu– jerado, a esfe chancleiudo sinvergüenza, y despre– cia a un hombre como el CheJe. Ya vería esa ial, ya vería. Los mato, por Dios que los mato. No lo despacho ya, porque quiero acabar con los dos Sí, con los dos
Diluviaba ligeramente El esfudiante, sintién– dose seguido, apresuró el paso mas el eheJe, aunw que completamente beodo, le seguía a grandes zan– cadas El airo ceh6 a correr, ganando media cua– dra, y se metió al cuado de la Tomasa, de la negra,
que aplanchaba una carnisa
-c!Qué es? -dijo ella con susto
-Un hombre me viene siguiendo¡ está bien bo-lo. Cerrá.
La puerta cerr6se violentamente, en los momen– tos en que llegaba Chico
-Abran -rugió empujando- Abrí, maldita, yo te vaya enseñar. Decile a ese maricón que sal– ga, si es hombre. ¡Abríl Aquí es:t:oy, sinvergüen– zas- y vociferaba insulios horribles.
La puerla, débil y carcomida, estaba para ce– der a los esfuerzos del borracho, cuando és1e, per– diendo la cabeza, rodó pesadamente sobre el empe– drado, resbaloso a causa de la lluvia.
A la media noche pasó una ronda, y el oficial, viendo aquel hombre iendido, encendi6 un fósforo Tenía el rosiro horriblemente desencajado, las uñas clavadas en las pahnas de las manos, y en la boca medio oculia en la maleza de su barba roji– za, un copo de espuzna sanguinolenta Lo movió enérgicamente ¡Estaba muertot
EUTANASIA
RAFAEL PAZ PAREDES
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Nacjó tan feo que su padre al verlo no pudo contener un gesto de horror. Su nladre lo besó y dijol -"Pobrecito, ahora le querré más". Pero los
días pasaron, y la buena madre en uno de tantos días pasó a la Eternidad.
El pequeño monstruo creció, se hizo hombre, y fue por el mundo exhibiendo la fealdad incompa-
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