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Flaco, escuálido, huesudo; con la piel cubiena de pelos negros y gruesos; dijérase un simio frans– formado en hombre La espalda enCQl vada, las piel'nas corlas y iorcidas, las lnanos largas, nudosas
y veJ1uclas; dljéranse las man.os de un cadáver que vive Ahora la cala Esa cala era algo insufri– ble. Chaia, pálida, confraída como en un gesto de ahOlcado¡ no había en ella ni una línea regular si– quiera La boca grandE: y saIlente dejaba entrever, con1.O en el fondo asqueroso de una gruta de vam piras, dos hileras incompletas de dientes amarillos, puntiagudos; parecían los colmillos de un enonne roedor. Constantemente asomaba a la boca se le veía la lengua Una lengua rojiza delgada, larga, cubierla de diminu.tas protuberancias como la piel de un batracio. La nariz era indescriptible: un ade– fesio como peloia de masa agregada al l-osiro, con dos troneras enormes en la parte inferior, de las cuales destilaba e±ernamenie una materia viscosa, sanguinolenta como espufo de tuberculoso La fren– te era angosta, arnlgada y cubierla casi por com– pleto pOl un vello grueso que parecía unÍl sus cejas anchas y pobladas con el pelo de la cabeza, negro, lacio, desgreñado
De enh e aquel conjunto repugnante como del lodo de un diamante surgían los ojos Esos ojos eran la negación del rostro. Grandes, negros, ex– presivos Esos ojos eran bellos Bellos con la be– lleza ignorada de las flores silvestres Límpidos, fersos, apacibles. Bellos con la belleza franquila de un paisaje, o de una monja Aquella belleza era así: fímida, dulce, inofensiva Porque habéis de saber que hay bellezas ofensivas, alianeras, re– pugnantes. Bellezas, que al vellas, los perros sien– ten deseos de ser hombles para poseerlas, y los hombres, figles para devorarlas
Aquel hombre, que sólo nació pala llorar, dio fregua a su llanio un día, cuando
La vio pasar Su grácil figura era el blanco de mil ojos El andar, el movimiento pronunciaba las formas La curva anhelosa S'LU caba la huia pro– hibida Los pechos como dos manzanas pedían ca– ricias El monstruo los vio
El fuego eterno y misterioso secó la hmneclad de aquellos ojos frisres de perro hambriento Por un instante 01vidóse de sí mismo para 1 ecordar que era hornbre. Se lanzó iras ella, la detuvo, pre– ±endió hablarle Alzó sus ojos bellos en ademán de súplica.
Ella esquivó felinarnente la plática de aquel Sel
maltrecho y le lanzó al rosito, como puñales enve~
nenados, dos cénfimos cobrizos y su mirada as– qu.eanie
Siguió su camino La curva ondulasa se volvió a !necer y los pechos siguieron clamando catiaias El pordioselo del deseo se tornó enionces más frisie. Y volvió a llorar, mas ya no con los ojos, que es llanto bien vulgar, sino con el alma, con el gesto, con la mirada, con sus ademanes, con su mi– rar IQue hasta en los pasos de aquel hombre ha– bía resonancia de quejidosl
La criaiuls deforrne, el homble olvidado de Dios
y de los hombres, siguió por ]a vida Lloraba, mas no pel:juraba Suplicaba, lDas no maldecía Iba
por el mundo como un cOl1denado La genie pia–
dosa le arrojaba mendrugos, per~ se alejaban luego Todos contemplaban con asco a la criatura horrellda pero nadie se fijó nunca en sus ojos. Aquellos ()jo~
dulces de perro hambl iento
Un día, el moderno J oh sinlió que su alma do~
mesticada en el sufrimienl0, se revelaba contra. la injusticia del mundo Sinfió en su interior arder fuegos nuevos Sill1ió odio, envidia, deseo de Ven_ ganza Le invadió una ansia infini±a de romper el
horrible caSCa! ón humano, para luego escapar. Desde entonces sus ojos se hicielon distintos Se imnaron fieros, crueles, amargos
III
Como un fantasma, en su alma se fue colando la idea del suicidio Le pel seguía de día y de no~
che Le asediaba a cada instanie Era. la única puerta de escape
Sombras propicias lo viGlon correl- apretando contra el pecho ardiente una pistola Apreiaba el arma con devoción cristiana Ardoroso, frenéfico, queriendo en su locura escapar a las tinieblas qUe
conlo br azos giganfes le tendía la lJ,oche, corria el
miserable hada su desUno
El arma suicida que, como un crucifijo apre– iara contra el pecho, brilló en la oscuridad Un esfanido y un chispazo rOlTIpieron las sombras y
el silencio
IV
En el hospital de sangr e le hacían horas des~
pués la prime! a curación La bala, desviada pOI
la mano torpe, en vez de seguh- la frayectoria de~
seada a fravés del cerebro, penefró por 1.U1 lacio, al nivel de los ojos, y el plomo al diente penetró
e11 las cuencas rnismas de los ojos Haciéndolos sal±ar como huevos destripados sobre el r ostro mons– truoso del suicida que así, lleno de sangre, parecía una visión de pesadilla
:El médico, en voz baja, decía a su ayudante: "Pobre diablo, tendrá que vivir ciego No exisie ningún peligro de rnuerle"
Cuando el hon endo enfenno oyó la sentencia de vida se esiremeció en su lecho Gesticuló, pa– taleó, gimió En seguida, pareció sosegarse Su boca se entreabrió en una mueca grofesca que quiso ser sonrisa Su diesira estrujó vehemenie el brazo del n1.édico y lo airajo hacia si.
La mueca simiesca se acentuó en su rosiro cuan do susurró algo al oído del galeno quien, al esCU– char el secreto del enfelmo, conirajo el ceño en un gesfo de duda, de indecisión Pareció medifa.r Si– lencioso se dirigió hacia la mesa donde estaban eS– parcidos sus insh umentos de cirugía Tomó una jeringa y después una ampolla
Al senHr el enfermo en su carne la impresi6n helada de la aguja del médico, sonrió safisfecho, borrándose las líneas amargas de la mueca, que fue luego sonrisa para después ser polvo
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