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« Previous Page Table of Contents Next Page »char la pesada respiración de los dunnienfes. La mañana poco a poco clareó las aguas, las nubes grises que coronaban las colinas del Esfe se volvieron malizadas con la aproxima– ción de la aUrora. Desperié a fados los fri– pulantes, levada el ancla aprovechamos la marea favorable y de lluevo tornarnos rum– bo hacia la isla del Tigre. Un vienfo ferso que luego se convidió en brisa llegó sobre la espejeante superficie del mar. Anfonio tomó el timón, de nuevo se hizo circular la bofella de aguardienfe, Rafael repitió su operación de hacer café, las velas se hincha– ron con el fresco viento, y los jóvenes Dár– dano ofeaban curiosamente hacia su isla na– tiva, que no habían visfo desde hacía años. Todo era un glorioso contraste con la noche anferior. El grande y peligroso m.ar se ha– bía calmado y trocado en una extensión de aguas azules brillando en la luz solar de la mañana; nuesiro viejo y lenfo bongo se des– lizaba sobre las rizadas aguas con la veloci– dad de un caballo de carrera.
Entre sorbos de café y chupadas de pipa, fuve la excelenfe opodunidad de apreciar la maravillosa cabida de esta gran bahía. Ha– bíamos dejado el océano más allá de las islas y ahora esfábamos cruzando una exfensión de aguas franquilas corno las de un lago de fruchas, pero suficientemenfe profundas para perm.itir la navegación de los más grandes barcos del mundo; no hay una roca oculta ni un banco de arena en dirección alguna, las playas san accesibles por vapores de cual– quier calado a la disfancia de un tiro de pis– fola desde las rocas, y hay suficienfe espacio para el am.arre de mil bajeles, aún en el pe– queño rincón que las cuafro islas encierran y en el cual la tanoa más frágil puede nave– gar con foda seguridad.
Navegábamos tan rápidamenfe que ape– nas si teníamos tiempo para notar la fugaz sucesión de visfas magníficas y escenas pin– torescal¡, que en cada vuelta nos daban su prístina belleza. Mis acompañanfes, enfre– gados a los cigarros y al aguardiente, mira– ban con indiferencia el panorama y nada decían, circunsfancia que me encanfaba por– que cuando no se tiene con quien compadir esios esplendores de la Nafuraleza nada hay tnejor que el silencio. Pronfo estábamos al amparo de las sombras de El Tigre, que se elevaba a fres mil pies sobre nosotros, con sus empinadas laderas cubiedas de espesa vegetación, en las cuales bien podrían selec– cionarse cincuenta variedades de plantas y maderas preciosas, silvestres y sin dueño. Lo mismo podna decirse no sólo de las de– más islas del archipiélago sino también de foda la cosfa de tierra finne.
No fue sino hasta que pasarnos cerca de las giganfescas masas de lava, que fesfonan la isla en foda su circunferencia éomo un mu– ro de azabache, que pude fener idea de su
extensión, mienfras la cumbre., perdida en un gorro de nubes, desde la base aparecía aún más enhiesfa. El volcán se eleva en un Cano perfecfo fan bellamenfe fonnado como
si fuera una obra de arte. La circunvalé Va–
rias veces por tierra y por mar, y en la pla–
ya, ni en la cúspide, a la cual ascendí meses más tarde, pude enconfrar piedra o roca de clase alguna, la isla, el volcán, fado es de fonnación ignea; hasta los cimientos de las casas, las cercas y los remedos de muelles son del mismo maferial.
Rebasarnos uno fras afro los promonfo– rios que forman las numerOSas playas de la isla, hasta que entrarnos al puedo de Ama– pala, que es una bahía dentro de una bahía, el más encerrado, accesible, abrigado y en todos aspectos el más excelente en las costas del Pacífico. Amapala está a treinfa y cinco millas de la boca del Esfero Real y a ocho del punto más cercano de la tierra firme. Se halla en una enfrada alIado Nade de la isla, habiendo de tres a seis brazadas en una dis– tancia de dos millas, en el espacio que ro– dean las islas de Exposición, Zacate Grande y El Tigre. Cada una de éstas tiene buenos fondeaderos en numerosos lugares, aunque por esfar abiedos al Oesfe son inseguros cuando soplan vienfos fuertes de ese rumbo, mientras que a Amapala, que dá frenfe a la tierra finne, puede llegarse en canoa aun con el mal tiempo. Las estaciones en esta región son tan regulares y suaves que no se experimentan grandes galernas, corno las del Norie; además cualquier marejada levanta– da por un fuede viento se aplaca al solo ter– minar la tonnenfa.
Al aproximarnos a la pequeña ciudad, mis am.igos los. Dárd!"no se pusieron muy ani– mados con la perspectiva de reunirse de nue– vo con su madre y su hermana, quienes es– taban a la pueda de su limpia quinta, estilo americano, saludándonos con sus pañuelos. Los hombres, de la tripulación se acicalaron con sus vestidos de presumir, consistentes en una limpia camisa de algodón y pantalones, la banderita blanca fue izada y los rifles se
unieron en una gran descarga en honor de
las damas. Las banderas de los Estados Uni– dos y de Cerdeña se izaron en el asta del cuadel y el cañoncito montado al frente hizo retumbar su bienvenida. Estando ya próxi– ma la marea alta, el bongo echó anclas; a horcajadas sobre las espaldas de dos hom.– bres que vinieron para ayudarnos bajarnos a Herra, siendo calurosamente saludados en buen inglés por varios caballeros, entre quie– nes había italianos, franceses, alemanes y norteamericanos, todos empleados en la isla, unos corno fenderos, otros corno dependien– fes de la Casa Dárdano & Müller, y los nor– teamericanos, dueños de un aserradero en la parte orienfal de la ciudad, el que, corres– pondiendo a una amable invitación de sus propietarios, promefí visitar al día siguienfe.
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