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« Previous Page Table of Contents Next Page »La primera impresión al desembarcar en la isla de El Tigre es ver en ella espléndidas facilidades para una fodificación y para el establecimiento de un depósito central de co– mercio, desde el cual se podría dominar el comercio de los tres Estados que rodean la bahía de Fonseca. Con sus recursos natura– les debidamente desarrollados, Amapala po– dría ser el más imporianie puedo al Sur de San Francisco. En 1850 el Sr. E. G. Squier, duranie su ges±ión diplomá±ica, envió una serie de despachos al Gobierno de los Esta– dos Unidos, en los cuales abogaba por las veniajas de negociar con Honduras para el estableciInien±o de una base naval en Ama– pala. (1) Si se hubiera adopiado esie plan,
los cada vez más avanzados medios de co–
municación entre California y los Esiados del Este, pronto hubieran puesio una escuadra del Pacífico de los Estados a sólo sieie días de Washington. Con la consirucción del proyee:tado ferrocarril interoceánico de Hon– duras y el uso del telégrafo y de los vapores, las órdenes del Gobierno de la más vital im–
portancia para la nación, podrían ser frans–
mi:tidas a la escuadra del Pacífico en ires días y medio. Amapala es hoy el principal, o mejor dicho, el único puer±o verdadero en donde las grandes naves pueden anclar y descargar en la cosia del Pacífico de las re– públicas de Honduras, El Salvador y Nica– ragua.
A poco caminar entre un grupo de casas
semi-arrtericanas, llegarnos a la residencia
del señor Dárdano, en donde hallamos a las damas y a nuesiros acompañanies cambian– do no±icias. Después de una cordial recep–
ción se m.e destinaron habi±aciones cÓlTIodas
en la casa de Mr. Müller, ahí cerca. Se es– peraba a don Carlos y a dos de sus hijas de Tegucigalpa en un viaje de regreso de los Esiados Unidos por la vía de Omoa y Coma– yagua. Como yo tenía carias de presenia–
oión para él, decidí no continuar mi viaje al
inierior de Honduras hasia ian±o no obiuvie– ra información de este caballero, cuyos ±rein– ta años de residencia en el país lo capacita– ban para darme valiosos consejos, informes políticos y sobre oiros asuntos.
La noche de mi llegada, una sensación
~e desvanecimiento, pulsaciones rápidas e llltenso dolor de cabeza me advir±ieron que mis frecuenies mojadas en la bahía de Fon– seca a causa de las iormen±as y de la marea, no me perdonarían el consabido cas±igo de
l~ .calentura, la que mi buena cons:tiiución Ílslca había desafiado hasia enionces. Pocos son los que escapan de este flagelo que, en las regiones inier±ropicales especialmente en
b' (1) Con violación de lo,.~ derechos cle Hondmas y El Salvador el Go-– C1h tno de Nicaragua concedió al de loa Estado!! Unidos, por el tratado Bryan– y ¡amorro suscrito el 6 de Agosto de 1914, el delecho de establecer, explotar nantencl una base naval en el Golfo de Fanscen por el término de noventa
~ ¡uevc año.q: V El Gnl!n de- Pun¡;eca y d '1'ratadu BJ:yan·Chamnrru. San
,tsVaJoúl, 1917, PP 61 a 64 Afortunadamente el hatado fue rccha~ado por enaodclosEUA
las cosías bajas, es casi seguro que pilla a iodo exiraño. Yo esiaba provisto de quinina y de airas medicinas que en Chinandega me eniregó mi bue~ amigo el. Docior, y gracia.s a ellas y a las fInas atenclOnes de lllÍs anh– iriones y de su familia, pronto cesó la enfer– medad, dejándome pálido y exhausto con el aspedo cadavérico caraderís:tico. El aiaque es comúnmente de un mismo :tipo en todas
las costas centroanl.ericanas, pero todos con–
sideran que es mucho menoS peligroso y vi– rulenio en el Pacífico que en el Ailán1ico. La fiebre ierciana es la que prevalece; sus efedos son en exlremo demoledores y la con– valecencia es tal que duranie algún :tiempo persisie una sensación de aiurdimienio y languidez corno si uno acabara de salir de un desnmyo. Los' remedios son sencillos, consisten en quinina y purganies que se ob– iienen fácilmenie. Según varias supers±icio– nes del país la violencia de la fiebre depen– de de las fases de la luna, de la aHura de la marea, de la dirección de los vienios y de la época del ataque. Por lo general se siguen cier±as reglas, como la de absienerse durante la fiebre de lavarse las n.anos o la cara, y se replica a los incrédulos con la máxima que
"es l1.1.ejor tierra en cuerpo, que cuerpo en
iíerra", hecho ésie que pocos esián dispues–
los a discufir; asinlismo, las viejas nanas del
país siempre repiien que al enfermo debe negársele el uso del agua si no es para que la beba, pero sobriamenie. Duran±e esia mi primera enfermedad en Centro América re– cibí fanias aienciones de mis anfi:triones co– mo nunca lo esperé cuando salí de mi hogar para emprender un viaje enfre extraños, y de aquellos semejanies que yo habia juzga– do con ligereza corno gentes semicivilizadas e ignoranies. No iuve ningún médico; y una
experiencia postrera me enseñó que cuando menos tenga un extranjero que ver con un
médico local, más se le prolongará la vida. Tuve a menudo la ocasión de ver el ciego desa:tino y la absurda prádica del médico
centroamericano, cuya charlatanería es com–
parable con la del mismísimo empírico nor±e– americano, suminisirando iodo lo más peli– groso, por carecer del ejemplo de los prac:ti– canies mejor capaci:tados y de la inteligencia que se beneficia de la experiencia.
Una vez fuera de mi lecho de enfermo, donde tuve amplia oportunidad en el silen– cio de los días para medi:tar sobre mis fuiu– ros planes, salí al pequeño mundo ac±ivo de la isla con ansias de saborear la belleza eS– cénica por la cual es célebre. Podría escri– birse un libro sobre la situación veniajosa de la isla; sus impor±anies recursos agrícolas y comerciales; los muchos acres de maderas preciosas y plantas de valor, raíces y arbus– íos que crecen por ioda su gran exíensión. La misma isla es suficienie para sosfener una población de veinie lllÍl habi:tanies en las :tie– rras planas que hay entre las playas y la ba– se del volcán que se levanta en su centro.
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