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« Previous Page Table of Contents Next Page »América e~ .Honduras Y: aq;uellos cuyos pre– juicios pohilcos los ha mshgado a aia<;ar el proyedo arriesgando el progreso del palS, se– rían incalculables, :r:nientras AInapala sal~a
ría a una posición de iInportancia COInercIal que no tendría rival en ningún otro puerto al Sur de Sari Francisc\:>.
La isla, con la excepción de los pocos es– pacios litnpios y nivl'lados cercanos a la cos– ta, está deI1samen±e poblada de bos~ues don– de abunda la caza. Con frecuencIa se Ina– tan venados y otros aniInales, y los I?riInero.s pobladores del puerto a Inenudo Vleron h– gres que huían del intruso y se refugiaban en la selva. Es±os han sido casi ±oialInen±e exiértninados. pero en algunas de las pla,yas del Es±e aún se les encuentra, y Inuy de cuan– do en cuando los restos de una vaca des±ro– zada prueban que estos aniInales no han ~es
aparecido cOInpletaInen±e. Cuando el senor Dárdano se instaló en la isla, dice, los vena– dos a Inenudo se acercaban a solo una dis– tancia de tiro de revólver desde su casa. Al oír hablar tanto sobre caza, y desean– do inspeccionar la parte occidental de la isla. contraté a un nativo de aspedo vivaz y que gozaba de la reputación de ser yn cazador afortunado, para que me acoInpanara en una excursión. Mi objetivo principal era con±eIn– pIar el panoraIna y de±ertninar el área de tierra aprovechable que se extiende al pie del volcán. El día anterior a Ini partida conse– guí una excelente escopeta con un amigo aleman, que entregué a Norberto para que la llevara, reservando mi rifle para Ini pro– piouso.; El alba rayaba débilmente ,el hori– zonte. tiñendo las Inontañas de Cholu±eca, cuan'qq sentí que alguien me tocaba el bra– zo, era Rafael que en voz baja me advirtió que y,ra el guia se hallaba esperándome. In– variablemente dOrIJ1ía en hamaca, tanto por lo fresco de esta clase dEl lecho, cama para esquiVé\r los regitnien±os de pulgas, que al parecer persigu",n a la raza hispana. Abrí los ojos y ví a mi fiel sirvi"'nte esperándome al lado de la hamaca cOn una taza de café caliente con leche y con mi pipa de ",spuma de mar. Así que los saboreé noS pusímos el equipo de caza y saliInos en un silencio so– lo in±erruInpido por el graznido de los ani– males nodurnos y por el ZUInbido de incon– tables insedos. Desde las lejanas playas nos llegaba el apagado ladrido del perro vigi– lante, y a través del aire Inatinal oíaInos a intervalos el pequeño Inurtnullo del flujo de la. marea rOInpiéndose suaveInen±e en las orillas. Norberto encendió UIl cigarro y ±o– mó la delantera, luego es±uvitnos fuera del recinto de la ciudad, Inetidos en un laberin– ±o de retorcidas sendas abiertas entre las Ina– lezas, poniendo el Inayor cuidado para no tropezar en las seIni-sepultadas masas de la– va que, al rodar por las faldas del volcán, habían terminado por enterrarse en el suelo. Para cOInplacerme el guía dirigió priInera-
Inen±e sus pasos hacia una colina situada po– co Inás o Inenos a Una Inilla de la ciudad y que se erguía a una altura de cerca de seis– cientos pies arriba del llano circunvecino.
bnduvitnos Inedia hora entre intrinca– das veredas de ganado hasta alcanzar el pie de la colina, y esforzándonos ganaInOS la ci– Ina exadaInen±e cuando el sol salía de un Inar de nubes doradas sobre las montañas del Oriente. La vista desde esie punto es forzosaInente liIni±ada, pues abarca solaInen– ±e las pprciones Norte y Oeste de la bahía. La que se conteInpla desde la cu~b,:e del ":01– cán. que alzaba su testa dos Inil ples arnba de nosotros, es una de las Inás espléndidas en el Inundo occidental. Meses después, cuando ascendí ~n compañía de varios ami– gos, iodo el grupo estuvo unániIneInen~e de acuerdo en que este panoralTIa era el mas ex– tensp y. espléndido que ellos habían visto. No obs±l!>.n±e, desde nuestra adual ubicación la escena era interesante y sorprendente, pertnitiéndonos visluInbrar el paisaje ~on
±añoso de El Salvador y Honduras, y hacIa el Inar, un horizonte de aguas azules co!,-fundi– das en la distancia con la neblina Inananera, rOInpiéndose en copos de espumas en los arrecifes allá abajo. A nuestros pies se ha– llaba una pequeña laguna que ocupaba un espacio de unos pocos acres, cubierta con una espesa capa de Inusgos y otras parási– tas, alg{:mas de las cuales arraigadas en el fqndo del lago prendían de los árboles cir– cundan±es.
En el pequeño espacio de la planicie for– mada en la cumbre de la cqUna hay vesti– gios .;.le fortificaciones que leyaIltaroli !os ~u
cane"os del Siglo XVII. (1) No podIan es– tos haber escogido refugio más propicio: el puerío ofreciendo abrigo a sus bajeles, qU", así quedaban vigilados y prot",gidos desde el fUi;!rf",. Sin duda aquí, en los viejos días de los filibusteros, los piratas del Pacifico te– nían sus reuniones y desde este lugar pla– neaban Inuchas de sus invasíones Inerodea– doras a las costas vecinas. También se di– ce que los ingleses eInplazaron aquí una ba– ±ería, desde estas alturas su bandera flaIneó en 1849, cuando ±OInaron posesión y pre±en– dieron derechos sobre la isla de El Tigre. Don Carlos Dárdano Ine dió detallada cuen– ta de las operaciones de los británicos de AInapala, en las cuales aparecía que en Inac la hora él había aceptado el gobierno de la isla bajo los usurpadores y, en consecuencia,
(1) Es muy impl'obable que los piratM hayan permanecido en la iala del 'l'ip;l e por largo tiempo, al grado de hacer fortificaciones cuyos vestigios
dlual>cn tantos años
En los primclOs rnedt!S de 1683 los capitanes Ambrosio Cowlcy, Juan Ellton y Eduardo DaviB que hacían incur~iones en él Pacfíico, intentaron Baquear n Le6n de Nical'agu:l; no pudieron clIn'lplh su propósito porque encontraJ;on el puerto de El Realejo en pie de guerra, además de que el es· tarlo ruinoso de sus embarcaciones JM obligó a entrar en el "Golfo o DaMa de AmapaUa" para repararlas AnClalon en la isla del Tigre, pero no co~
metieron tantoB males atroces como Bolían: V Piraterí&ll en Honduras, por Conrado Bonilla San Pedro Sula, 1955, Pll 466 y s
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