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« Previous Page Table of Contents Next Page »perdió el apoyo del Gobierno de Honduras, al hacer valer éste sus legítimos derechos.
Una considerable extensión de tierra pla– na se encuentra abajo de la colina, y un her– moso y fértil valle se forma entre esta eleva– ción y la falda del volcán. En medio del fo– llaje encontramos bajas chozas de adobe o ramas, habitaciones de los isleños que en su mayor parte ganan un escaso sustento culti– vando pequeñas parcelas de terreno o como jornaleros en las diversas ocupaciones en el vecino poblado. Después de habernos em– belezado con el paisaje romántico que se ex– tendía a nuestros pies. reanudarnos nuestra marcha hacia una parte aislada de la mon– taña en la costa occidental de la isla, donde se nos dijo abundan los venados. Nos abría– mos paso a través de las cañadas umbrosas· las lluvias del día anterior daban una salu~
dable frescura a la atmósfera que parecía te– ner las cualidades vigorizantes de una ma– ñana de primavera en Nueva Inglaterra. El camino nos condujo cerca de la punta Oeste de la isla, después de andar media hora lle– garnos a un bosque espeso de ceibas, guapi– noles y palmeras, tan tupido que sólo pudi– mos avanzar apartando la maleza fétida y densa. Llegarnos luego a un espacio abier– to y plano, Norberto nos dijo que aquí po– dríamos encontrar algo que cazar, nos desli– zarnos cautelosamente hacia él borde de un barranco por el cual fluía quietamente un riachuelo haCia el mar. Las huellas impre– saS recientemente en el suelo húmedb nos indicaron que había un venado en la proxi~
midad. Nos sentarnos en una rOCE¡ y corno el sol se filtraba en los bosques que nos ro–
deaban, ~is cOnlpañeros sacaron un atado
con comesHbles y empezaron a tenderlo. Al
volvenne hacia uri matorral, cprno 'a veinte
yardas de distancia, mis ojos se encontraron con los de una preciosa venada, que erguida nos contemplaba c~n sorpresa~ Sin deCir pa– labra alguna a nus acompanantes, ·que rio habían advertido la presencia del animal apunté y les sorprendí con el disparo desa~
pareciendo el venado en el mismo in~tante.
Olvidando los preparativos de la comida los hombres corrieron en pos de él y a los p;cos momentos sus gritos me anunciaron que la bala había cumplido su misión. Rafael fue a la ciudad por un caballo, mientras nosotros destazamos y alistábamos la pieza, mandán– dole de vuelta con su carga, Norberto y yo continuamos la cacería.
Como entrarnos en los pantanos aumen– tó la caza, tuvimos varias buenas oportuni– dades, pero nuestra suerte nos había aban– donado. Los venados de la isla del Tigre parecidos a los de tierra firme. son de la es~
pecie pequeña de los corzos. En el interior del país se les ve en manadas, son tantos en algunas regi~lr:es qu~ los trabaj.adores pres– tan sus servlClos baJO el especlal convenio con el propietario de la hacienda de que la
comida deberá ser carne de res y no de ve– nado.
Se dice que hay abundancia de antílo– pes, pero su existencia la ponen en duda va– rios escritores. Lo que llaman antílope de
:montaña es común en ~l interior, pero a este
animal. sin duda alguna, se le confunde a
menudo con el corzo. Un repentino movi–
miento en una arboleda solitaria del camino cuando se viaja en las montañas es signo de su proximidad., Henderson menciona la ga– cela como habitante de los montes de Belice. que dice ha sido considerada corno la Dorcas o antílope bárbaro de Linneo. Es más o me– nos de la mitad del tamaño de un venado.
Después de una hora de andar, rodea– rnos la falda espesamente arbolada del vol– cán y salirnos a un espacio abierto alfom– brado por la hierba y de muchas lianas ba– jas, a través de los montes se percibía débil– mente el rugido del mar que se estréilaba en la playa Sur. A la media hora de caminar entre breñales y obscuros matorrales llega– rnos a la rompiente que se volcaba en iargos y constantes tumbos Desde aquí descubri. mos el perfil lejano del volcán de Cosigüina, c?n sus ~aldas escabrosas conírastando con el O1elo, mlentras que en el lado opuesto, hacia él Norte, el gran promontorio del Conchagua en El Salvador, se erguía, pareciéndose am~
bos a las dos Columnas de Hércules o más propiamente aún, a la Puerta de Oro. Desde
esía posición uno encuentra inmediatamente la semejanza de panoramas y fonnación, en–
tre las bahías de Fonseca y San Francisco. Solo falta el espumoso salpicar de los vapo– res abriéndose paso por entre las aguas para que el símil sea :completo.
.•. Cuando nos h~~lábamos en'la playa me llamaron1a atenclOn. much,?s .hoyos en la
a:-8rJa, que ~l ser examinados; resultaron ser
~llcJ.c;>S de tortugas. ,Le pusimos, sitio a uno
d~ estos y después de escarbar 'cerca de me– dla tó~eláda ,?-e arena,.empezó a aparecer elte$oro cUldado.samente guardado. Los huevos eran má¡; o menos del" mismo tamaño que los de gallina, pero dé consistencia blan– da. Estaban depositados con gran. esmero, cada J;luevo rodeado de una capita de arena tan blen colocada que ninguno de ellos se hallaba en contacto directo con los oíros. Después de haber sacado treinta o cuarenta Norberto tornó mi lugar, arremangándose 1;;;
camisa los extrajo uno por uno hasta contar
cienf~.diecinueve, que expuso a nuestra vista.
Me <!lJO ,que nunca se comían en la isla, hu– manlÍanamente me rogó que le permitiera c,?locarlos nuevamente .y cubrirlos, tarea que h1Zo. co': e~ mayor c;l1dado. Sin embargo, al. dla slgUlente, segun supe. el grandísimo bnbón regresó al sitio y se robó hasta el últi– mo .huevo del nido. En realidad son exce– lentes, corno 10 pude comprobar después por propia experiencia. El nombre de la playa
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