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do su deleite con chillidos. En un si±io don– de yo solia acudir cada mañana a tomar el baño, siempre estaba seguro de tener, sin costo alguno, delicioso concierto de sinsontes entre los follajes vecinos.

No fue sino hasta que record la isla cuando la oporiunidad de ver los panoramas desde las varias elevaciones y de comprobar adecuadamente la extensión del amplio y ondulante suelo que confiene, y que se des– liza desde la base del volcán para formar lla– nos fértiles, capaces de proveer el susiento de muchos miles de habitantes. El suelo es extremadamente rico y se halla cubierto du– rante la mayor parie del año con cien10s de variadas hierbas y arbustos. Alli florecen la goma del Perú y otras especies de acacias Pueden verse en los bosques abandonados y sin dueño: la uva silvestre, la papaya, la li– ma, el mamey, la lobelia, el fustete, el man–

go, las palmeras de muchas variedades, el guapinol, la caoba. el ron-ron y otros más. Ni una centésima parte de la tierra arable de la isla se halla culiivada. Con una raza enérgica corno nuestros hombres serios y pro– gresistas, podría ser habitada y mejorar las tres ricas repúblicas que la rodean en la ba– hía de Fonseca, haciendo de la isla del Tigre, el puerto más importante del Pacifico en más de un aspecio.

Amapala difiere de cualquiera otra ciu– dad centroamericana por la laboriosidad que

rnu~s±ran sus moradores, y en este respecto

fiene un parecido más fuerie a un estableci–

miento norteamericano que cualquiera oira

que he visitado. Aquí se halla el único ase– rradero de la costa del Pacifico de Honduras;

sus dueños son dos arrtericanos de empresa

que importaron la maquinaria de Nueva York, originalmente con el propósito de es– tablecer una' fábrica de hilados en San Mi– guel, El .Salvador. La empresa fracasó por falia de capital y mano de obra, después de lo cual se trasladó a Amapala, donde duran– te dos años ha hecho un buen servicio al converfir en táblas la madera de construc– ción que llega de las costas vecinas. El principal mercado es El Callao. Un bergan–

tín peruano estaba cargando en el puerto cuando hice mi primera visita. La madera, cuya mayor parte es de cedro de magnifica calidad, vale de $ 35.00 a 45.00 el millar de pies. También hay un mercado seguro en los pueblos cercanos a la bahía y en los del interior del país. Un turno del aserrío esta– ba operando, el cual era suficiente para aten– der la demanda, según los propietarios. Las trozas se corian con sierras largas en las de– sembocaduras de los ríos Choluteca y Goas– corán, y de allá se arrastran por medio de bongos hasta el aserradero, que tiene sufi– ciente profundidad de aguas para recibirlas en las propias plataformas. De aquí las ca– denas de arrastre llevan las trozas hasta el plantel. La principal distracción'de los arna-

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donde estuvimos es Playa Brava, inaccesible

El los botes.

Encontramos huellas de ganado salvaje y de venados que se extendían bastante aba– jo hacia la bahía, y seguimos las márgene .s de un riachuelo por un lugar desolado. H,–

cimas nuestro regreso por oiro camino, ro–

deando la base del volcán, que siempre nos mostraba su orgullosa testa en medio de las nubes, mientras caminábamos p,?r entre lo.s arbustos. En nuestra marcha fUlmos segul– dos por una .bandada de urracas, de ,,;na es– pecie con p1Co y lengua algo pareCldos a los del papagayo. Una de ellas, que yo ha– bía herido, erni±ía un continuo graznido lla–

mando a sus compañeras, que inmediata–

mente acudieron y nos rodearon. A veces descendían velozmente hacia nosotros a una distancia casi del brazo, nos miraban fiera– mente por un me;>mento Y luego giraban pa–

ra posarse en la rama más próxima, se sen–

taban agitando sus alas y con los picos abier– tos respondían a los gritos de su compañera herida. No ví este pájaro en las fierras alias del país y presumo por ello que se hallan confinados a la costa. En las montañas de la isla del Tigre pueden verse: la guacamaya con su atavío de plumas policromas; los lo– ros de diferentes variedades; la oropéndola, insolente con Su plumaje alegre y bailando en el <lire, la garza azul, la paloma gemido– ra pecho morado; el sinsohte y el ruiseñor. La guacamaya, especie de macao, eS el ga– lán de los bosques de Centro América; su li– brea de e;>ropel siempre se destaca, también es notable por su grite;> áspero, puede verse desde lejos entre las ramas más alias de los grandes árboles, donde se posa coquetamen– te a arreglarse las plum.as, o entregado a su pasafiempo favorito de colgarse c<lbeza aba-o jo de alguna rama frágil, gritando a alguna distante conocida, o inspeccionando hacia abajo para ver qué encuentra. ·El $insonte– es nuestro arrendajo. Nada puede superar sus delicadas notas. En su forma. plumaje, hábitos y aspecio general no puede distiilc guírsele del pájaro del Norie. El pico es un poquifín más largo y la garganta un poco más llena. Uno que tengo en mi cuario, don– de escribo, me lo obsequiaron con otros dos en Amapala durante mi primera visita a ese puerto. Dos no pudieron sobrevivir al viaje a California. Este que me quedó ha alcan– zado la plenitud de voz y plumaje, posee to– das las notas del arrendajo americano amén de aires extraños nunca oídos fuera de los tr?picos. Entre todos los cantores de pluma cl;eseme el sinsonte de Centro América, por su rlqueza y variedad de trinos. A menudo ob–

servé estas graciosas criaturas bañándose en

algún quieto arroyuelo en Olancho, en don– "le particularmente abundan. Se posan de– hcadamente sobre limpios guijarros y se tur– nan para descender en picada hacia las aguas, salpicando atrevidamente las mismas con el agitar rápido de sus alas y expresan-

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