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me lo estorbó una fascinación exiraña que no pude explicar.

"Cuidado! Cuidado, por Dios!", gritaron todos, a tiempo que tres disparos resonaron en mis oídos.

Al instante estaba yo echado de bruces, y el tigre tendido en el suelo como a cuatro pies de distancia, remolinando en la hierba y destruyendo el césped en su postrera lucha con la muede. Cuando él saltó hacia ade– lante, yo :me había apartado de su dirección porque iropecé, cayendo en el lugar a donde él habría llegado si no hubiera sido por las balas que terminaron con su carrera.

No tardé en levantarme y le metí una bala en la cabeza, que casi lo liquidó. Los ...tigreros" se aproxiInaron y cuidadosamente le buscaron el corazón con sus relucientes cu– chillos. Con un bostezo ahogado :meneó con– vulsivamente la cola y todo estaba consuma– do. Limpiaron sus cuchillos en su piel lus– trosa; uno de ellos aventurándose dentro del matorral sacó el cuerpo destrozado del perro. No se le encontró a és±e ni una sola marca de dientes, pero era evidente que un zarpazo lo había quebrado. El figre medía seis pies cuairo pulgadas y todos estuvieron de acuer– do en que era uno de los más grandes que se habían cogido en la isla. Los perros no mostraron el deseo nalural de despedazar el cuerpo, o de ladrar a su alrededor, sino que olieron sus heridas, dieron vueltas en torno de la presa y miraron a los tigreros. Bastó una hora para despellejar1o; se colocó la piel dentro del bongo¡ gracias a la previsión de Norberto se sirvió luego un apetitoso almuer– zo al cual todos hicimos honor. Esta fue mi prim.era cacería de un ±igre, y aunque mis compañeros estaban seguros de que había una hembra con cachorros en la vecindad y nos propusieron volver al siguiente día, :me contE,mté con hacer de aquella :mi primera y últi:ma aventura de ese tipo en Zacale Gran– de.

Algunos de los :mejores ganados de la región pacen aquí. La isla es la propiedad de dos fa:milias salvadoreñas, que valoran la tierra y el ganado en $ 40.000.00. (11 Hay un :manantial :medicinal al que algunos de los habitantes de los pueblos vecinos de la costa atribuyen propiedades :milagrosas. Se dice que esta fuente apareció durante la gran erupción del Cosigüina en 1835. La isla de Zacate Grande se ha :mencionado como ter– minal del proyeciado ferrocarril interoceáni– co de Honduras, pero allí falta un fondea– dero como el de A:mapala y no servirá para fal propósito. Después de co:mer gallina asa– da, tortillas y café volvimos al bongo y re-

(1) HOII'!UIUS. untes y de¡¡put'S uc la independenda, 91cmplO ha t!!nido

el dominio eminente solno la isla de Zacnte Grande y demás del Golfo do Fonsecn. cuyOS l¡'~lechos están lespaldudos llor documentos expedidos durante 01 légilncn colonial -

mamas hasta la cercana isla de Exposición en donde se encuentran oSíras deliciosas en: canlidades inagotables. Nuestros hombres comenzaron a sacarlas eslando la marea ba– ja, y a la media hora tenían el bongo colma_ do de estos sabrosos mariscos. El festín que después nos dimos en la isla del Tigre me quitó para siempre la idea de que las bue– nas osfras sólo podían oblenerse fuera de los irópicos. De tal consistencia y riqueza de sabor nunca las había probado en los Esta– dos Unidos.

Con un vienlo bonancible y hallándose el bongo cargado de oslras, pusi:mos run1bo a Amapala; y cuando bajamos las velas y nos preparábamos para desembarcar, el in– falible y despiadado chubasco nos :mojaba hasta los huesos. La bahía de Fonseca no es solazneníe rica en m.ariscos de concha sino que sus aguas literahnente bullen con una diversidad de peces para la cazuela; hay oiras clases cuyos nombres ni siquiera son conocidos. DUlante las dos visitas de varias semanas que en diferentes ocasiones hice a esía isla, no ví aficiones piscaforias en los amapalinos; los únicos pescados que pude comer cuando permanecí en la isla fueron producio de unas pocas horas con el anzuelo

y la caña en una pequeña canoa, en compa– ñía de mi sirviente, que no hacía oira cosa que desenganchar los peces de :mi anzuelo y pasarme el cebo. Abundart lbs esluriones y los iiburones, pero hay, además, muchos pe– ces comesiibles: percas, papagayos (fuera de la bahía)

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eperlanos y, por lQ menos, una docena de oíros más, cuyos nOIll.bres no me fue dable aprender. Un barco provisto de equipo para la saladura podría realizar bue– nas ganancias en esta bahía. Las almejas y los cangrejos sé obtienen con la única mo– lestia de agacharse uno a recogerlos. Abun– dan las aves de caza en las playas y en los lechos lodosos de la Herra fir:me¡ no sé que haya otro lugar más promefedor en América para la caza de becardones, patos, chorlitos y pájaros de toda clase, que el que ofrecen las muchas localidades de la bahía de Fon– seca. Los cocodrilos abundan. Al ver de cuando en cuando ejemplares de ellos en las playas desiertas, me convencí de que éstos son los :mismísimos reptiles de ríos de agua dulce, cuyos ojos vigilantes y boca hórrida mostrando sempiternamenle los dientes, han sido blanco de tantos miles de balas a todo lo largo del Mississippi. En la bahía de Fon– seca cruzan sin iemor por enire los boies an– clados en Amapala y, evidentemente, pasan sin dificultad del agua salada a las bocas de los ríos y a las costas pantanosas. No estaba seguro de que los cocodrilos frecuentaran la cosia hasta un día en que bañándonos con un amigo, llegamos nadando hasta una bar– caza que se hallaba anclada corno a unas cien yardas de la playa, y desde allí observé un tronco largo que flotaba cerca de la orilla. Llamé la atención a :mi compañero y le pro-

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