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« Previous Page Table of Contents Next Page »use nadar hacia dicho tronco,. cuando me P· zo ver que no era tal tronco SIno un coco– ~~ilo. Pero no creí, y pronto desapareció de uestra vista. Ganamos la playa, y al poco
~a±o, lo que creí ser un tronco apar~~i~ y ha– biendo pedido una escopeta le deje lr una . ndanada. Inmediatamente las aguas se agitaron con violencia y el cocodrilo (pues fIera) se sumergió de un colazo, desvane– "'endo toda duda acerca de su identidad. [!"esde entonces nuestras actividades natato– rias se circunscribia! on a la orilla de la pla– ya.
Ya estaba empezando a aburrirme en la isla del Tigre. Había recorrido su circunfe– rencia, cazado a todo su largo y ancho, exa– minado sus curiosidades; con la "calentura" había adquirido mi ciudadanía, cuya certifi– cación llevaba en el rostro amarillento y en mis ojos sin brillo. Ni Robinson Crusoe, una vez que vió todo en la isla de Juan Fern.án– dez
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se sintió ;nás aburrido que yo. ~n la Isla del Tigre. A, hablar de una reglOn alta y fresca a miles de pies de altura, adonde las fiebres de la costa no llegaban y cuyo clima ideal restauraba el color a las mejillas páli– das y levivía las energí~s quebrantadas pc;r las miasmas y la malarm de las herras hu– medas y bajas. Esa era mi meta; por esa región yo había dejado California; y aunque me era muy importante esperar la llegada de don CarIas, me parecía que estaba desper– diciando mi tiempo mientras no pudiera lle– gar a Tegucigalpa, cuya fama era tan renom– brada y por 1" cual suspiraba como suspira el aldeano al dar la primera ojeada a su pro– pio lar nativo; ansiaba ver esa ciudad perdi– d", entre montañas, cuyo nombre era para mí desconocido hasta hacía poco. Por fín, hizo su aparición un bote del embarcadero de Choluteca,'echó anclas en las afueras del pequeño puerto y desembal;có su pas""je, que no era otro que el señor Dardano y sus tres hijas. Su viaje había sido difícil y peligroso. De Nueva Orleans tardaron veintidós días a vela hasta Omoa, en el mar Caribe, y de allí habían hecho el trayecto a lomo de mula, vía Comayagua y Tegucigalpa, cruzando to– do el país. Me causó grata sorpresa ver a las tres jóvenes darnitas con la gracia y las prendas que acompañan a una educación re– cibida en Nueva York y conversando en un inglés fluído, tan bien como en francés, ita– liano y castellano. Tan pronto como se ha– bía mitigado la fatiga del viaje con un apro– piado descanso, con la formal presentación del caso hice entrega de mis cartas, y pronto llegué a un acuerdo con mi anfitrión.
A la mañana siguiente la isla estaba al– borotada. El Comandante de Amapala izó la bandera nacional y abrió de par en par su pequeño comercio de licores, de cuyo ne– gocio tenía el monopolio en la isla del Tigre, pagando al Gobierno por la licencia un im– puesto de treinta dólares mensuales. Se dis-
paró una salva desde las puerias de!. cuarie! y la bandera de Cerdeña se izó también en la sede consular y residencia de don Carlos. Jóvenes y viejos todos acudieron al hogar de los recién llegados para darles la bienvenida y para tener noticias del interior. Fue des– tazado un novillo que había estado amarra– do al poste del matadero desde hacía una semana en espera del arribo de la comi±iva. y su carne se distribuyó entre los amigos de la familia, por la noche la pequeña ciudad se hallaba de punto para cantar o para en– tonar alabanzas a don Carlos. Hasta cla– rear el alba hubo fuegos artificiales y vivas, salvas de artillería, descorche de champaña, rasguear de gui±arras y alegres contradan– zas y valses. Pocas veces había tenido Ama– pala Un día de tanta alegría desde que sur– giera su existencia en 1846 (1) bajo los aus– picios del patrón cuya fama la población es– taba celebrando ahora. El holgorio terminó al fin, y después de varios días de negocia– ciones y arreglos, en los cuales el lTIal inglés de don Carlos sólo era comparable al espa– ñol de mis cartas de presentación para la elite de Tegucigalpa, inclusive para el Presi– dente Cabañas y varios altos funcionarios del Gobierno. El bongo estaba ya listo para sa– lir hacia La Brea, puerto de Nacaome, y la tripulación escogida y pagada anticipada– mente; con desgano dije adiós a las bellezas y expresé en la debida forma mis mejores deseos, y en esa tarde cálida y lluviosa, a las seis ordené que mi equipaje fuera condu– cido a la playa, donde estaba varado el bon– go del famoso "Bachicha". Repetidamente había ordenado a Rafael, mi fiel olanchano, que no abandonara mis cosas en la obscuri– dad y que no qui±ara de encima el ojo a los hombres del bongo. El "patrón" me había prometido que estaría listo a las ocho, pero transcurrido el tiempo y desconfiando del in– feliz envié a Rafael a que averiguara la ra– zón por qué no había venido por mis baúles. Su respuesta fue que "los hombres de los bongos nunca salen al mar cuando llueve". Era verdad que llovía con furia tropical y que la noche parecía la más impropia para salir, pero yo había dicho mi adiós final y todo estaba listo para la partida; había to– mado la resolución de salir aunque fuera por mero capricho, como se lo dije al patrón; pero él sólo dio un chupetazo más fuerte a su cigarrillo y me dijo:
"Es imposible, señor. ¡Yo no puedo sa– lir!".
Me miró, esperando a que me encogiera de hombros y contestara, preparado él para el argumento del caso. Pero apenas había proferido él sus palabras cuando 10 agarré a paraguazos. El efecto fue sorprendente.
(1) En 1816, año en que el autor dice que Amapala surgió a la e~is~
tencia, doce años de3pués desde su el eación en 1833, ya debe haber habido un nucleo regular de casas y un vecindario máB o menos numeroso V P
Rivllll, Monografía, p 116
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