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« Previous Page Table of Contents Next Page »templar. Bajo las sombras de los más gran– deS, se hallaban los r<;,baños de ganado, gor– do todo marcado en Igual forma que en Ca–
lif~rnia, y aparentemente con los mismos cu–
riosos fierros. A las diez de la mañana lle– gamos a Nacaome, que es la principal ciu– dad del departamento. Mis amigos de Ni– caragua y Amapala 111e habían dado gentil– mente varias cartas de presentación para las personas 111ás i111portantes de aquí, sin cuyas carlas 111i recepción posible111ente pudo ha– ber sido 111enos cordial. Nos fui1110s hacia la plaza y 11ega111os a una casa de adobes de un francesito defor1l1e lla111ado Caret, quien en el col111o de la afabilidad 111e había dado en A111apala una carta para Su esposa recomendándo111e, según dijo, a su especial afabilidad. Yo había cuidado esta carta de manera especial y se la entregué a la puerta con todo el donaire que de111andaba la oca– sión. La acogida fue entusiasta y la sepora me rogó que des1110ntara y que considerara su casa C01110 la mia propia. Ocho días es– tuve hospedado en la casa de Monsieur Ca– ret; sie111pre obsequié cara111elos a sus bulli– ciosos chiquillos 111ás, al partir hacia el inte–
rior, mi anfitriona me cobró un precio ires
,veces 111ás que el corriente, tasando quizás
mi riqueza en función de la profusa libera– lidad que había 111ostrado. Al objetarle y referir1l1e a la carta de su 111arido reC0111en– dándo111e que 111e hospedara en la casa.
"Oh", 111e dijo, "aquí puede usted leer la cada si así 10 desea".
En realidad, 10 que Monsieur Caret ha-blaba en ella era de 111i bolsa repleta y de la . ~agnanÍ1l1idad de su dueño! Al tomar yo . en cuenta que no había comido sinó unas po– ,eas gall..tas, que había dormido en 111i pro– pia hamaca y que para colIno .111e había vis– to obligado a alquilar una. mula extra desde La Brea para poder transportar varias cajas que el ambicioso jorobado cortésmente me había confiado cuando salí de Amapala, dejé la casa de éste llevándome la convicción de que ésta' era la prÍ1l1era vez en Centro Amé– rica que se había tratado de defraudarme. Mi llegada a Nacaome fue motivo para que media docena de desnudos rapaces se amontonaran a la puerta y comenzaran a
h~cer comentarios sobre 111i persona. Me– Clendome en la ha111aca que Rafael había colgado en el. corredor gozaba de la fresca brIsa que ven,a a través de los emparrados de la ciudad. Al mediodía el calor era inso– Portable, pero por la tarde salí llevando un p.aquete de carias de presentación, visité va–
~as f?-milias, entre las que estaba la del se– nor Lino Matute (1), la del señor José María
~ugama ex-Ministro de Econo111ía del Presi-ente Lindo (2), y la del General Manuel Es- -
v A(lk ~omo. Consejero le hl:z.o cargo del Poder Ejecutivo a fines de 1838
alleJo, HlAto114 Social)' Politica de Honduras. p 406
(2) Fue Ministro General del Preaidente Lindo en 184.9 Ibidem
cobar, a la sazón Comandante Militar del departamento de Choluteca. Este último ca–
ballero ya había recibido de Castellón cartas
de León anunciándole mi llegada y pidién– dole que 111e otorgara toda clase de facilida– des para mi empresa. Me dió Un paquete de cartas del Presidente Castellón, que espe– raban mi arribo, en las que me presentaba favorable111ente al General Cabañas y a otros distinguidos h0111bres públicos de Honduras.
Nacaome tiene poco 1l1ás o menos ires rnil
habitantes, entre los cuales hay varias fami– lias famosas -en este país de indiscrimina– das amalgamas- por la pureza de su sangre castellana. Varias de las mujeres son boni– tas y muy blancas, pero con ese aspecio des– cuidado, amarillento color de cera, que siem– pre caracieriza a los habitantes de las tierras bajas. En los meses de calor prevalecen las fiebres a menudo fatales, y la ubicación del lugar en relación con las montañas circun– dantes y de las estribaciones de las cordille– ras hacen de él uno de los 111ás calurosos y desagradables de la costa, más aún que la ciudad de Choluteca, que está más alta y más expuesta a los efecios de la brisa. Na– caome está en un anfiteatro de colinas, en atmósfera tan sofocante que para poderla respirar los extraños tienen que hacer un es– fuerzo. Aquí se veía el pequeño y sucio cuartel y el puñado de soldados, víciÍ1l1as de la fiebre, cuyo tambor negro recorría el cír– culo de la plaza tres veces al día, 10 que de– mostraba que el lugar se hallaba en estado de sitio. El General Escobar me invitó para que pasara revista de las tropas, un día des– pués de mi llegada. El concedió mucha Í1l1– portancia a que un norteamericano le diera su opinión, con el deseo de qUe cuando' yo regreSara a mi Patria, refiriera la perfección de las maniobras que había presenciado. La verd<J,d es que todo fue una pobre farsa que me hizo recordar 1l1Ís días de escuela .cuando de chiquillos nos ponía111os a "jugar a los soldados". Sin embargo, con jefes ca–
pacitados y con buenas armas estos hombres combaten con un valor que su apariencia externa no revela.
No había permanecido mucho tiempo en la ciudad cuando la noticia de que mi em– presa trataba de "comprar el país" se había regado por todas partes. Entre 111is muchos visitantes tuve a un viejo salvadoreño lla111a– do don Lucas Rosales, que después de habér– seme presentado me dijo que había sido ex– patriado por el partido servil en razón de la partiCipación Í1l1poriante que tuvo en el par– tido liberal, después de la expulsión del Ge– neral Morazán. Se mostró extraordinaria– 111ente interesado en saber cuál era el objeto de mi visita a Honduras, había leído el "elo– gio" que en "Nueva Era" de León había in– seriado mi amigo Chico Díaz; 111ás, como mi relato no le satisfaciera, me ofreció su cajita de rapé y 111e lisonjeó diciéndo111e cuán feliz debía sentirme al contarme entre los compa-
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