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triotas de Washington. A la. mañana si– guiente fuí levantado de mi hamaca por el sirviente de don Lucas, y me entregó una in– vitación escrita de su amo para que le acom– pañara a desayunar. Y para colmo de la gentileza, trajo una mula ensillada que me esperaba a la puerta, de manera que por nin– gún punto podía excusarme. Resultado de

visita fue el obsequio que el viejo me hizo de una colección completa de antiguos perió– dicos guatemaltecos y hondureños contenti– vos de artículos de Valle, Barrundia, Cacho y Marure sobre temas históricos de Centro

América, que era lo mejor que podría conse–

guirme a este respecio desde la independen–

cia.

En dos horas de conversación con este viejo político obtuve muchos datos de gran valor. Pero el principal objeto de sus aten–

ciones para conmigo era obtener opinión so–

bre unas muestras de carbón de piedra -o

de una substancia negrusca que se le pare– cía- y que dijo provenían de su mina cer– cana a la desembocadura del río Goascorán, que desagua en la bahía de Fonseca. Las muestras se parecían algo al carbón café in– glés, pero sin su aspecto caracierístico. Me hallé perplejo para dictaminar si las mues– tras eran piedra o carbón; si lo último, debía contener una considerable porción de mate– rias extrañas. Ví que una muestra ardió, dej6 una masa de escoria y emiti6 una llam.a pequeña y débil. Don Lucas ya había abier– to un socavón de trell varas (como lo pres– cribían las leyes mineras del país para !'lSe– gurar la posesión) y, aunque se remn de él

sus vecinos Inanos industriosos, estaba com–

pletamente seguro de que con el tiempo ha– ría una fortuna. No podía yo contener una

sonrisa al ver la atención ansiosa que el vie–

jo daba a m.i opinión, emitida tal vez un po– quitín den'lasiado favorable. Evidentém.ente don Lucas le daba a la opini6~ de un ex– tranjero más valor que a volúmenes de elo– gio de uno de sus propios paisa~os. Me di– jo que tenía un documento firm",do por Mr. E. G. Squier en que opinaba que había buena clase de carbón de piedra en las márgenes del Goascorán; y deseaba que yo agregara la mía, pero no habiendo visto aquella sec– ción del país, me era im.posible darla. Fi– nalmente transam.os con un cam.bio de fir– n'las, acio de amistad en Centro América. Indudable es que existe carbón en la ver– tiente del Pacífico de Honduras y El Salva– dor, pero com.o pasa con el encontrado en los trópicos, carece de peso y de consisten– cia, siendo diferente al de la Am.érica del Norte. De las ventajas que resultarían del establecim.iento de una estación carbonífera en Am.apala, con material suplido por estas minas, ya los capitalistas están enterados por aIras fuentes.

En Arn.apala habíam.os convenido con un sobrino del General C",bañ",s, que ib", ca-

mino a Tegucigalpa, encontrarnos en Naca_ ame; varios días esperé su llegada, ansioso, de contar con su cOn'lpañía en este n'li pri– n'ler viaje en el país. Duran!e esta perma_ nencia tuve suficiente tiempo para arreglar m.is planes así com.o para observar el peque– ño m.undo que m.e rodeaba. Tem.prano del an'lanecer n'le iba por las n'lárgenes del río y

n'le zambullía en sus linfas claras, resplande_ ciendo alegres bajo el cielo azul entre el ver– dor de la arboleda; al regresar me esperaba una taza de chocolate o de café, luego fuma_ ba un par de cigarros en la c6moda hamaca; m.e ponía n'li son'lbrero de ancha ala y salía en busca de novedades o a corresponder al– gunas de las nU=erosas visitas que personas

gentiles, aunque curiosas, me habían hecho.

A las diez de la mañana las calles solían es– tar totaln'lente desiertas a no ser por una o dos veintenas de burros, cerdos y perros, que al parecer eran los únicos ejemplares de vi– da aniInal capaces de resistir el sol abrasa_ dor. Aquí, co=o en otros lugares de Centro A=érica, los perros gozan de libertad para andar por la ciudad. Muchos de estos flacos aniInales, llenos de púslulas y =oscas entra– ban en la casa los dos primeros días y se aco=odaban alrededor de =i ha=aca, de

dond~ ni la voz de "perro!" de la señora, ni

el regaño de las otras mujeres eran capaces de desalojarlos. La agonía de las picadas de las, m.oscaS pronto =e convencieron de que yo o los perros debíamos abandonar la casa. Ar=ado de un leño les declaré la guerra y abrí la ofensiva inm.ediatamente, con la sorpresa y el te=or retratados en la señora, que desde su niñez ,había considera– do a 19S perros como un =1'11 necesario e in– evitáble. Desde =i hamaca dejé mi n'larca en los c",nes callejeros qUe, por fin, vieroll que ¡¡us antig\:los privilegios estaban en en– trec:Ucho; espiaban mi llegad", y =e evitaban co=o a la peste. Cuando me cansaba de es· ta ocupación solía ceder el leño a Rafael que, parado paciente=ente detrás de la puerta, cual otro Cerbero, estaba listo a descargarlo en la cabeza de los intruso~.

Una sofocante tarde n'le hallaba repo– sando, como siempre, contemplando las nu– bes que ligeras pasaban por los distantes pi–

cos de las rrloniañas, cuando un sirviente de

la casa del señor Ruga=a llegó a caballo hasta la puerta de mi pequeña residencia y, des=ontando rápidan'lente, =e dijo que fue– ra a caballo a la casa de su an'lO, cuya hijita eslaba gravement", enfer=a. A todo extran– jero en Centro A=érica se le supone Docior, y si el viajero tiene éxito alguna vez al lle–

var a cabo una curación afortunada, su re~

puíación queda hecha en esos =is=os ips– tantes. Se le busca desde todas paríes, y se recla=a su pericia hasta en casos en donde un fracaso podría destruir las esperanzas c:1e los ansiosos padres y de los amigos de la fa– milia. Negarse a ello es casi iInposible, Y

cuando toda la familia se une en el ruego,

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