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descuida su registro y en sus futuras andan–

zaS se inclina a depender de su IneInoria. De tal colección de notas se le hace a uno di– ficil escoger qué pueda gustar a los lectores, un hecho que se hace a un lado COInO frí–

~olo por algunos de ellos puede tener para oiroS SUIna iInportancia. Así un ornitólogo, por ejeInplo, se sorprendería de la torpeza de que entre ta] profusión de pájaros de bri– llantes colores no s~ hubieran registrad? los hábitos y el pluIna]e de cada uno, e Igual observación podría hacer el profesor de cada rama científica. Pero el tiernpo gastado en tales investigaciones derrotaría los objetivos que no fueran los de un científico y requeri–

rían, en consecuencia, una prolongada expe–

dición. Un viaje precipiíado a través del país, a lOIna de Inula, no da sino oportunida–

des limitadas para una observación rrLinucio–

sa o para tomar notas en medio de las InO–

le~íias de un viaje penoso en el cual en lugar

de un cuerpo de sabíos, uno, viajero incolTI–

petente y sin asistencia debe describir y con– fiar al cuaderno pasajero "cada cosa" de in–

terés. En Centro América nadie puede com– prender el objeto de las preguntas que uno hace y la respuesia general para todo es el

universal: "Por supuesio!" Muchas veces se

ocupa una hora de hábiles preguntas y un mundo de paciencia a fin de averiguar un hecho sencillo tal, por ejeInplo, la época en que se debe sembrar la yuca, o la profundi– dad de un río en deterrninada estación Des– graciado aquel que interroga si pierde su paqiencia o Inueslra la Inenor petulancia an– telas respuestas tardías o inesperadas a sus indagaciones. Se le toma entonces como un

necio Y, decididamente,

C011'10 persona sin se–

riedad.

Dejamos el pequerlO valle y subimos por las colinas que rodean la Inontaña chispean– do aquí y allá con sulfuros y en varios pun– tos con Inuestras visibles de brozas de hierro y cpbre. A veces se ofrecían a la vista par– celas de iimra aparentemente fértiles, con ca– bañas compac±amente empajadas y Inedio escondidas entre los maizales ondulantes, y el platanar confundiendo su rico verdor en la brisa Desde hacía algún liempo había abandonado mi plan de tomar nota de cada quebrada que sigue su curso hacia el Inar. Entre los puntos culminantes noté un cerro

iu?linado, en forma de pilón de azúcar, que

ahsbaba desde arriba conspicuamente entre l,?s demás picos circundantes. A la disian– Cla parecía la torre rota de un castillo, pero por la t:,rde al pasar cerca de él vimos que estaba Integrado de una piedra color rojo

que nues±ro guía aseguró era cinabrio. corn–

probac;l? por un viajero alemán, quíInico de

pro~eslo~, que anduvo errante por aquí hace

vanos anos.

Al Inediodía paraInOS y los muchachos, ahora prácticos en el trabajo, pronto estuvie– ron haciendo café. Estábamos a una aHura

de mil ochocientos pies sobre el nivel del Inar. No se había visto hasta entonces, en nuestra ruta, pinos ni abetos. Las formacio– nes del suelo eran, por lo general, de piedra arenisca, cuarzo desintegrado y granito. La temperatura subió a 86' Fahr. Desde nues– tra atalaya conteInplaInos hacia atrás los ris– cos montañosos por los que habíaInos pasa– do. Un Inontañés Inás experto que yo se hu– biera sentido perplejo para señalar el caInino que habíaInos recorrido desde las llanuras floridas de Choluteca hasta este cliIna teIn– pIado de que ahora estábaInos gozando. Frente a nosotros, contra el cielo del Este, vimos claraInente la línea de pinos que al– canzaríaInos al siguiente día. Lejos, allá al Oeste, los picos volcánicos de El Tigre, Zacate Grande, Conchagua y San Miguel aparecían azules e indistintos en el horizonte nebuloso, al pie de los cuales en vano traté de distin– guir el mar. La falda eInpinada por la que

el carnino se extendía nos mostraba la vía,

grabada en la blanca piedra por los cascas de las bestias, ondulando como una gran serpiente.

Este punto se llama Paso de El Diablo y es uno de los Inás peligrosos de la sierra. Es, no obs:l:ante, la ruta principal hacia el inte– rior. Picos elevados y salientes riscos de granito gris se elevan contra el cielo. Los árboles. de menor frondosidad, bastante es– paciados e inclinados por la fuerza de los

'Vientos, se sostenían en escuadrones disper–

sos a lo largo de las laderas Inenos preci– pitadas.

Resaltando COInO rasgo proIninente en– tre la escasa arboleda estaba la manzanita, con su tronco rojo, nudoso y torcido, aparfa– do terpemente de la perpendicular, que sa– lía de entre las rocas y del suelo seco y arci– lloso, al parecer apenas capaz de sostenerlo. El árbol o arbusto, escasamente es de más de d~ez pies de aHura. Sus ramas y ramillas están cubiertas Con Una delicada capa blan– ca de una substancia como el polen que fá– cilmente cae al restregarla. Las hojas son

al±ernas, ovales, venosas, de un verde fierno

en el haz y un poco Inás pálidas en el envés. Tiene una flor pequeña, blanca y rosada.

Cerca de nuestro caInpaInento había un precipicio desde el cual y sobre una roca des–

nuda que ofrecía una escasa griefa para co–

locar el pie, conieInplamos un escarpado ta– jo de varios centenares de pies de profundi– dad. Aquí me en:l:retuve arrancando las pie–

dras Inás grandes, arrojándolas, y observan– do su caída hasta que el retumbo se perdía en:l:re el murmullo de los Inontes allá abajo. Las dilatadas sombras nos advirtieron, final– Inente, que debíamos montar de nuevo y pro– seguir.

Desde aquí nuestro camino fue una su– bida gradual, a veces cruzando abismos en

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