Page 95 - RC_1965_01_N52

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En los momentos de caln1.a podíamos percibir el tenebroso fragor de algún torrente furioso y espumanÍe en su lecho de rocas. Cuando cayó la noche vi=os que la sierra se dividía hacia la izquierda en profundos ba–

rrancos, y en nues±l"a ansiedad por evitarlos

nos meti=os muy adentro del bosque; des–

pués de una hora de luchar sin éxito enfre

&:rboles caídos y zarzales llegamos a la mo~

lesta conclusión de que nos había=os perdi– do. Co=o no eran iodavía las diez de la no–

che, espera,lnos, con no placentera an±icipa~

ción, una noche de formen±a inn1isericorde Y

una co=pleÍa obscuridad, sin esperanzas de

Empezarnos a subir el Cerro de Hule, en cuyas faldas se halla la aldea de Nueva Ar– cadia (1). El viento del cerro llegaba pe– sado y caprichoso anunciando la proximidad de una lormenta. Bregamos penosamente

hacia arriba por espacio de una hora, si–

guiendo por un carnina disparejo y en zigzag marcado en las rocas por el paso de las bes– tias. El sol se hundió en un mar de nebli– nas y nubes. Casi habíamos llegado a la parte =ás alfa del viaje por este secíor de la cordillera. El camino, apenas visible por la aproximación rápida de la obscuridad, Se extendía El lo largo de un suelo casi plano con arboledas más espesas que en ninguna oira parte desde que dejamos las tierras ca–

lienfes, y parecía más bosque que cualquiera

de los pinares hasta ahora vistos. Los pinos aparecían más sombríos en la obscuridad de

la noche, que se noS vino encima acompaña–

da de una lounenta que arreciaba a cada ra– to hJiisia que nos vimos imposibilitados para proseguir. A menudo nos desmontábamos y seguímuos a pié avanzando lenta y peno–

san'1ente, y mojados por las rachas de vienfo

y lluvia que pasaban aullando en rápida su– cesión a través de los árboles, repercutiendo

es±ruendosarnen±e en la rnon±aña. Vívidos

relámpagos, como raramente 'se ven fuera de

los trópicos, alu=braban los cielos, y el es– truendo de los truenos agregaba su voz El lo ilT,lponente de la eSCéna.

pero elegantes señoritas cuyos tupidos velos apenas dejaban adivinar sus negros y bri_ llantes ojos y sus vivaces rostros de españo_ las. Una hora transcurrió placenteramente

bajo los pinos, y corno nuestros nuevos CO~

nacidos venían bien equipados de coñac V

frutas no sentirnos deseos de dejar su grata compañía. Por fin todo el mundo =ontó a caballo y vimos nuestra fiesta nupcial galo_ par entre los bosques, y enviarnos grifos y alegres carcajadas hasla que desaparecieron de nuestra vista.

Renovan1.os nuesiro viaje y a los pocos luinutos dimos de boca can una comiliva de amigos que a caballo se encaminaban hacia

el lugar de las bodas. Aquí, al menos, no --Ú>En

JIIS AJlums tomadas en v.arioB Jugares de la RcpúbHea, en 1891, iban viejas celosas de los exirarlOS, Desmon-

por:Mr Cole, tille inserta el Dr Vallejo en la púgina 1 de Bll Anuario, f!~

t

. - t' d'

la Nueva Arcadia a 4165 pies Bobre el nivel dd Illal, población que Illtua amos y rcn companero me presen o a me la

cnbe Sahunagrande y el Cerro de Hule (me3eta) Dcba ser la actual aldea docena de jóvenes de Tegucigalpa, fodos

úe Arcaúín, pCltenecientc al municípío de Santa Ana, departamento de Fra~

, cillCO Morazán V la División Político-Territorial de Honduras, Tegu CI bien apuestos y que decir de tres delgadas

galpa, 1951. p 36

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Más y más perceptible se hacía el pal– luoteo de las que echaban tortillas adentro, y con cada cambio de la brisa el sabroso olor de su cocimiento y el del asado de carne gor– da provocaba '}uestro apelito. Cerró la puer–

±a en nuestras narices, y estábamos jus±a~

mente montando y maldiciendo con cólera la casa y sus moradores inhóspitos, cuando un suave "Shi" desde el rincón más lejano de la habitación atrajo nuestra atención. Dos ojos brillantes y vivos me invitaron, y desmonlando me acerqué al lugar preciso a tiempo para recibir de las propias manos de

la novia un buen ±asajo de carne caliente.

y esto no era todo. Volviéndose regresó en un instante irayendo en una servilleta sabro– sos frijoles y fritas de elote con mantequilla. Anies de que pudiera rendirle las gracias des– apareció riendo por lo bajo y munnurando "Vaya! Vaya!". En silencioso triunfo blandí el bo±ín frenie a T cuyas sombrías faccio– nes se alegraron al verlo.

Desmonlamos con muchos saludos y cumplidos para estas muchachas de ojos bri– llantes, siguiendo la costumbre del país, pero de repente se abrió una de las puertas del

interior de la casa y apareció una vieja arru–

gada que nos saludó con un frío: "Adiós se– ñores". Respotldimos, con iodo el calor y presieza de ho=bres hambrientos, deseándo– le bienestar, pero pronto nos dimos cuenta que habíamos contundido a nuestra parro– quiana. Asperamente ordenó a las =ucha–

chas que entraran en la casa y luego con–

testó a la súplica de que nos vendiera algo

que comer con el corriente: "Señor, no hay!",

Pero pudimos ver a través de un claro en el

breña,l cercano que varias personas se ocu–

pal,an en destazar un :novillo recientemente degollado y, aún rnás, supimos que otro es– taba listo para un destino igual, por lo que, calificando la contestación de la vieja corno el colmo de la maldad, entrarnos en una lar– ga discusión, la que no dejó de incomodar– nos.

primera vez. Descendimos por una empina– da colina y arribamos a la hacienda de La Trinidad. Al ver n,i arrUgo un grupo de mu– chachas bonitas, una acfiva preparación de queques, vino de coyol, jarros de aguardien–

ie, vestidos nuevos y caballos enjaezados con lucidez, dedujo que un n,airimonio esiaba por celebrarse. "Ajá", dijo él can una alegre

risa en sus labios, "ahora es.tarernos conten– tos, amén de conBeguir algo que cOluer".

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