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encontrar refugio. Pros.eguir .en esta lobre– guez impenetrable era ImposIble, y los na–

fivo s , aunque aco~±umbrados C';nlO estaban

a andar por las Slerras, no podlan reencon–

trar el camino.

Desmontamos y cortando con los ma– chetes las ramas más bajas a nuesho alrede– dor y recogiendo algunas varas y ±roncos po– dridos, como pudimos en la obscuridad, im– provisamos una choza y extendiIuos en ella nuestras mantas. Ciegos por la lluvia y los

relámpagos, que una y oira vez ilumina–

ban las obscuras perspectivas de la selva co–

mo un súbito Pandemonio, nos arrastramos,

mojados y friolentos, dentro del miserable ,efugio y nos muontonamos después de in– tentar en vano hacer fuego con las ramas húmedas que Vicente había recogido. Dor–

lnir era imposible y para colmo de nuestras

desdichas, el torpe de Rafael había hecho añicos la botella de aguardiente al descar– gar una de las mulas, privándonos hasta de ese dudoso esfímulo. Ahora nos arrepenfía– moS de nuestra larga permanencia en la ha– cienda de La Trinidad aHernando nuestros refunfuños con injustas maldiciones para la cas!, Y sus ocupantes. Con ligeros interva– los la tormenta confinuó su maligna furia hasta cerca ,del amanecer, y cuando la hu– medad y el frío se hicieron intolerables nos

decidimos a seguir en cualquiera dirección.

Era preferible cualquier n"lovimiento para asegurar la circulación de la sangre que el

entumecimiento por la inacción.

Las mulas, que habían sido atadas con sus reatas a, los árboles, fueron cargadas de nuevo y Vicente tornó la delantera, nos diri" gimos hacia el Oeste en la esperanza de en–

contrar nuestro camino antes del amanecer.

Mi brújula de'bolsillo me permitió seguir un curso redo y después de una hora de abrir– nos paso a través de la montaña nos alegra– mos con el "Hoo-pah! Viva el camino real!" proferido por el chiflado de Vicente. Había– mos alcanzado el trillado camino, que toda– vía seguía hacia arriba por la pelona cumbre del Cerro de Hule.

A mediodía llegarnos al pequeño villo– rio de Nueva Arcadia. a 4.600 pies sobre el nivel del mar. Es dificil describir la com– pleta miseria y escualidez de estas aldeas de las montañas. Las gentes, aunque en apa–

riencia fuertes y lozanas, DO están sino a un

grado arriba de los brutos. Nos parmuos

frente a una cabaña de fierra, desierta, y

empujando la puerta entramos con ansiedad hambrienta con el propósifo de prepararnos h

un ~esayuno. De repente T. dió un salio aclS la pueda exclamando:

"Caramba! Qué pulgas éstas!".

Ya podía perdonársele su precipifación¡

en su vestido cundían los pequeños y rabio– sos insedos, y las picadas de unoS pocos que se me habían mefído en el cuello y en las

mangas me convencielon de que yo también

esiaba lleno de ellos. Olvidarnos el desayu– no al instante y durante media hora nos con–

vertirnos en una especi.e de bailarines de las

Islas Fijí, con el gran contentamiento de los pequeños y sucios salvajillos que, corno siempre, se habían acercado a contemplar a los extranjeros. El termómetro, a la una de la tarde, marcabl3. 71' Fahr. Poco después

de nuestro arribo a las montañas, nos vim.os nuevamente envuelios en nubes de una llu–

via pertinaz que duró todo el día. Aunque bien pudimos haber llegado a Tegucigalpa antes del anochecer, propuse que hiciéramos una fogata y noS dedicáramos el resto del

día a secar nuestras ropas y así evitar el ries–

go de un ataque de calentura si confínuába– mos la fatigosa marcha entre los desfilade–

lOS rocosos por los que seguía el camino.

La aldea está rodeada de pinares que,

com.o ya he dicho, comienzan a una altura

de los 2 500 pies y pueblan casi toda la ca– dena de cordilleras de Centro América. En los lugares donde no ocurre ésto se ven robles bajos y otros arbustos propios de las tierras de aHura. Los pinos de la sierra no alcan– zan el tamaño de los del Norte y escasamen– te pasan de las veinticinco pulgadas de diá– metro y de cuarenta a ochenta pies de aliu– ra. Son de la especie amarflla y resinosa, y las muestras de cortezas y rnaderaque traje de Olancho y de las laderas del Pací– fico compiten favorablemente con lo~ mejo– res de los Estados Unidos. La piedrl;l caliza (1) de las montañas, apenas cubierta con fíerra vegetal, da escaso apoyo a sus raíces. A luenudo pasé por millas de pinos arranca– dos por los vientos norteños, cuyas raíces, al parecer, se habían extendido lateralmente más bien que hacia abajo. prendién,dose en– tre los intersticios de las rocas Y p'!'Elsentan– do en sus extremos una rnasa blancá de pas–

ta seca, compuesta de piedra caliza, cuarzo

desintegrado y barro.

Esta s caraderísfícas se repitieron en las sierras del departamento de Olancho, en donde la región de los pinares se extiende más baja que en la del Pacífico. El pino es, por lo general, de madera fina y saturada de trementina, lo que da origen a grandes incendios en los bosques. A diferencia de los de Norte América, los bosques de Hondu–

ras son de escaSO crecin1.ien±o, los árboles se

yerguen varias yardas aparte y, por lo co– tnún, se ahogan entre malezas. No inspiran al viajero aquella sublime admiración que uno experimenta al contemplar las grandes florestas de los Estados Unidos.

(1) Salvo que BC refieia a las montañas cn general, BOl premIe esta afhmnción dcl Sr Wells, pues el Ceno de Hule está fOl mado Pi incipalmente POi mneas de andecita y mantos de tobas volcánicas -N del E

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