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« Previous Page Table of Contents Next Page »conveniencia. Y tal vez sea justo decir que restando imporiancia a la seguridad, han ayudado a formar una costumbre nacional que indebidamente subordina las neeesida_ des de la defensa nacional a la aseveración de nobles principios morales.
Al analizar la dodrina del Caribe, sin embargo, hay que hacer una distinción, cuando se discute específicamente la cuestión del "canal", Se hace evidente el relieve que se da a los intereses materiales de los Esta– dos Unidos, y cuando en el debate se mez– clan cuestiones colaterales, cambia el punto de vista. Veamos con algún detalle estas ge–
neralizaciones.
El Tratado Clayton-Bulwer de 1850 Se ba– saba en el postulado de que un canal inter– oceánico estaría bajo los auspicios de los Es– tados Unidos y de la Gran Bretaña. Pero con el nuevo sentido de potencia que surgió con la guerra civil, el gobierno de los Esta– dos Unidos empezó a hablar y aciuar cada
vez más, como si estuviera interesado en ejer– cer un control exclusivo sobre esa vía acuáti–
ca. El primer gran debate sobre el proble– ma ocurrió cuando Colombia otorgó a Ferdi– nand de Lesseps, la concesión para construir un canal a través del istmo de Panamá. Esa concesión levantó gran revuelo en los Esta– dos Unidos. En el Congreso, en fecha tan temprana como la del 25 de Junio de 1879, el senador Ambrose Burnside, de Rhode Island (el desdichado comandante de la Unión en Fredericksburg), presentó inmedia– tamente una proposición en la que se decla– raba que los Estados Unidos "no podían ver sin seria inquietud cualquier intento de las potencias europeas para establecer bajo su protección y dominio un canal navegable a través del isirno de Darién, y que tal acción por parte de cualquier otra potencia sólo podía ser considerada como rnanifestación de hostil disposición hacia los Estados Uni– dos". Burnside apoyó esta proposición con un discurso en el que declaró que la cons– trucción de ese canal sería un peligro para nuestra paz y seguridad.
Este punto de vista encontró eco en nu–
lTIerosas personas, en conservadores como
Edwin Lawrence Godkin, el diredor de "The Nation", y Thomas Bayard, quien más tarde fue Secretario de Estado de Cleveland. y fue enérgicamente reiterado por el mismo Presidente Hayes en su informe anual del
año 1879. "Un canal interoceánico", decla–
ró el Presidente, "cambiará esencialmente
las relaciones geográficas entre las playas del Ailántico y el Pacífico de los Estados Uni– dos y entre los Estados Unidos y el resto del mundo. Sería una gran vía pública entre nuestras playas del Ailántico y el Pacífico, y, viriualmente, una parte de la costa de los Estados Unidos. Nuestro simple inferés co– mercial en él es mayor que el de los demás
países, mientras que sus relaciones con nues..
fros poderío y nuestra prosperidad como na-
Por añadidura, reivindicaron como zona de interés británico la América Central, lo que llevó en 1850 a la negociación de un Tratado por el que cualquier futuro canal interoceáni– co se pondría bajo control bipartito. Ningu– na de todas estas cosas, vista ahora en pers– pediva, parece haber causado ningún daño esencial a los Estados Unidos. La pretensión del proteciorado sobre los indios de la Mos– quitia, fue abandonada, las reclamaciones territoriales sobre la frontera de la Guayana Inglesa Se resolvieron por arbitraje, y uno de los ados más prudentes y más generosos de los gobernantes británicos fue el recono– cer libremente, en 1900, el derecho exclusivo de los Estados Unidos sobre el dominio de un canal. No hay que guardar resentimientos sobre el pasado, pero el simple examen de los hechos demuestra cuán absurdo es creer que la Gran Bretaña era un Estado viriuoso mientras las naciones del continente europeo estaban saturadas de maldad y ambición.
Otro tanto puede decirse de un examen de las intenciones europeas con respedo a la América Latina hasta el período de la prime– ra guerra mundial. El peligro para los in– tereses de la seguridad de los Estados Unidos no era grande, salvo quizá en el caso de Mé– xico. Pero necesitamos examinar este tema de la seguridad desde otro punto de vista y preguntar, haciendo caso omiso de lo que
nos enseña un conocimiento posterior, si los
Estados Unidos "creyeron" que los intereses de su seguridad estaban involucrados en la evolución de la Dodrina Monroe.
Hablando en términos prácticos, la Doc–
frina Manroe era, en su rrtayor parte, una
Docirina del Caribe, aplicable a una parie re– lativamente restringida del mundo latino– americano. Aquí es donde se invocaba con frecuencia, y aquí, puede afirmarse impar– cialmente, era donde estaban comprometi– dos, a la larga, los intereses de seguridad de los Estados Unidos.
Sin embargo, al tratar este aspedo del problema, hay que hacer una observación preliminar. En las múliiples discusiones de la Dodrina Monroe durante la segunda mi– tad del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX, es notable descubrir cuán poco se subrayaba, en general, el tema de la segu– ridad general. Sin duda, los ministerios de relaciones exteriores de todos los países se complacen en aliisonantes generalizaciones, al desarrollar y al poner en ejecución su po– lítica. Pero este hecho es notoriamente cier– to en la historia de la diplomacia americana. Una y otra vez, en las controversias que sus– cita, se hace hincapié en la ideología, más bien que en la seguridad. Los hombres de Estado norieamericanos han creído -y ac– tuado con esta creencia- que la mejor ma– nera de que la opinión pública norteameri– cana apoye sus intenciones es sosteniendo un principio moral. Procediendo así, a menudo han sobrepasado en mucho los límites de la
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