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namiento de esta política, un senador de mu– cha experiencia llamó a la Docirina "prácii– camente anticuada" I"praciically obselete") .

La aparición y el crecimiento del hifle– rismo produjeron otro cambio en la aciitud de los Estados Unidos con respecio a la se– guridad del Nuevo Mundo. Puede ser, en

esfe caso, corno en los años inmediafamente

anteriores a 1914, que cuando se reúna toda la prueba documental (si esto es posible) se encuenire que el diciador alemán estaba muy lejos de pensar en ninguna clase de aco– metida material direcia contra la América Latina. Ahora parece más claro que su vi– sión era limitada y que su preocupación por Europa era real y profunda. Pero es ente– ramente distinto decir, como lo han estado diciendo algunos de nuestros historiadores, que este genio del mal no ofrecía posibili– dad alguna de amenaza para el Nuevo Mun– do. En muchos respecios, podernos ahora

ver las cosas, no con menor, sino con ITlayor

claridad de lo que él las vio enfonces.

Es muy comprensible, por lo tanto, que el gobierno de Roosevelt, con la visión de la situación internacional conjunta, tratara de realizar un acercamiento de América Latina a los Eslados Unidos. El primer paso Iy va– le la pena hacer ver que esto sucedió cuan– do mucha gente aún veía la amenaza hitle– riana con cieria complacencia), fue la visita del Presidente Roosevelt a Buenos Aires, en 1936. En la reunión a que concurrió allí, se

firmó un convenio de consulta, en caso de

que fuera amenazada la paz de las repúbli–

cas americanas, y "en caso de una guerra

internacional fuera de América". Además, se estatuyó que "cualquier acio susceptible de perturbar la paz en las Américas, afecia a todas y cada una de ellas, y justifica el proceso de consulta".

Sin embargo, esta declaración sólo fue

el comienzo, pues no se constituyó ninguna

organización para hacer efeciivos estos alti– sonantes principios. El hueco se llenó en el Congreso de Lima de 1938 y para entonces, el peligro del nacionalismo era más recono– cido. Por lo tanto, las naciones del Nuevo Mundo no solamente reafirmaron su solida– ridad "en el caso de que la paz, la seguridad, o la integridad nacional de cualquier Estado

americano" fueran amenazadas, sino que farribién convinieron en que, por iniciativa

del ministro de Relaciones Exteriores de cual– quiera de ellas, sus gobiernos se reunirían para considerar la posibilidad de una acción conjunta.

Los acontecimientos de 1940 llevaron

aún más lejos el movimiento de acción co–

mún. La Conferencia de La Habana, en el verano de 1940, fue muy significativa. En una notable declaración, las naciones del Nuevo Mundo hicieron público que un ata– que a cualquiera de ellas debía ser conside-

rada como un ataque a todas. Una segunda declaración establecía que "las Repúblicas Americanas considerarían cualquier traspaso o tentativa de traspaso de soberanía, juris–

dicción, posesión, o de cualquier interés o

control de cualquiera de estas regiones a

ofro Estado no americano, corno contrario a

los sentimientos americanos y a los princi– pios y derechos de los Es±ados americanos para conservar su seguridad y su indepen_ dencia política". Pero la conferencia fue más allá. Preparó un esquema de gobierno

internacional en previsión de que fuese ne–

cesario ocupar alguno de los territorios que pudieran ser amenazados por Alemania. y

declaró que, en caso de extrema urgencia cualquier Es±ado americano estaba autoriza: do para "aciuar en la forma que requiriera su defensa o la defensa del continente". Es–

to, ciertamente, consfituía un impresionante

ejemplo de la solidaridad de los Es±ados del Nuevo Mundo.

Habían transcurrido algo más de dieci– séis meses después de las declaraciones de la Conferencia de La Habana, cuando los Es– fados Unidos Se vieron mezclados en la gue– rra contra Alemania y Japón. En el inter– valo, el gobierno de los Esfados Unidos se

apresuró a concertar convenios con la mayor

parie de las repúblicas latinoamericanas, con el ánimo de establecer bases en sus territo–

rios, en caso de guerra. Algunas veces, el

trato fue difícil. En muchos de los Estados afeciados había un senilmiento latente anti–

norteamericano que fue preciso fOlTIar en con–

sideración. También hubo de tomarse en cuenta un celoso prurito por mantener la so– beranía nacional Pero se había logrado un progreso substancial antes de que los japo– neses dejaran caer sus bombas en Pearl Har– bar. Por ejemplo, ya en Abril de 1941, los Estados Unidos y México habían conceriado un convenio, por el que se permitía a los aviones de los Estados Unidos aterrizar en

los aeropuertos rnexicanos y, en Noviembre;

los puertos mexicanos fueron abiertos a la armada de los Estados Unidos. En el mismo

lUes, Brasil concertó un conveniosernejante,

acerca de los buques de guerra. Perú, Ecua– dor y Chile accedieron a demandas nortea– mericanas similares en el otoño de 1941. In– cluso el gobierno panameño, que hasta fines de Octubre de 1941 estuvo en manos de un

Presidente an±inor±earnericano, se unió a la

lisia, en Mayo de 1942.

Por añadidura, llegada la guerra los Es– tados Unidos recibieron muchas seguridades de apoyo de las repúblicas del Hemisferio Occidental. Todas ellas rompieron sus rela– ciones con las potencias del Eje, o les decla– raron la guerra. Sólo dos de ellas -Chile y Argentina- se mostraron remisas a dar uno y otro paso y sólo Argentina Se mantuvo al margen, hasta que el conflicio estaba ya decidido, y su prolongada neutralidad faci– litó una base para la intriga y espionaje nazi.

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