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« Previous Page Table of Contents Next Page »medios de producción"; que aseguran "la
capacitación adecuada de los recursos huma– noS por medio de medidas tales como el ser– vicio militar obligatorio, instrucción premili–
far fonnación de cuadros, etcé±era", que
ad';ptaran métodos de instrucción uniforme y que se inst~tuyera el intercambio de ofi– ciales Y estudmntes.
En 1946, el Presidente Truman propuso al Congreso la ejecución de estas recomen– daciones Y la aprobación de una Ley de Coo– peración Militar Interamericana. Esta ley no solamente habría hecho posible el men–
cionado in±ercaITlbio de estudiantes, sino tam–
bién la substitución por los modernos pertre–
chos norteamericanos, del armamento que
en esa época tenían las naciones de la Amé– rica Latina. La utilidad del rearme de los latinoamericanos al finalizar la guerra es al– go que algunos de nosotros difícilmente po– díamos comprender con exaditud. La pro– posición no encontró igual acogida en todas las repúblicas latinoamericanas: fue vista muy favorablemente por aquellos Estados en que los militares tenían el control del poder, y fue acogida con recelo en otras partes, no obstante la declaración del Presidente Tru–
man de que sería necesario "guardarse de
poner las armas en manoS de cualquier gru– po que pudiera usarlas en contra de los prin– cipios pacíficos y democráticos, a los que los
Estados Unidos y cÍras naciones americanas
se han adherido con tanta frecuencia". Afor– tunadamente, según mi punto de vista, el Congreso de los Estados Unidos dio poca im· portancia a la resolución sobre Cooperación Militar, y nunca fue promulgada como ley.
La historia de la asistencia militar a las naciones de América Latina confirma la sen– satez de esta decisión. Ha habido ventas
concertadas, a veces inocentemente, de per–
trechos militares para una de estas naciones que han causado escozor en otras. 'Las po– sibilidades de una competencia insensata y peligrosa sólo se acentuarían con legislacio– nes como la propuesta por el Presidente. También había el peligro colateral de que creciera la influencia de las fuerzas armadas. Hay estados latinoamericanos donde, por ahora, el ejército puede ser un elemento ne–
cesario de estabilización; pero, en general,
los Estados Unidos no tienen inlerés en au– mentar la influencia de los militares en esta parle del mundo, o en estimular rivalidades latentes en las relaciones entre estas repú– blicas Además, este tráfico de pertrechos Podría fácilmenie hacer de los Estados Uni– dos un árbitro detestado en una carrera de
armamentos arrtericana, dar ocasión al es–
pectáculo de ciudadanos norteamericanos m U
~ertos con armas enviadas por los Estados llldos, e imponer una carga indebida en la economía de los países afedados. Es polí-
tica de los Estados Unidos reducir los arma– mentos por acuerdo internacional, y no fo. mentar su aumento.
Otra cosa son los convenios limitados con los Estados latinoamericanos. Aunque' como he dicho, el caráder de la próxim~
guerra, si llega, puede muy bien ser entera– mente distinto al de la úl±ima, la concesión de armas para propósitos concretos relacio– nados con la defensa del hemisferio, tales co– mo la protección de la costa, la defensa ma– rítima antisubmarina o las patrullas aéreas, parece una limitación bastante inocente. Ta– les concesiones se han otorgado hasta ahora a un número substancial de repúblicas. Pue– de obtenerse una perspediva mucho más po– sitiva de las misiones de entrenamiento, bien mediante el envío de oficiales norteamerica– nos a otros Estados de América, o bien de ofi– ciales latinoamericanos a los Estados Unidos. Es cierto que el desaparecido Laurence Dug–
gan, en su interesante libro "The Arnericas",.
veía con recelo tales contados. Hablando de la casta militar latinoamericana, escribió en 1949: "Esta casta no cree ni puede creer en la democracia, aunque diga lo contrario, puesto que la verdader", democracia signi– ficaría la transformación de la sociedad que la selecciona y la apoya. Esta casta admira la tecnología de los Estados Unidos, pero des– precia la actitud antimilitarista de nuestro pueblo y la sujeción de nuestro ejército a las demandas de la opinión pública".
El punto de vista de »uggan merece res–
peto, pero no requiere, necesarialTIen±e, que
Se le acepte. No todos los militares latino– americanos son del tipo descrito. Y aún más, tal vez no sea demasiado optimismo suponer que el contado con los militares norteamericanos tenderá a aumentar su com– prensión de las aspiraciones democráticas. Nada hay más impresionante que la actitud de la gran mayoría de los oficiales de nues– tro ejército y de nuestra armada. No sólo están muy alejados de todo deseo de domi– nar en la política; no sólo están profunda– mente adheridos a los principios democrá–
ficos, sino que son, cada vez más, partidarios
de las relaciones internacionales decorosas. Es muy posible, aunque no probable, por su– puesto, que el aumento de contados entre nuestros soldados y los de la América Latina, tenga consecuencias favorables y no desfa– vorables. Hay señales de que en la América Latina hay creciente disposición, por lo me– nos de una parte de la casta militar, recono– cer su obligación de favorecer los procedi– mientos democráticos. En los úl±imos años, ha habido numerosos casos en que el ejército ha sosienido y vigorizado las fuerzas de la democracia. El contado con nuestros sol– dados y marinos, a mi juicio, es probable que haga más bien que mal.
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