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"¿Qué ±al, amigos?", dijo L ...

"Buenos días, caballeros!" respondieron

una medio docena de voces. El amo de la casa, el venerable Don Francisco Zelaya apa– reció entonces. salió despacio con el porte pe– culiar de las personas de categoría, avanzó

para enconfrarnos, y un momento después

estrechaba cordialmente mis manos y las de L.. , y ponía a nuestra disposición su casa con lodo lo que había.

Encon±ramos en nues±ro anfilrión al per– fecio tipo descendiente de los viejos hidalgos de España, amante de la sana alegría, de la compañía jovial y de los buenos caballos. En su hospitalidad no muesira orgullo; eS para él a la ve;" un deber y un .plac,:,r, "l( las rústicas comod1dades de su res1denclB Slem– pre están abierias para el viandante. Puede

bien imaginarse que con las recomendacio–

nes de las par±es más lejanas del globo, has– ta California, y ±rayendo yo carias del Go– bernador Y de oíros dignatarios, para no de– cir de aquellas de los Presidentes de Hondu– raS y Nicaragua, mi recepción tomó el calor ele 1.lna cordialidad que jamás se puede ol– vidar.

Los escasos conocimientos del General sobre estos asuntos le hacian difícil marcar las distinciones geográficas o politicas de las tierras extranjeras, y mis carias del Goberna– dor Bigler de California, las tomó él como credenciales con poderes diplomáticos. Pa– ra él, California sin duda era una república independiente y su Gobernador un empera– dor demócrata, ataviado con mantos regios

y nadando en oro!

Don Chico eS "monarca de todo lo que explora". Es alto y bien parecido, con un porie y aspecio dominantes, ojos azules, fren– te amplia, y de cabellos rizados, vigorosos y de color de acero. En los asuntos de su pro– pio país no carece de sagacidad o talento. Son cinco hermanos, cuyas familias, que re– siden y ocupan por concesión real esta por– ción de Olancho, son conocidas a todo lo lar– go y a todo lo ancho como los Zelaya. La primi±iva colonización de este departamenlo por su antepasado Don Jerónimo Zelaya, y la condición polilica de algunos problemas subsis±en±es en la región desde su primera ocupación por los españoles, serán obje±o de Un futuro bosquejo.

Entramos en la casa y fuimos presenta– dos a la señora, quien se levantó de su le–

cl:'~ de enferma para recibirnos, y a la única h1J.a del general, muchacha alta, de pelo en– drIno y que era, evidentemente, el ama de la casa. El hijo mayor, Don Toribio, estaba en camino desde Trujillo con un tren de mu– las cargadas con mercaderías, cuya venta a los habitantes de esta sección era monopolio del General.

Toda la hacienda se halló pronto en mO– vimiento con el imporiante acontecimiento de nuestro arribo. Si hubiera sido yo un em– bajador oficial más bien que un simple ciu– dadano, no hubiera sido recibido con mayo– res demostraciones de respelo. Se había puesto a asar un cuario de cabrito para no– solros, un novillo gordo fue sacrificado en el poste, se trajeron legumbres de la huerta cer– cana. Encurtidos de la marca Underwood llegados vía Trujillo desde Bastan, café ca– liente, tortillas, pan de trigo y de maíz, y miel silvestre estaban entre las viandas dis– pueslas sobre la mesa.

Terminado ésto, el General leyó mis car– tas de presentación con todo interés. Mien– tras el viejo hidalgo las examinaba escrupu– losamente con aire de satisfacción. L .. y yo notamos su gran parecido a un distinguido miembro del Gabinete del Presidente Pierce, de los Estados Unidos. Don Chico es un gran iunante con las mujeres, y el notable pareci– do a él que se percibe en las facciones de los muchos pilluelos morenos q1.le jugaban en la hacienda me hizo sospechar que éstos podían

reclamar un ínfimo parentesco con nuestro

anfitrión. Todavía goza bailando valses y

cotillones con las más guapas jóvenes de la ciudad, en las funciones de Juticalpa.

Ya de noche observé que los muchachos de la hacienda, cuyo número llegaba, según creo, a unos veinte, habían traído gavillas de leña, zacale seco y ramas, que deposilaron en monlones en el ex±enso patio. Cuando obscureció, iodo esto Se cubrió con rajas de acote y se le prendió fuego. Iml1ediatamen– ±e ±oda la hacienda resplandeció con el fue– go. Era una iluminación en honor a Don Guillermo. Sencillo y rústico ±estÍll1onio, co– mo era, en él reconoci la gentileza de Don Francisco y ví un anticipo de su futura hos– pitalidad. Parecia verdaderamente conten– to de que el silencio de su vida fuera ahora interrumpido con las "últimas noticias" del mundo.

Parecia que tomaba peculiar interés en mis relatos sobre el progreso de California, e inquiría sobre los más pequeños detalles en cuanto a los métodos de trabajo de las minas, las leyes mineras, el gobierno, el cli– ma y las gentes.

"Ah, mi amigo", me dijo, "que Dios per–

mita a algunos de los hombres fueries e in– teligentes, que usted describe, venir a este aislado lugar a mostrarnos cómo extraer el oro sobre el cual en nuestra ignorancia ca–

n'linarnos a diario". Tal observación, venida

del hombre principal del depariamento, era para mí una prueba rotunda de su deseo de que se permitiera el ingreso de los norteame– ricanos a Olancho para el desarrollo de los placeres auríferos. La influencia de los Ze-

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