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los de Norfe América, si bien los cedros gi– gantescos de las tierras bajas son la admira– ción de propios y extraños.

En un pequeño afluenie de la "Quebra– da de García" que se me mostró, varias mu– jeres se hallaban lavando arenas con éxito considerable. Aquí el terreno comenzaba a quebrarse en cañones y barrancos corno los de los alrededores del Grass Valley y del French Corral, de California. En el fondo de estos lugares aparecían formaciones de cuar– zo y de pizarra, entre las que advernmos dónde los buscadores de oro habían "raspa– do" dejando marcas que parecían hechas más bien por las gallinas en un patio de granja y no por mineros. Nunca se ha he– cho excavación alguna aquí y el oro es en su mayor parte de la clase que se obtiene por el lavado hecho en corrienies de agua. El

General Il1e prometió regresar con unas cuan–

ias "lavadoras" para que trabajaran el lugar de manera apropiada, bajo mi dirección.

Después de pasar por un número de que– bradas y arroyos iguales a los de California, iodos con repuiación de auríferos, llegarnos a un cerro majestuoso cubierfo de pinos, que mira hacia el valle de Guayape, río que oírnos rugir allá abajo, pero oculto a nues– tras miradas por la densa arboleda que bor– dea su curso. Esto quedaba corno a cinco legL\as abajo del lugar donde lo cruzarnos al penetrar en Olancho.

Avanzarnos impacientes, el General ha– blando y explicando por todo el camino. Se. guimos la serranía hacia el Sur, buscando un claro a través del cual descendimos. Desde nuestro puesto noté el rumbo y distancia de los picos principales de la moniaña en un radio de más o menos ireinta leguas. El ca· mino gradualmente seguía por un pequeño y bonito llano corno a veinte pies arriba del río y conocido corno El Murciélago. En esie lugar hay una cabaña perteneciente a don Chico, y aquí el señor José María Cacho se había propuesio levaniar una pequeña ciu– dad minera bajo los auspicios de una com– pañía nacional, que se desintegró a causa de una de tanias revoluciones. El lugar era ahora solo escombros de adobes y ramas. Varias ayoieras y calabaceras, mostrando sus frutos, trepaban por entre las viejas vi– gas y entre la maleza. Una manada de ga– nado Se hallaba triscando perezosamente a la sombra y, con el perceptible murmullo del río y la frescura del follaje, Ine hizo recordar el escenario estival en Nueva Inglaierra. De aquí bajaInos hasta el río, que apareció mien– tras descendíamos por una alameda de pi– nos fragantes que proyectaban su obscura imagen de lleno en las aguas, abajo.

El eco de voces entre las rocas, río arri– ba, indicaba la presencia de "lavadoras",

aunque esta no era la mejor época para SUs trabajos. Seguirnos por la margen unos po– cos centenares de yardas y, por último, ha– llarnos a un grupo de mujeres buscadoras de oro chapaleando en las aguas y riendo estre_ pitosamente en su labor, algunas cantando y oiras fumando los indispensables "cigarros" Todas esiaban de pie, dentro del agua hast~

las rodillas y cada quien inclinada sobre la gran "batea" circular acostumbrada, en la que el precioso metal era lavado. Trabaja_ ban lentamente y sin i>}teligencia, parándose a cada momenio a platicar sobre asunios de su pequeño mundo y ejecuiando quizás una tercera parfe de la labor que haría un mine– ro norfeamericano. Un ofrecimienio del Ge– neral, que yo respaldé, de comprarles el oro que pudieran extraer ese día y el siguienie no aumentó la rapidez de sus operaciones: Las mujeres obtienen permiso de los Zelaya antes de comenzar su irabaio en los place– res; esia formalidad, que ellas escrupulosa_ menie observan, se debe al celo de la fami– lia por sus posesiones antiguas y por el te– Inor de que cualquier infracción en ellas po–

dría, eveniualznente, conducir a la invasión

de sus terrenos por ocupantes abusivos. Ta– les inirusos podrían en verdad ser echados fuera rápidamente, pero el General, no sin razón, cumple aquel proverbio que dice,

"Una onza de precauci6n, efc.". Cualquier

mujer a la que se encuentre lavando sin el respectivo permiso es invariablemente expul– sada y nunca más se le permite trabajar en las haciendas. Este procedimienio sumarío ha dado lugar a que se diga enire los mal– querientes de los Zelaya, que ellos obligan a las lavadoras a pagarles corno iributo una parfe de sus ganancias, lo que es enieramen– ie falso.

Una india muy gorda y afable le pre– guntó en voz baja a Julio quiénes éramos nosoiros, a lo cual respondió que yo fenía la iniención de comprar todas las propiedades de los Zelaya y que había llegado de Cali– fornia para ver los lavaderos de oro. Todas ellas sabían de la famosa tierra del oro y yo, fácilmente, las induje a que conversaran so– bre el parficular. A mi ruego continuaron sus labores que habían inierrumpido así que

nos aproximarnos, se enderezaron y, firando

hacia airás su frondoso pelo, gritaron, "Bue– nos días, don Francisco' ' ', el General les reS– pondió alegremenie desde su gran silla me– xicana con una sonrisita peculiar que me hi–

zo pensar de que era favorito de ellas. La operación del lavado es precisamente igual a la que practicaban los "chilenos" y los "so–

norenses" que en los primeros días viniero~

en gran número de Hispano América a Call– fornia. En varias de las bateas no había par– iícula de oro y si las había eran tan diminu– fas que se hacían invisibles, en oiras podría haberlas con un valor de dos o ires centavoS y, finalmente, en otras, las Inenos, tal vez el

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