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doble de esa cantidad. Las parficulas de oro

no tenían la fonna escamosa sino que eran

redondas e irregulares. más o menos del ±a– maño de una cabe'la de alfiler y, por el des– gaste, de aspecto lU,stroso. Se sacó una pepi– ta que valdría alred,edor de medio dólar. (1)

Esta época no era la más favorable para lavar oro. Cuando las aguas están bajas en exlremo, se han sacado del fondo ep. este lu– gar, pepitas que pesaban cinco y nasta ocho onzas. Después comwé en Juticalpa algu– nas que pesaban cerca de una onza y que llevé a California. IEstas las hube de los ten– deroS, que las aceptaban de las mujeres en cambio comerciaL No ±enían razón alguna para engañarme en cuanto al lugar en don– de estas "chispas" se habían hallado y siem– pre me manifestarQn que venían del Guaya– pe y de sus ±ributarios, pero especialmente del pie de las colinas en la cordillera de Cam– pamento al Almacigueras, lugar famoso en todo clancho com9 el más rico en el depar-lamento. '

Pregunté al General si alguna vez se ha– bía importado maquinaria en clancho.

"No", me replicó, "con la excepción de una

caja que ha estado en la hacienda desde ha– ce diez años, que fue importada por el agen– te del señor Vélez, de Guatemala, quien una vez suscribió un contrato conmigo para ±o–

mar posesión de e~tas minas, "tnedian±e fes–

tamento". La maquinaria fue construida en Bastan, hecha a la orden, embarcada a Tru– jillo y traída desde allá sobre las montañas hasta aquí, pero las instruccic:mes estaban en inglés, que no pude traducir. El señor Vé– lez murió, algunas partes de hierro se per– dieron y confieso que no he pensado en ella desde entonces". Esta pequeña información me sorprendió y ;;esolví examinar la máqui– na a mi regreso. Había visto 10 suficiente para convencerme que en clancho hay otra California, pero que. corno en aquella región, los tesoros del suelo se quedarán corno han estado desde la creación, hasta que una raza superior en energía y actividad reciba la he–

rencia.

También ví que ninguna estimación po– d.ría hacerse en cuanto a las minas bajo el Sistema Con que se las trabajaba al presente y que alguna maquinaria, aunque fuera la "cuna" de los primeros días después descar– lada en California, era necesaria para hacer experimentos dignos de confianza. Con este

propósito, decidí construir una "cuna" (rock–

er) !"l regresar a la hacienda, ±oda vez que ¡Udlera obtener instrumentos y materiales, ,o que era en extremo dudoso, y en el caso re fracasar con ±al mecanismo burdo, vería o que podría hacerse con la máquina del

Ua1l1.(l)c lDeb~ 2!er Cartagena de India! en la Nueva Granada.. eom.o ante8 se

oOlllbla

aven±urero quatemalteco mencionado ante–

rionnen±e.

Permanecimos algunas horas en El Mur– ciélago examinando y consultando sus facili– dades como sitio para una futura población minera, igual que la de Alemán. Una sucu– lenta comida y una sabrosa pipa bajo la sombra acogedora de los árboles sin duda contribuyeron a nuestro goce del escenario que nos rodeaba. La comida la despacha– mos en un pun±o situado como a quinientas yardas de la cabaña de adobe, en donde la orilla se acerca a un arrecife de piedras ne– gras, disminuye hacia el borde del agua y se extiende por una playa suave, donde el pe– queño oleaje de la corriente brillaba con re– flejos de plata, quebrándose entre la grama que cubría las orillas del río. El Guayape es aquí profundo y quieto, aunque rápido, y a 10 largo de sus márgenes Se ven, a inter– valos, grandes árboles; hay pequeñas islitas de rocas y de arbustos en ambos lados, bajo la corriente se ven capas de pizarra caliza y los rayos del sol poniente doraban el agua, realzando el fondo las manchas de bosques iluminados por el soL Todo esto estaba to–

davía corno "hace inil años".

El curso general del río es hacia el Nor– oeste. Julio, que había vivido en la vecin– dad más de ±reinta años, me dió la distqncia por las vueltas de aquel desde Las Marlas a Catacamas. Estaba familiarizado con ella porque a menudo recorrió en canOa ±oda esa distancia. Apunté sus cálculos ¿on gran in– terés y me divertí al hallar que sumando las leguas que Julio me había indicado, estaba yo muy dentro del Mar Caribe. lejos de la de– sembocadura del Patuca! Menciono este he– cho, que es una muestra clara del concepto sobre las distancias que tienen los nativos, para hacer ver la dificultad que uno tiene para levan±ar un mapa guiándose con los datos que proporcionan los habitantes. El explorador debe depender únicamente de sus propias observaciones. Como antes he di–

cho, bien puede construirse un ancho carina

carretero de El Murciélago y de otros lugares ricos del Guayape a Lepaguare, desde cuyo punto los vehículos podrían seguir hasta Ju– ticalpa, tal como está la vía ahora y hasta muchas millas más abajo. Pero en cuanto a la topografía, así como el clima, la pobla– ción, la historia y los recursos na±urales de clancho, aunque tratados someramente en estas páginas, me referiré a ellos en capífu– los especiales.

El sol estaba ya cerca del ocaso cuando arrendamos nuestros caballos hacia Lepagua– re, y después de una lenta caminata en la obscuridad, por un terreno aparen±emen±e familiar para mis acompañantes, pero para

mi un dédalo confuso de colinas y de bos– ques, observamos las distantes luces de la ha-

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