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« Previous Page Table of Contents Next Page »clénda. Asi'<:tue nos aproximamos aúnas el ruido ele espuelas y un casqueteo y también vimolil una fogata encendida en el patio pro– yeciando las sombras de las personas que
fr~rite a ella pa~abari, indicándonos todo que !lIgó ne> acoStumbrado estaba sucediendo. !;lon Ghico apreSur6 su cabalgad1,1ra hacia el lugar en donde ya estaban montados varios vaqUeros ).istos para ir en busca de su pafr6n
qué; según pensaron, se había perdido en las
n'tonta~as. 'Al apatecer él, todos desmonta–
~ri y la hacienda volvi6 a su quieiud acos– iuitu,Jr?da.
A la mañana siguiente, qespués del de– sayuno, insinué al General mi deseo de ver la "máqUina" que me había mencionado. Llam6 él a varios de sus muchachos, que por le común haraganeaban cerca de la pueria,
y les ordenó que sacaran de su escondiie la vieja caja, que tenía casi el tamaño de una pata piano. ~taba cubieria de telas de ara– ña y sus hendiduras hervían de cucarachas y de un montón de airas animaluchos que salieron apresuradamente al ver que su refu– giC! era bruscamenie invadido.
Uno de los muchachos levant6 la tapa y se reve16 a mi mirada ansiosa una compli– cada mesa de ruedas, cribas, rodillos, cola– d9res, pedazos de madera acanalada y cilin– dros, suficienfes para poner en jaque al ge–
~io inVÉmtivo de cualquiera que no fuera un maquinista experio para armar todo aquello.
Toda la familia se agrupó en silencio alrededor, viéndome ansiosamenfe, cuchiche– ando a intervalos unos con óiros, y, sin duda alguna, admirando la cara de sabio que pa– ta
la ocasi6n débía yo forzosamente tener. En vano traté de ajustar las piezas, arreglar– las, olasificarlas, reajustarlas. Ya podía ha– ber traiado de hacer con ellas un reloj, pero, como mi repuiación estaba a prueba, tomé el cUidado de disimular mi fracaso y menean– do despreciativamente la cabeza, orden,é a los muchachos qUé volvieran a poner la ma– quinaria donde estaba porque era totalmente
ins~rvible' para el 9bjeto que había sido fraí– da. El General me mir6 iristemenie desilu– sionado y se sorprendió de qué el señor Vé– le% hqk,iera pedido al exterior tal revoltillo de ese inútil rompecabezas para lavar oro. Más, aunque mis conocimientos de mecánica no eran aptos para la "rt\áquina del guate– malleto", hallé én la caja lo que había esta– do buscando en vano en la hacienda: tablas y ciavos suficientes para construir' una "cu– na" a la California.
La máquina mencionada era una de fan– ias sin nombre que habían salido del cere– bro de los inventores, ignorantes de los re– querimientos de los aparatos necesarios en la, tcW1ería. California en los pr.imi±ivos fiem– pos esiuvo llena de ellas. Parecía ql1e nO
había nada dentro del campo de la posibi_ lidad que los metánicos de los Estados del Este e Inglaterra no nos enviaran a Califor. nia. Los caminos de mulas a los lugares m.ás distantes estaban sembrados de eSios aparatos. El revoliillo de ruedas y rodillos en Lepaguare estaba hecho para cernir are– nas yen apariencia tan ineficaz para la Se– paración de las preciosas pariículas de la tié.
rta, como seria una mantequillera o una má– qUina para irillar. La experiencia enseñó últimamente a los californianos que el gran desideratum en la maquinaria minera para lavar el oro, construir acequias y moler cuar_ zo, es la sencillez. Ese mismo sistema intro– ducido en Olancho, no puede fallar para re– velar los brillantes tesoros que se ahnacenan en sus suelos, en sus rocas y en los lechos de
sus ríos.
El General puso a mi disposici6n el con– tenido de la casa y comencé a fabricar mia bronca máquina tal como las que se usaron en California en los primeros días. Una bá.
tea, crudamente desbastada de un palo de
níspero y. que servía ?e. pesebre a los poiro, de la haClenda, me SlrvlÓ como cuerpo par'! la "cuna". Hube de desbastarla y la "má¡ quina" del Señor Vélez me supli6 el cernidor: Así que el extraño aparato gradualmente to–
mó forma y significado bajo mis manos, 1~
miradas del grupo silencioso, inquisifivas al
principio, dieron PC\so a las de asombro y sa– fisfacción. Las mujeresi en parficular, alá– baron mi habilidad y se m.aravillaron de qUe un "caballero" como yo pudiera manejar tan bien la sierra y la hachiía de mano. Antes de anochecer mi creatura estaba terminada
V, después de grabarle en grandes caract~
res: "CUNA No. l.-OLANCHO, 1854", cop.
mis iniciales abajo, llevame>s el armatoste al ,
arroyo, cerca de la hacienda, donde comen– zamos a hacer un experimento de lavado. Se colocaron las piezas del fondo y varios muchachos de la hacienda corrieron por of– den del General a llevar agua y arena. Ese arroyo no lleva oro y a la 1T1edia hora de ira– bajo no hubo, por consiguienie, señal algut\a del 1T1efal, pero les fue debidamente explic¡a· do el "modus operandi".
"¡Ca!,amba!" exclamÓ regocijado el yi§–
jo, "¡qué maravilla! lC!ptendre¡:nos el oro ~r
libras!".
Yo sonreí anie su entusiasmo y lell ~
c"rdé que este no era "ino un método P*":'– tivo, ahora casi abandonado en toda CB!if¡¡r– nia y que en su luga!, existe un sistemª gj–
game de laboreo de minéiS, por el cual ~
rros enteros se fundían bajo el empuje de J!I
indusiria norieamericana, lavándose tone!~
das de fierra donde cinco años antes se la– v,,!ban pailadas. ~i audiiorio escuchaba en silencio y el General observó:
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