Page 69 - RC_1965_02_N53

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"Ahl don Guillermo, sus compairioias es– ián sin ·duda alguna, destinados a gobernar el ~undo, tales progresos en las aries úiiles son asombrosos y ninguna de las viejas ra– "as puede esperar compeiir co~ usiedes. Lo único que ±emo es que sus amIgos no le den crédito a lo que les cueme de Olancho y que los hombres de empresa de el Norie rehusen visitarn<?s. Si usted no r<:gresa .con su gran compañIa, creeré que mI quendo Olancho nunca será conocido en el mundo".

Le aseguré al buen viejo que no pasarían muchos años sin que los norleamericanos vi– sitaran el país.

Dejamos la máquina para que se hin– chara en el agua y a la mañana siguiente, al axnanecer, un tren de mulas llevando la

"cuna", provisiones e instrumenfos, salió ha–

cia un punto cercano a El Murciélago, mien– iras noS quedarnos para el desayuno, espe– rando poder alcanzarlos antes de que ellos llegaran ala barra. En nuestro camino con– versamos sobre las numerosas zonas aurífe– raS del depariamen±o. El General estuvo de

acuerdo conmigo en que ni una centésima

parte de los depósitos más ricos habían sido todavía descubiertos y que la búsqueda de ellos los desarrollaría gradualmente. llega– moS a la barra y nos hallamos con que la "cuna" ya estaba colocada cuidadosamente conforme mis instrucciones en la orilla y los nativos en su acostumbrado vestido de cami– sa pantalones de algodón y una faja, se ha–

ll~ban a todo lo largo, medio dormidos, de– bajo de los árboles. A los pocos minutos la máquina esiaba instalada y comenzaron las operaciones. Dura.nie media hora los hom– bres trajeron grandes cubetas de tierra des– de un lugar indicado por una lavadora que

nos acompañó. Julio m.ecía la "cuna", Víc–

tor echaba el agua, el General regañaba o amena"aba según sus sentimienios excitados se lo didaban. y todos conversaban, dispu– taban y observaban cada movimiento, mien– tras que yo, descal"o y con los pantalones enrollados, chapaleaba en el río espiando Una y otra ve" dentro de la máquina para ver si había algún indicio del metal. Una o dos veces solamente ví una chispa diminuta brillando allá en el fondo, y estaba precisa– mente llegando a la decepClón, cuando des– cubrí que el "cuidadoso" de Vídor había "a– fado el tapón y que a través del hueco se ha– bía escapado lo recogido, cualquier cosa que hubiese sido. El General pateaba y refunfu– ñaba. Mieniras se taponeaba el hueco de la "cuna" y después de media hora de labor, ordené una inspección. En el fondo de la ranura de la gamella observé unas pocas "chispas" brillando entre las negras arenas. Se sacó el tapón y la "lavadora" colocó su paila abajo para recoger el conienido del aparato mientras éste se lavaba. La reduc– ción se hizo por el proceso de roiación ya

descriio y ouando nos inclinamos sobre el aparaio, no pude reprimir una exclamación de regocijo al ver que el pequeño espacio hueco del fondo esiaba amarillo con partícu– las de oro. Estimé su valor en casi un dólar cincuenta centavos.

Don Chico estaba ya demasiado agitado para proferir sino exclamaciones. La sonri– sa de triunfo que él observó en mi rostro le hizo avanzar hacia mí y apretar mi mano, mientras los nativos miraban mi persona y

la "cuna", alternativamente, con silencioso

asombro.

"Espere, mi querido General", le dije, "hasta que introdu"camos la minería hidráu– lica que se emplea hoy día en California en estas minas y en lugar de pailadas de tierra usted verá que las propias colinas desapare– cerán y cada partícula de oro se recogerá por medio del azogue, y en lugar de una plumi– lla de polvo de oro por día de trabajo, usted calculará en libras lo recogido".

El experimento me convenció y resolví no abandonar Olancho hasta tanto no suscri– biera un contrato con el General a fin de in– troducir capital y brazos norteamericanos en el país. Debe tenerse en cuenta que la tie– rra que se utilizó en esta ocasión no se tornó del fondo de alguna exc"va.~ióí;l hecha en la capa rocosa como se hace en California, has– ta cuyo lugar por el transcurso de los siglos el pesado metal Se abre paso, sino de cerca de la superficie, donde un minero california– no difícilmente buscaría oro, sino es por el reciente descubrimiento del lavado de las tie– rras mediante acequias. El General me lle– vó a una excavación poco profunda en la barra, a la que por el río solo se puede llegar durante una creciente. en donde, a veinte pies arriba de las aguas bajas, las "lavado–

ras" sacaron varias libras de oro en seis ~iías

de labor. Esto fue en una época cuando se necesitaba una gran suma para la construc– ción de la nueva iglesia de Juticalpa, a la cual contribuyeron las mujeres tanto con su propio trabajo como dando oro para la obra.

Nuestra conversación cambió ahora a los "tiempos viejos" cuando, se dice, grandes cantidades de oro se extrajeron del valle del Guayape y fue enviado para enriquecer la nobleza de la madre patria. El viejo croniS– ta español, Herrera (1 ), menciona al Gua– yape y sus depósitos auríferos. El General había oído estas narraciones, pero sus esca– sas leciuras nunca habían ido más allá de escudriñar los folletos políticos y los periódi– cos del país. Mencioné a los filibusteros y aludí a mis investigaciones en los vetuSfos volúmenes de la biblioteca perieneciente a

--m

~D Antonio de Herrela. 8utor de la ~ht_orlp Ge~e~lil d~ 101: ~ee;hDl

de loa t'IUltellanos en 1.., bid )' Tierr~ firme del Mai Ociiño

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