Page 71 - RC_1965_02_N53

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Hago, "Juez de Prirrtera Ins±ancia de Olan– cho", que en su capacidad oficial durante muchos años, había captado una valiosa in– formación en cuanto a la historia y a la topo-rafía del departamento. A él le debo po– aer dar ahora una relación de Olancho, de sus prirrtitivos colonizadores y del progreso de los Zelaya y de otras familias "precurso– ras", desde su ingreso al país hasta el pre– sente. Don Santiago era el "hermano ilus– ±rado" Y el oráculo del resto de la familia en todo problema legal, científico o histórico.

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La expresión grave, el aspacio distinguido, la amplia frente sombreada cOn sus cabellos ri– zados y negros, patentizaban al hombre ca– paz y quien en cualquier otra parte del mun– do hubiera podido hacerse famoso. Era bas" ±an±e después de medianoche cuando ±errni" né, con mis dedos acalambrados y mis ojos adoloridos por los efedos de la pobre luz de una vela de cebo, un largo resumen his±ó– rico, después del cual dije buenas noches y me uní a los demás, que ya estaban dur– miendo.

Por el valle de Lepaguare.-Un "Buen Jinete" de Olancho.– La Vainilla: cómo crece; su cultivo; su comercio.-Productos olanchanos.-Bayas silvestres.-Otra excursión.-Hacienda de Galeras.-Caballos salvajes.-"Vaqueros".-EI camino hacia el Río Morán.-Venados y antílopes.-La temperatura.-Fie– bres de la costa.-Juticalpa.-OtrCl vez Galeras.-Una cena de cumpleClños.-Mesa gigantesca.-Ovejas.-Los coyotes.– Valle paradisiaco.-Vistas desvanecientes.-Doradas rapso-dias.-Un baño con los sinsontes.-Partida de Galeras.– La bondad de los Zelaya.-Salida hacia Juticalpa.

A la mañana siguiente, después del des– ayuno regresamos a Lepaguare. Saqué mi escritorio portátil y comencé a anotar los da– tos que había obtenido. El General y su fa– milia guardaban silencio respetuoso mien– tras yo estaba ocupado y las mujeres rega– ñaban a los chicos que hacían bulla en sus juegos. Cuando hube terminado mi trabajo y hecho al mapa las adiciones que Don San– tiago me había sugerido, Don Francisco pro– puso que fuéramos a la vecindad del Cerro Gordo, donde estaba cultivando varias plan– tas de vainilla que yo deseaba ver. Tam– bién pensó que era posible que su segundo hijo, Don Toribio, pudiera llegar de Trujillo, donde había estado por dos meses con el fin de comprar "mantos" y un surtido general de mercaderías. Llevó un tren de veinte mulas a la costa con un cargamento de quesos, que es uno de los grandes producios de Olancho.

Montábamos los briosos caballos de Ulúa, que es la más fina raza de Olancho, y mar– chamos a través del llano esmeraldino hacia el pintoresco lugar del Cerro Gordo. El pa– so adquirido por estos caballos es la quinta esencia del movirrtiento suave y delicioso, y

?n una cÓlTIoda silla m.exicana parece ir el

J~nete con un movimiento tan apenas percep– tible como el de un bote en las quietas ondas de un lago. Fue exquisita galantería del Ge– neral el ordenar que se ensillara para mí su

f~vorito, un caballo negro de gran alzada que solo usaba él en ocasiones muy especiales.

La bella criatura tenía ojos casi humanos, y

su inteligencia y pelo lustroso comprobaban el cuidado cariñoso de que lo hacía objeto su amo. El era el único animal en la caballeri" za que había sido herrado, pero las herradu– ras fueron puestas tan descuidadamente que al poco tiempo las había perdido.

No hay palabras para expresar la ale– gría y la sensación de libertad que ~e expe– rimenla en un viaje por los grandes valles de Olancho, cuando el jinete inhala salud en ca– da aspiración y cuando cada uno de sus sen· tidos Se exalta hasta la euforia. Cuando hi– ce mi visita las lluvias habían cesado dejan– do todo el ambiente rebosante de un verqe intenso cuyo igual solamente puede verse en los panoramas rurales de Ingla±erra. Las tierras altas del departamento estaban reves– ±idas con un traje más alegre que el corrien– ie, mientras que los pantanos y las llanuras, por doquier arbolados, brillaban a la luz del sol con un verde más claro y más fresco.

A Don Francisco se le consideraba como el mejor jinete de Olancho, lo que se debía en parte, tal vez, a su aspacio digno y pa– ±riarcal cuando iba a caballo. Pero, además de esto, así que su cabalgadura (un bayo fi– nísimo) cabriolaba frente a la pequeña comi– tiva yo no podía sino admirar la desen,voltu– ra del jinete que con sus acostumbrados mús– culos lograba que el anirrtal hiciera los mo– vimien±os más graciosos y más flexibles mien-

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