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m en con voracidad las va;inas maduras. ~l

método para curar las vaInas es muy senCl– !lo. Cuando empiezan a.mad;urar se las recoge y amontona por vanos dlaS para que fennenten. Después de secarlas al sol, por igual tiempo. durante lo cual a menudo se laS soba con aceife de palma (aceife del se– neg all se secan por segunda vez, y después se las empaca para enviarlas al mercado más cercano. Su calidad depende mucho de la delicadeza con que se las sobe, del proce– so del secamiento y, también, de la clase de las vainas puando se las recoge. El fruto mejora si se eul±iva la planta y se la cuida.

En las buenas localidades un nativo di– ligente puede recoger de dos a cuatro libras por día. Un pequeño capifal, digamos . .

$ 3.000.00 en efectivo, monopolizaría el ne– gocio de la vainilla en todo Honduras. El valor de la buena vainilla en los mercados de Europa y los Estados Unidos es demasiado bien conocido para comentarlo aquí. No se dispone de estadísticas para precisar qué cantidad es la que se cosecha en Centro América. Cerca de la ciudad de Cojutepe– que, El Salvador, se llevó a cabo con el mejor de los éxitos el cul±ivo de una finca de vaini– lla. Esta planta es de gran cul±ivo en Méxi– co y las tierras de Honduras parecen ser igualmente propicias para su cul±ivo. Don Francisco escuchaba con toda atención mi propósito de tener una parcela de tierra lim– pia para hacer en ella el experimento, y des– de entonces he sabido por él que varios be– jucoS de vainilla que había trasplantado habían colmado sus más locas esperanzas. Pero no era solamente la vainilla con sus hojas lanceoladas y brillantes lo que ab– sorbía z:ni atención Varias formas de vege– tación, la más fuerte y la más tierna, daban vida y animación al paisaje circundante. Los arbustos y los árboles Se veían henchidos de savia y listos para reventar en lozanía con

el calor estimulante del ambiente. El marfil vegetal y el corcho; el coco y la banana; el limón silvestre y la deliciosa guayaba; la goma arábiga y, en las tierras al±as, la ceba– da; plantas de delicado perfume, y el hule !'lal oliente, de todo había aquí. Don Chico Ignoraba hasta el nombre regional de mu– chas plantas, pero los vaqueros que se han pasado la vida, desde su niñez vagabun– deando enrre las montañas en busca de los ganados perdidos o cazando conejos en los llanos y colinas, esfaban familiarizados con casi todas y contestaban prestamente cada pregunta. Así, en una ocasión fui advertido di evitar contacio con la mortal manzanilla, efuantiaro de Olancho¡ yen otra. mi atención e llamada hacia un arbusto cargado de frutas negras y brillantes que Se parecían rnuácho a las guayabas de los pantanos, pero rn s grandes y de un sabor dulce como la uva y que se llaman sarsiles. Las recogí a

puñados, desgajándolas de sus ramas y co– miéndolas con verdadera apreciación de su buena calidad. El follaje de este arbusto es casi el mismo del serbal de Nueva Inglaterra.

En otra oportunidad anduve a cabalio con el General y Loo. por el Río Morán, uno de los afluentes del Guayape. Nace este río por Teupasenti, en el Sur, y desciende por dos espléndidas cascadas que saltan en un rem.olino de espumas hasta unirse al río más abajo.

COlT\O siempre, salimos al amanecer y,

viajando por los llanos de Lepaguare y Ga– leras, paramos en la hacienda de este último nombre, por muchos años residencia de Don Santiago Zelaya. Apenas habíamos enrrado por el portón cuando la tierra empezó a rre– pidar con el golpeteo de muchos cascos y, al poco rato, por una vuel±a de la montaña apareció un gran tropel de caballos y de mu– las cuyo número era tal vez de doscientos. Iban a carrera abierta y direciamente hacia el corral seguidos por cuarro o cinco vaque– ros quienes, como por instinto, iban detrá{l dando quiebros hacia la derecha o hacia la izquierda en cuanto uno de lo animales que" ría salirse y escapar rápidamente del grupo. Este era para mi un nuevo especiáculo y no supe que admirar más, si las figuras enhies– tas y ágiles de los animales semisalvajes, o la increible holgura y gracia con que estos pintorescos centauros se sentaban en sus al" bardas y guiaban sus corceles impetuosos. No había nada de forzado o de torpe ni e.n sus arreos ni en el vestida ligero de los jine– tes. Parados o a horcajadas en los capallos cerriles de los llanos, se mueven con el an;,. mal y como si fueran parte de ia' bes:tia, 'c'¡– yos músculos parecieran e¡¡tat mqvido¡¡ Por

la voluntad del jinete. .

Todo el hato se lanzó pateándo. y

precipitándose atropelladamente dentro' del corral; permanecimos lo suficiente para pré– senciar la operación de la dorna de una mul¡;¡ endiablada, cuya piel reluciente y apretada como terciopelo en su cuerpo tembloroso ha– cía resal±ar cada músculo mienrras sal±aba loca trente al manipuleo del lazo. Don San– tiago y un grupo de seis personas más se nos unieron poco después y galopamos hacia el Río Morán. Los "sal±os" eran solo visitad<>s de cuando en cuando por los nativos, para agarrar algún toro ermitaño o un caballo cu– yos gustos lo inducían a esíe solitario lugar a fin de escapar de la rutina mensual del co– rraleo. Cruzamos varias quebradas hasta, que llegamos al Guayape, que vadealX\os en un paso rocoso donde el terreno Se exíiendª en una planada. Aquí vimos una pequeñ,l'i. choza hecha de ramas. donde los vaqueros acostumbraban pasar la noche cuando Se

demoran. Durante los meses d.e lluvia este vado es impasable. Dejamc¡s el río y s~bi"

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