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mos por una serie de cerros coronados de pinos y robles, con capas de cuarzo a lo lar– go de sus inclinadas faldas. Ahora la senda se perdía entre las ramas y el puesto alto, cuya exuberancia demostraba lo poco traji– nado que era. Nuestro guía en este viaje era un individuo alto y moreno cuyas pier– nas musculosas acusaban sus largos viajes por las montañas. El General le llamaba Marcos. Desde la cumbre de esta cerranía noté otra vez la presencla de los picos prin– cipales, entre los cuales el de Teupasenti se destacaba de manera conspicua. El sitio por el que pasábamos era montañoso y pintores– co, pero no tenía el aspecto invitante de los valles de abajo, estas serranías forman los límites naturales de los grandes llanos gana– deros del Bajo Olancho. Los "saltos" del Morán se hallan a ±res leguas del vado del Guayape. La distancia total de Lepaguare por las vueltas del camino era, poco más o

menos, de veinte tnillas. Descendimos al

próximo valle cruzando un pequeño tributa– rio del Guayape y seguimos la próxima se– rranía por su cresta. Nos aproximábamos a una pendiente de un bosque de pinos cuando, de repente, oímos el ruido de las dascadas cuyo sonido llegaba solemne y pe– netrante de la montaña. Descansamos un poco y luego comenzamos a descender por una serie de mesetas herbosas hacia donde el salto superior aparecía a la visla e inme– diatamente después el de más abajo. El chorro, lanzándose locamente sobre las rocas las empapaba y abrillantaba a la luz del sol, haciéndolas perceptibles desde larga distan– cia. Nos apeamos y atando nuestras bestias comenzamos a bajar hacia los "saltos". Es– tos no impresionaban por su grandeza sino más bien por su belleza de proporción, gra– cia de movimiento, color y adaptación al ambiente escénico. Concentrando su fuerza arriba en la turbulencia, las aguas se preci– pitan pronto desde el seno de una roca in– clinada y, gradualmente, se aquieta dentro del río allá abajo, mientras los riscos circun– dantes hacen eco a la ronca música de su

voz.

Con la ayuda de unas ramas colgantes me abrí paso hacia un borde estrecho y res– baloso que había debajo de las cascadas, desde cuyo punto nuevas facetas se desveli–

zaron en el panorama. Varias ramas de

árboles se retorcían desde arriba y descan– saban a lo largo del borde de las aguas, col– gantes pero no marchitas. denotando con ello la reciente caída de una tormenta y la con– siguiente crecida de las aguas. Montones de rocas que habían rodado desde lo alto se hallaban con salientes atrevidos en el lecho del río. Desde una de éstas, un aguilucho

como si se sintiera Inoles±o con nuestra pre–

sencia en los dominios de los cuales él era el único señor, se levantó pesadamente y voló hacia la cumbre de la montaña. Algunos

de los intersticios d,,:l peñón estaban repletos de flores, y las acaClas, o algo que se parecía a ellas, inclinaban sus bucles amarillos y

tristes que bellamente se reflejaban en el

arroyo.

Desde donde estábamos pude apreciar toda la profundidad de la caída y seguir al

río en una serie de cascadas hacia el Guaya..

pe. En panoramas como éste, el azul del cielo y del agua, y el verde del follaje no Son los tintes predominantes. El gris de las ro. cas desnudas, el carmesí, el amarillo y el blanco de las que están cubiertas de musgos el pardo y el olivo de la vegetación podrida' el resplandor del rocío formado por la caíd~

de las aguas, las profundidades casi negras del bosque silencioso, todo esto prevalece en la claridad de la atmósfera penetrante, relo. cando con tintes etéreos las cumbres de la cordillera, al grado que hay que apelar a la paleta de un pintor para reproducir cada gama de color.

Era ya avanzada la tarde cuando trepa. InOS por la escarpada cuesta y volviendo a montar en nuestras cabalgaduras regresa_ InOS a nuestra residencia, adonde llegamos tarde de la noche.

En varias ocasiones salimos en excur–

siones de cacería, pero hasia nuestro regreso

del Este tuvimos mala suerte. Los venados de Olancho son iguales a los de todo Centro América, de un color pardo claro y se matan

no tanio para beneficiar su carne como para

adquirir sus pieles, que constituyen impor. tante artículo para la exportación.

Son tan abundantes los venados y los antílopes en algunas de las montañas de

Honduras, que es corrienie viajar con un rifle

al hombro para cazarlos. En Olancho, don– de el cuido del ganado y la obtención de cueros es la principal actividad de las genles que se ocupan del pastoreo, éstas siempre llevan un cuchillo de carnicero prendido a la cintura, lo que ha dado pábulo para que Se diga en todo el resto del país que los olan– chanos son bandidos temerarios.

Recuerdo que mientras me preparaba para partir de Tegucigalpa, mis amigos fre–

cuenfeIl1.enfe rne advertían de que era en

extremo peligroso viaja.r por Olancho

l

pero desde mi llegada hasta mi regreso, sólo hos– pitalidad calurosa encontré en los sencillos Y

generosos habitantes olanchanos. La ha– cienda de Lepaguare está casi mil pies más alta que Juticalpa, lo que le da una altura de 1.800 pies sobre el nivel del mar. Los luga– res mineros probablemente estén a la misma altura sobre el océano. Mis observacioneS sobre temperatura y estados atmosféricos las seguí sin interrupción tres veces al día desde septiembre a febrero. A las seis de la ma-

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