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« Previous Page Table of Contents Next Page »fia na , del 16 de diciembre al 15 de enero,
muestran una variación extrema de sólo nue–
ve grados: 52' a 61'. A mediodía en el mis–
rno lapSo, las rnismas variaciones: de 72° a
800. En la tarde, a las seis, dieron solamen–
te seis grados de variación: de 69° a 75°,
La temperatura en Lepaguare por la mañana era poco más o menos 59° y al mediodía 78°;
en la tarde era alrededor de 74° en invierno. En Juticalpa raramente hace calor que sea como el que se siente en Nueva York durante
el verano. Las razones para esto son geo·
gráficas y no se aplican generalnlente al tró– pico. En Trujillo, en la costa, el calor es ¡nayor Y allá son comunes la fiebre biliosa
y la disentería, aunque a menudo no fatales. Mis viajes por Olancho no me condujeron hasta la costa pero, por el dicho de numero– sas personas, aquella zona debe ser por lo general insalubre. El terreno bajo que está contiguo al Caribe, se conoce entre los olan– chanos canea tierra caliente y de los que la
visitan pocos escapan a nn ramalazo de fie–
bre. El señor Ocampo, con quien hice estre–
cha amistad estuvo por dos veces, me dijo, al
borde de la tumba cuando por sus aC±ivida– des en los cortes de caoba se 'lió obligado a permanecer en las sabanas y lagunas bajas de la costa. Con la excepción de las referen– cias ocasionales sobre el panorama y el cli–
ma mientras cruce el país, reservaré un
un capíiulo especial para hacer una descrip– ción más completa sobre estos particulares. El interior de Olancho y, en realidad, de la mayor parte de Honduras, ofrece uno de los climas más agradables y sanos del mundo. Muchos nativos han vivido hasta una edad muy avanzada sin haber ido nunca a las tie– rras bajas y sin haberse convencido de que debían hacerlo.
Después de pasar varias S8ITlanaS en
Lepaguare y en las haciendas vecinas, donde
gocé de continuas y alegres recepciones y de todo el calor de la rústica cordialidad de sus gentes. insinué al General mi deseo de pro– seguir hacia el Este, a la famosa ciudad de Juticadpa, de la que había oído decir fre–
cuentemente que era una de las melrápolis
del pequeño mundo de Olancho, del interés
sobresaliente que ofrecía a los extranjeros
por la arquitectura de sus edificios y de las costumbres sencillas de sus habitantes, pro– pias de las primitivas colonias españolas.
Aunque mi maleta estaba bien repleta de. muchas cartas de presentación para las pnncipales familias del lugar, Dori Francisco
Insistió en darITle cerca de media docena
má~ que, según me dijo, despertarían la ri– vahdad de sus amigos para atenderme. Me aC';lnsejó que me hospedara en la casa de los senores Gardela o Garay, ciudadanos cir– c;,nspeetos y ricos, que tendrían caballos St,ernpre listos para mí y estaban más capaci– ados para darme informes valiosos que
cualquiera otra persona en la dudad. La Función de la Virgen comenzaría el 8 de di– ciembre y como este es el principal día de
fiesta en Olancho, m.i anfitrión tenía ansie–
dad porque yo estuviera en la cabecera durante la semana que dicha fiesta duraría. La enfermedad de la señora le impidió salir de casa y las muchachas, por supuesto, de– berían quedarse para cuidarla. El General me prometió ir a ,)uticalpa y arreglar allá
conmigo el contra10 tantas veces mencionado
y cuyos términos desde mi llegada habia yo meditado varias veces. El objeto de mi huésped con esta dilación, era el de confe·
renciar con sus cuatro hermanos restantes,
sin cuya aquIescencia él habría rehusado a entrar en arreglo alguno
Al mediodía salimos de Lepaguare entre las exclamaciones de: "¡Adiós don Guiller–
ll'1O"! de los vaqueros y de la multitud per– teneciente a la hacienda. Conspicuo entre todos, su cabeza más alta que la de los de– rnás, se destacaba el General con su rostro radiante expresando iodo el calor de sus ge– neroso corazón. El es el ídolo del pueblo y
este tiene razón para quererle. Nuesl:ro ca–
mino a Juticalpa iba por la llanura. Había– mos dado justamente vuelta a un ángulo distante en el cantina, desde donde se perdía gradualrnente la vista de la hacienda, cuan– do oíncos un galope: eran el General, Don Toribio {que había llegado de Trujillol y
Julio que venían hacia nosotros. Habían resuelio aumen.tar sus gentilezas, encarni– nándonos Esto se considera corno una de
las más grandes cortesías que se puedan mostrar a un extranjero en Olancho. E~ta
costumbre ha sido heredada de Jos conquis– tadores.
A galope tendIdo llegamos a la hacienda de Galeras, en donde el General me expresó su deseo de que nos quedáramos aquella noche para salir al dia siguiente muy tem– prano Una de las primeras cosas que me llamó la atención al desmontarnos fue una canasta de las verdaderas papas irlandesas, traídas de las montañas de Tegucigalpa, adonde Don Santiago había enviado por ellas. Eran pequeñas, blancas, jugosas, or– gullo de su dueño, que se sentía ufano de
que crecieran en sus terrenos. Yo:me empe–
ñé en describirle el método cómo se las cul– tiva en Norte América. Al pasar por la hacienda, dos meses después, ví que habían echado manojos de hojas fuertes, dando in– dicios de tener un éxito totaL El señor Zela– ya me aseguró que las papas se habían cultivado en Olancho siempre, pero éstas fue– ron las únicas que pude ver en el departa· mento.
La comida que se nos sirvió era un banquete de delicias. Fue dispuesta en una gran mesa de cedro por dos rollizas mucha~
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