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chas de sonrosadas mejillas, hijas de Don Santiago, y consistía en: miel de abejas, ±orJ;illas, carne de res frita, carne asada de tasajo, pan fresco, legumbres, mantequilla,

queso, áafé. crema, arroz, plátanos fritos, un

cabrito horneado, leche hervida de cabra y huevos cocidos y estrellados. Con tal menú y el reciente galope que habia despertado nuestro apetito, no tardamos en demostrar que éramos hombres de buen diente. Era el dia del cumpleaños de Don Santiago, razón de la alegria extraordinaria. El viejo caba– llero pronto estuvo satisfecho y, reclinándose en su silla, se ató un gran pañuelo azul alre– dedor de. la cabeza, encendió un cigarro y observó complaciente como le hicimos honor

a su cena.

La casa es una de las más grandes y me– jQres de Dlancho. Se halla pavimentada CCiln ladrillos grandes y dividida por macizos muros de cal y canto, en cuatro apartamen– tos que se comunican por puertas de cedro. El tamaQ.o de los cedros de Dlancho nunca lo habia vi<lto igual anies, fuera de California y Dregón. Se les encuentra por lo general a lo largo de la orilla de los rios, alcanzando a menudo cien pies de aHura y de seis a diez de diámetro. Crecen en medio de los bos– ques y eclipsan en proporciones, en su ma– jestuosa belleza, a todos los demás árboles, excepto los de ca9ba. En varias de las ha– ciendas yi me~.as de once pies de largo por siete de ancho, sin el menor desperfecto o rajEldura. La madera se trabaja fácilmente y puede emplearse en todos los usos comu– nes. La m,"sa de la hacienda de Don San– tiago era la más grande que hasta entonces habia visto. Por la noche, cuatro o cinco de los nativos bien podrian exlender sus sarapes a ,través de su anchura y h<J,cer de ella un cqmqdo lugar de descanso.

Después de la cena el VleJO señor nos llevó a su corral de ovejas en donde canta"

InCS unos cincuenta carneros de magnífica

estampa y de cuya lana era hecha la tela tejida en la casa. Se quejaba él de los da– ños que le hacian los coyotes y los lobos cuyos aullidos, en coro salvaje, a menudo oiamos durante la noche allá lejos del llano, contestado por el concierto más cercano y unánime de los perros cuidadores de la ha– cienda. El ganado prospera maravillosa– mente en Dlancho, en donde los extensos pastizales dan excelente oportunidad para la cría. Ninguna de las enfennedades que lo aflijen es conocida aqui; los propietarios de las haciendas declaran que los coyotes san la única peste que tienen que combatir. Peqtieñás cantidades de lana van a la feria y a los puertos del mar Cmibe. Nos enseña– ron un árbol de gran follaje, cerca de la casa, famoso por sus propiedades catárticas, llama– do aria, también el piñón, que tiene propie– dades similares; y fonnando parte del cerco

del corral de ovejas el friega plato, cuyas

raíces son valiosas corno medicamento. To..

das estas plantas son de uso común en Dlancho.

De pie en la puerta de la hacienda estu_ ve contemplando la intensidad maravillosa con que la Naturaleza trabaja, produciendo tantas y tan cercanas fonnas de vegetación. Cada arbusto y árbol útil que crece parece haber hecho su hogar en este jardin de Cen_ tro América. No hay un trabajo para las manos del hombre que no se pueda ejecutar

aquí con los materiales que se encuentran en

la superficie, no hay un mes en el año que el trabajo no pueda llevarse a cabo; no hay una

mancha en la atmósfera, ni pesie indígena o

importada. Don Santiago me hablaba de grandes y ricas haciendas de ganado y de mulas al Norte y Este, donde podian verse valles igualmente piniorescos y encantado_ res, tal vez aún más aislados del mundo que los que nos rodeaban. "Usted debe viajar",

me decía, "muchos meses a través de esfas

montañas antes de que pueda conocer Dlancho", y mientras elevaba la vista hacia las distantes serran1as del Norte y el Este cuyos débiles perfiles casi se esfun"laban en el azul de los cielos, podia imaginarme fá– cilmente los valles escondidos y ricos, con sus praderas verdeanles tranquilamente a sus pies. Entre nosotros y la cordillera más

cercana, fonnando un anfiteatro natural, los

llanos verdes y matizados, descansaban on. dulantes como un mar pintado sobre el cual miles de cabezas de ganado vacuno pacian pacificamente, y los pocos árboles lanzaban sombras largas y vacilantes, mientras que sus hojas brillantes a la luz del sol tembla– ban con la brisa de las tierras alias.

A la mañana siguiente despertamos temprano entre el canto de los gallos y el bramido de la vacada. Nuesiro huésped describió el camino que seguiriamos y noS aseguró que, a paso moderado pero conti– nuo, podiamos llegar a Juticalpa a la caida de la noche. Mientras se nos preparaba el desayuno, salimos a gozar del aire fresco de la mañana. Uno de los muchachos señaló

un arroyo próximo a la casa. donde una mu"

jer exlrajo ocho onzas de oro en un sólo dia. Don Santiago confirmó lo dicho y me dijo que éJ se lo habia comprado a razón de

$ 12.50 la onza.

"Todo el suelo de aqui, ian lejos como

puede usted verlo", dijo, "con.tiene oro. ¿Vé

usted aquella garganta más allá de aquella cadena de colinas? Alli fue donde las dos hijas de Maria Sáenz encontraron su famosa ganancia inesperada de cuairo libras de oro en dos dias! En todo lo largo de aquella cadena de cerros con las dos alias palmeras a la derecha, usied puede excavar y lavar una pailada de fierra sin dejar de encontrar

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